Mi amiga Mónica tiene este año un calendario de taco. Me consta porque algunos días me manda fotos de la hoja correspondiente con su número y su frase. Hasta ahora, le ha parecido oportuno enviar una reflexión de Fromm sobre la importancia de la sed de amor, otra de Picasso acerca de la naturaleza del arte, un aforismo de Lichtemberg sobre el ingenio y un proverbio africano que comento en breve. Las fotos no llegan todos los días ni su contenido sigue una pauta numérica o temática clara. Me es ajeno el criterio que las encamina. Tiempo. La frase a la que me refiero corresponde al día 7, lunes, y dice que hace falta un pueblo para educar a un niño. La leí y se fue armando una madeja que sería costoso desenmarañar pero que tenía dos cabos: admiración y emulación.

La RAE dice que emular es imitar las acciones de otra persona procurando igualarlas e incluso excederlas y que admirar es tener en singular estimación a alguien o algo, juzgándolos sobresalientes y extraordinarios. Ambas palabras no son intrínsecamente contrarias, pero las elijo para nombrar dos formas contrapuestas de fijarnos en los demás que me remiten a experiencias tempranas, escolares, y tengo una opinión sobre sus posibilidades educadoras y felicitantes. De ahí la conexión con el niño y el poblado pasando por Fromm.

A mí, como a ustedes, desde parvulitos se me propusieron modelos para emular, unos comunes, otros específicos y otros optativos. Nunca quise igualar ni menos exceder los logros de Luis Ocaña, por ejemplo. Pocas personas eran emulables y siempre estaban propuestas desde arriba. Para ser buena/o, perfecta/o, educada/o... (completen), una/o debería ser como ... (hagan memoria). En mi clase, de muy retaca, había una niña modelo. Conocí luego a alguna más. ¿Tuvieron también ustedes un compañero o compañera modélicos? En aquella época de bandas, cuadros de honor y medallas, tenían sus mentores y propagandistas entre el profesorado. Yo les profesaba una tirria soberana por más que las pobres no hubieran hecho nada para merecerla. Bueno, algo hacían, se dejaban querer de una forma desconsiderada, excesiva y nada igualitaria. En cualquier caso, los modelos producen frustración. No puedes pasar de ser una imitación cuyo término de comparación siempre está fuera y es universalmente visible. El modelo te des-vive. Se apoya en ti que lo miras.

Por el contrario, la admiración parte de la agradable experiencia de que lo que la otra persona tiene es bueno, es bueno que lo tenga y es bueno que sea así porque ni me agrede ni me ningunea, al contrario, su cercanía me hace bien. Me mejora la vida. Me inspira. Reconocerlo me hace disfrutarlo. La admiración es expansiva, democratizadora y antielitista, podemos admirar muchas cosas de muchas personas, de todo el pueblo, sea africano o no, y ese ejercicio nos hace ver lo que cada uno tenemos también de admirable.

Si Mónica sigue mandando fotos, les informo.