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Flores de África en Navarra

la asociación de mujeres africanas que ha nacido al amparo de médicos del mundo reivindica sus derechos

EL salto lo dieron el año pasado dibujando un conjunto alrededor de sus seis países de origen que subrayaron con trazo grueso y nombre de flor. Para entonces ya llevaban tres años de trabajo común en talleres de sensibilización relacionados con temas de género: violencia machista, mutilación, emancipación de la mujer...

Liberia, Senegal, Guinea Bissau, Malí, entre otros países, la asociación Flor de África agrupa a 55 mujeres aunque, en cierto modo, pretende representar a todas, a las más de 1.200 africanas que residen en Navarra. Mujeres de color, que visten colores, que son de colores (vivas, alegres)... Mujeres con miradas de fuego, sonrisas oceánicas y voces firmes. Potentes físicamente y de alma profunda. Africanas.

Féminas inmigrantes a las que quieren sacar de la invisibilidad y que, en un mercado laboral en crisis, lo tienen difícil hasta para encontrar un trabajo en el sector doméstico.

Descubren en su día a día, en una ciudad blanca, dos barreras o, mejor dicho, tres, que les aíslan del resto de la población: el idioma, el color y el prejuicio. "Muchas veces llamas a un particular interesándote por una oferta de trabajo y lo primero que te pregunta es por tu procedencia. Te reconocen la voz de extranjera. En otras ocasiones te ponen a trabajar en la cocina, pero nunca al público. También oyes comentarios del tipo: Éstas no saben llevar una casa...".

Se llaman Fátima Djarra (tres años en Navarra y siete en España), Cristina Parson, Farmata Watt, Djamlia Maiga, Rokya Camara (11 años en Navarra), Safiatou Sidibe (9). Fátima reconoce que existe un cierto miedo a "acercarse a lo diferente, me hacen sentir diferente algunas miradas...". Cristina es la de mayor edad, con 32 años en Navarra y empleada en una casa.

Les mueve avanzar en la consecución de derechos para las mujeres, que no les discriminen y, en este camino, llevan tiempo embarcadas junto con Médicos del Mundo en una dura lucha contra la mutilación, que persigue concienciar a la población contra esta forma de violencia y maltrato contra la mujer.

Aseguran que todavía hoy hay grupos que fundamentan la ablación a través de la religión cuando, en realidad, es una praxis cultural. Más de la mitad son musulmanas. Muchas niñas son llevadas a sus países de origen para practicarles la ablación, es decir, la extirpación del clítoris y, en ocasiones, el cosido de labios vaginales. La circuncisión femenina se practica con regularidad sobre todo en el medio rural y a petición de los padres. Y en muchos países es obligatorio.

Una de ellas es madre y fue mutilada a los 7 años. La edad del corte depende de las etnias. Ahora se les practica recién nacidas, hacia los 40 días. "Cuanto mayor eres, más te duele", admite quien recuerda el día en que su tía le dijo: "Hoy te vas conmigo". Tiene cuatro hijos, tres chicas, y todos han nacido aquí. No quiere que sus hijas pasen por ese calvario.

Rokya, de Malí, reconoce que en su país la ablación tiene un significado moral. La mujer que no está mutilada puede disfrutar más plenamente de su cuerpo y del placer lo que se interpreta como una forma de promiscuidad. Mutilación que, además de suponer una agresión física en niñas, provoca después problemas en embarazos y en las relaciones con la pareja. Culturalmente es una garantía de virginidad y simboliza la fidelidad, aunque Yanela reconoce que hay mujeres mutiladas que después de casarse vuelven a "abrirse".

"Es pecado casarse sin ser virgen, y lo normal es hacerlo con 14-15 años", señalan. Las costumbres varían según las zonas del continente. En el Norte de Malí no mutilan pero es obligatorio ser virgen. "Al final te terminan humillando porque una sabe que, si se queda embarazada no logrará casarse, y viven con ese miedo a perder el honor y no andan con chicos porque si no la familia se enfada...".

educación Las mujeres que partieron de África no lo hicieron solas, llegaron con sus maridos salvo Fatou y otras dos que vinieron con sus hermanos. Fátima estaba casada por el rito africano pero tiene claro su futuro y que "no quiere trabajar para el hombre", que quiere ser una mujer libre. Colabora con Médicos del Mundo para que las mujeres que lleguen a nuestro país se sientan a gusto. En la asociación se les ofrece clases de castellano, formación, actividades culturales, intercambios y ayuda mutua a muchos niveles. Las redes sociales entre familias de diferente composición funcionan a la perfección. Cristina domina el castellano y da clases a sus compatriotas.

Fátima reconoce que la mujer carece en estos países de derechos fundamentales, carencias que se trasladan a los países donde emigran. "Matar no se admite, en cambio pegar no se considera maltrato, es una costumbre. Tu marido y tu padre te pueden pegar. Lo habitual es que la mujer tema a su marido y que no se relacione con nadie más, que no salga de casa". De hecho, en Flor de África para traer a otras mujeres a los talleres tienen que pedir permiso a sus maridos. El 90% de las mujeres africanas no trabaja y la que lo hace se coloca en fábricas y recomendada.

La educación es una vacuna de integración e igualdad potente. Djamila acude al instituto, cursa 4º de ESO apuesta por su formación y, además, trabaja en una casa en el servicio doméstico. "Este trabajo no es fácil, piden mucha experiencia, saber cocinar, limpiar y hacer camas. Cuando cogen confianza, sin embargo, no las sueltan". De hecho, lleva 21 años en la misma casa. Djamila quiere estudiar ayudante de laboratorio, y la mujer para la que trabaja es doctora en Química lo que ha sido un incentivo para ella.

Fátima asegura que hay muchas mujeres que quieren estudiar pero resulta complicado convalidar sus estudios. Dentro del colectivo hay féminas analfabetas o que no han terminado la Primaria. Muchas, han estudiado aquí. Médicos del Mundo apoya en medios técnicos y humanos a este colectivo y median en la petición de ayudas institucionales. Claudia Miranda, voluntaria de Movilización, y Yolanda Rodríguez, vocal de Igualdad, son sus hadas blancas.

Flor de África ha marcado un antes y un después en la vida de estas mujeres. Antes cada una permanecía en su casa y hacía su vida, ahora tienen un espacio de reunión, ayuda, autoconocimiento y reivindicación. De ellas y para ellas.