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Curanderos en Navarra

Algunos llegaron a hospitalizar pacientes en sus casas

Curanderos en NavarraCedida

A partir del siglo XIX hubo en Navarra curanderos míticos, que carecían de cultura pero utilizaban imaginativos métodos con los vecinos de sus pueblos. Algunos de ellos aparecen en el libro de Javier Álvarez Caperochipi, que ha contactado con familiares de estos curanderos para conocer aquella época.

Dos de las más famosas fueron las curanderas de Auza y de Ilarregui. Caperochipi tuvo que desplazarse hasta Marbella para estar con una nieta que le dio fotografías e información sobre su abuela. Estas curanderas, que vivían a 30 kilómetros de Pamplona, se especializaron en fracturas. Con cartones y vendas sujetaban los huesos rotos, donde se iba haciendo callo y se volvía a producir una unión. Además, como tenían una casa muy grande incluso hospitalizaban a la gente y si había que curar perros u otros animales también los atendían.

En la Ribera destacó un hombre llamado Cebalobos, que vivía en Corella. Pasaba consulta en la cuadra y se las daba de adivino pero la realidad es que hacía muchas preguntas a sus pacientes y luego falseaba sus predicciones. A una mujer llegó a decirle que para acabar con el reuma se lavara los pies y se bebiera el agua con la que se los había lavado. Realmente él curaba lo que podía, daba muchas hierbas y con algunas acertaba. En 1910 con la invención de los rayos X, Cebalobos perdió gran capacidad para seguir realizando su labor, así que se inventó una caja con una vela detrás por donde hacía pasar a sus vecinos diciéndoles que así los podía ver por dentro.

La localidad navarra de Eguillor también tuvo un curandero famoso. Se trataba de su párroco, que pasaba un péndulo por encima de los pacientes y decía qué le pasaba a la gente. Aunque lo más importante de este caso es que empezó a usar el bicarbonato, aunque no lo utilizaba solo para los dolores de tripa sino que lo recetaba para todo, incluso para echárselo por encima para sanar el reuma. Más reciente es el llamado Brujo de Burlada, que ahora tiene unos 90 años. Maniobraba muy bien las hierbas, las mezclaba y las recetaba a todo el pueblo, convirtiéndose en maestro de hierbas de la localidad. A nivel más general y seis siglos antes, cabe destacar a los barberos y sacamuelas. Los primeros fueron herederos de la cirugía que realizaban los monjes. Cuando el papa Inocencio III les prohibió seguir realizando labores médicas, los barberos, que pasaban muchas horas con ellos, tomaron el testigo, a pesar de que su formación era prácticamente nula. En el caso de los sacamuelas, se trataba de personas crueles que ganaban dinero a costa de contar historias como que había un gusano en los dientes y que era necesario extraerlos. Además, mentían a sus pacientes y les decían que podían sacar la muela sin dolor.

Para conseguir esto tenían tres métodos, contar con un compinche que se metía una muela en la boca atada a un hilo y representaba la acción, pagar a los pobres para que se dejaran sacar las muela sin gritos o utilizar tambores para que no se escucharan los alaridos de los pacientes.