El otro día les comentaba mis paseíllos mentales en torno a qué supone ser buena persona. Con este runrún de fondo, veo la tele y leo los periódicos y la información llega en mi auxilio. Tengo lo títulos de dos libros que prometen y, además, a primera vista, tienen sus puntos de contacto, lo que hace que en estos momentos previos a su lectura me relama. Me pone de buen humor saber que otras personas se plantean la cuestión, no con mi formulación simplérrima sino con miradas más sabias y complejas que darán más luz.

El primer libro es Decir el mal, de Ana Carrasco Conde, plantea dos necesidades, la intelectual de comprender las dinámicas del mal para intentar su desactivación y la práctica de tener relaciones que minimicen el daño innecesario. El viejo problema del mal en el mundo.

El segundo es Esta vida, de Martin Hagglünd, que sostiene que el bien está en la inserción en la comunidad, en los lazos que construimos, en lo colectivo. Tanto es así que, frente a la confianza en los objetivos del capitalismo o la fe religiosa que establecen lo que denomina relaciones verticales, propone una suerte de fe laica basada en la interdependencia, en la horizontalidad. La interdependencia, a su vez, tiene su claro fundamento en la conciencia de que nos necesitamos porque individualmente somos la limitación con patas y, además, nos vamos a morir. Crudito pero irrefutable y también dificultoso de llevar a la práctica en estos tiempos justificatorios y neos, pero atractivo.

Ambos coinciden en la importancia de lo relacional como lugar donde se construye lo bueno y lo malo, donde se aprende y se replica y como entorno de cambio. Este paradigma hace ridículas expresiones como porque yo lo valgo o hecho a sí mismo. Se me ocurre.