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Un hatajo de impresentables

Un hatajo de impresentables

Hay un cuadro de Bruegel, Juegos infantiles, fechado en 1560. Es un enorme muestrario de juegos, más de ochenta: el burro, la gallina ciega, la peonza, las canicas, los zancos, juegos de imitación y agilidad o entretenimientos como girar hasta marearse, que han llegado a nuestros días. El óleo resulta curioso no solo por la información que aporta sino por su tono. No resulta una escena especialmente alegre. Transmite sobre todo concentración. Y aquí me dirán, pues claro, para niños y niñas el juego es un trabajo y cuando están en ello fluyen y se centran como deberíamos hacerlo los y las mayores en el curro. Y yo les agradeceré el comentario que abre la mente, contextualiza y da esplendor.

Como el juego es tan importante, padres y madres eligen cuidadosamente los juguetes de su prole. Sí, ¿no? En cualquier caso, los pagan, así que en su mano queda la decisión de financiar inicuos juguetes bélicos (lo escuché a un juguetero que se quedó tan fresco) o inocuas pinturas comestibles. Pero jugar no es solo cuestión de juguetes. Así lo comentaba el otro día una abuela sensata que se quedó ojoplática al oír lo que cantaba su nieta jugando a palmas. Primero Antón Carabina-na mató a su mujer-jer-jer la metió en un saco-co, la llevó a moler-ler-ler... Luego, la niña se preguntaba cuándo se casaría y enumeraba las prendas necesarias para conseguirlo, entre ellas bragas y bikinis, aunque la canción contemplaba la posibilidad de hacerlo también desnuda. La cría tiene 5 años. ¿Expresan los juegos de los niños de su edad esta presencia de la temática del emparejamiento, las exigencias percibidas y alguna posible y terrible vicisitud? Me da que no. ¿Recuerdan al cocherito leré, cuyas pretensiones quedaban rechazadas? ¿Y al barquero al que la niña decía que no era bonita ni lo quería ser? ¿Por qué lo diría si ser bonita es una aspiración casi universal? Sigan la letra y se darán cuenta: las niñas bonitas no pagan dinero. ¿Qué pagan entonces? ¿O solo pagan las feas? ¿Quién decide la belleza o fealdad? El barquero, está claro. Don Federico, otro que tal baila, mató a su mujer para casarse con una costurera e inició una cadena de crímenes y vilezas que se siguen cantando. Antón Carabina, el cocherito leré, el barquero y don Federico son un hatajo de impresentables, unos violentos y otros rijosos. Parece sintomático que estas canciones y retahílas subsistan sin demasiada crítica. ¿Pasaría lo mismo si se cantara otro tipo de violencia? Si buscamos juguetes adecuados, sí, ¿no?, no estaría de más proponer, como juego, con concentración bruegeliana, un reto, no ya cambiar estas letras, está bien que exista el pasado para saber cómo construir el presente, sino escribir otras que acompañen la vitalidad que expresan palmas y saltos. ¿Se animan?