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Angelina, jolín

Angelina, jolín

No vi la gala de los Óscares, pero al día siguiente hice un repasito mediático y me quedé con lo que se quedó todo el mundo, la pierna de Angelina Jolie. ¿En qué estaría pensando esta mujer mientras desplegaba la pierna y la mantenía en una postura que el reporterismo especializado ha calificado de ridícula y una pariente cercana que prefiere no identificarse de ordinaria?

¿Responde la pose al legítimo deseo de lucir en la alfombra roja llegando al límite de la flexibilidad o solo que se le ha ido de las manos? ¿Es una especie de corte de mangas, queréis foto pues ahí tenéis foto voy a ser lo más comentado del evento? ¿O con el patetismo de su puesta en escena quiere llamar la atención sobre lo gaseoso y vano de todo el montaje, en un acto más radical, más profundo, con más mensaje si cabe, subversivo e incendiario, de activista?

Como la respuesta más sencilla suele ser la correcta, me temo que simplemente Angelina se ha pasado de rosca y lo que pretendía ser una imagen sensual, potente y seductora se ha quedado en que me parto literalmente y los demás al verme hacen lo propio en sentido figurado.

Angelina estaba ridícula. No es la única. La moda y la imagen nos abocan inexorablemente al desatino. Durante los pasados fríos, una notable cantidad de chicas y no tanto pisaron las calles nuevamente con un vestuario contradictorio. Mientras de cintura para arriba los plumíferos michelineros y los gorros respondían a las inclemencias del tiempo, de cintura para abajo campeaban minifaldas y manoletinas. ¿Termostatos disociados? A la misma lógica responden los jerséis de cuello alto sin mangas. ¿Son para el frío o para el calor? Una va a buscar un vestido de invierno y encuentra tejidos que harían llevadero el peor ferragosto y hay en el mercado botas de verano. Eso por no hablar de los tacones que dificultan andar y correr, que promueven la inmovilidad, algo contrario a la naturaleza podal. Quietas, despacio y devoradas de dolor de pies o de espalda. Ahora, monas monisísimas. Las estrictas minifaldas que dejan andar pero no sentarse porque la escasez de tela provoca la conversión de la falda en cinturón al menor movimiento son otro ejemplo de lo difícil que puede llegar a ser la vida normal con según qué ropa. Si te la pones o si la ves. Porque, aunque parece que la moda va pasando en su expresión más extrema, caminar cincuenta o cien metros detrás de un chaval que te obsequiaba con la amplia visión de sus calzoncillos tampoco ha sido moco de pavo. Al impacto estético se sumaba la preocupación: con el tiro de los pantalones a la altura de las rodillas, se iba a acabar cayendo y habría que socorrerlo. Con el corazón en un puño, sin duda la mejor opción era adelantarlo. Con todo, somos las mujeres quienes más caemos en este tipo de comportamientos desconsiderados con nuestro cuerpo y su confort. Tendremos que pensar qué nos jugamos, si ganamos tanto como invertimos y alguna otra cosilla.