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Inmersión: La última parada del 'Open Water Diver'

el curso que ofrece la escuela buceo mistral termina con cuatro clases prácticas en aguas guipuzcoanas

Inmersión: La última parada del 'Open Water Diver'Patxi Cascante

El sábado a las 8.00 horas de la mañana, el equipo de buceo estaba listo para partir a Hendaia. Con una hora de coche por delante, los alumnos del curso de Buceo Mistral ya tenían todo preparado para sumergirse en aguas guipuzcoanas, algunos por primera vez y, otros, una vez más de las tantas que llevaban a cuestas. Tras descargar los equipos de la furgoneta, los presentes recibieron los últimos consejos antes de subirse en la lancha y dirigirse a una de las calas de Fuenterrabía. Pero, para llegar hasta allí, los alumnos del Open Water Diver llevaban un largo camino recorrido.

Sorprendía la cantidad de personas que se apuntaron a la aventura tempranera, y es que en Navarra la afición por el buceo es mucho mayor que en otros lugares.

Los que sueñan con ver corales, bancos de peces o estrellas marinas han de hacer un recorrido que pasa por la teoría y la práctica antes de poderse deleitar con las maravillas que se esconden bajo el mar. En total, seis clases teóricas y seis horas de prácticas en una piscina son las fases previas a las cuatro inmersiones, también obligatorias, en el mar. Horas en las que los que se inician en el buceo aprenden a defenderse dentro del agua, a poder salir de un apuro y, sobre todo, a disfrutar. La edad mínima es de 12 años, y no se pide ningún requisito especial. El título habilita a todo aquel que lo obtenga al buceo autónomo, acompañado de otro buceador de la misma categoría. Además, la titulación permite poder bucear en cualquier sitio, ya que es de ámbito mundial.

Una vez superadas las horas teóricas y las prácticas en las piscinas de Anaitasuna, llega el turno de la verdad, de sumergirse en el mar y probar si el trabajo previo ha surgido efecto. Para algunos, esas horas de prácticas pueden con los nervios, pero la mayoría coinciden en que no tiene nada que ver, puesto que el mar es un espacio amplio, donde no ves a la vez la superficie y el fondo. Nada que ver con una piscina de cerca de dos metros de profundidad donde se practica durante seis horas.

A las 10 de la mañana sale el primer grupo de buceadores en el barco para estar cerca de dos horas por el mar guipuzcoano. A las 12.30 horas llega el turno del segundo grupo. Hay muchos que, sin poder resistirse, repiten. El objetivo, encontrar todo tipo de peces y, este sábado en especial, unos huevos de tiburón que estaban más a la vista de lo que parecía en un principio. El resultado, un montón de comentarios satisfactorios y llenos de asombro sobre la jornada, incluso por parte de aquellos que acumulan centenares de inmersiones. Y, sobre todo, ganas de que llegue el próximo fin de semana para repetir la experiencia.

en primera persona

El bautizo

El día anterior a catar la experiencia los nervios ya afloraban entre los que partirían al día siguiente, entre los que se encontraba la autora del texto. Con el traje, las aletas y la botella en la mano, solo se podía pensar en las miles de cosas que podrían pasar tantos metros por debajo del agua. De lo que no tenían ni idea quienes se sumergirían por primera vez era de que la mañana siguiente sería para no olvidar.

A las ocho de la mañana, cada uno ya tenía en la mano su respectiva caja con el equipo para llevar a cabo la inmersión. Antes de llegar a Hendaia, se hizo una pequeña parada para almorzar, bajo los consejos de "no comas mucho, que después hay que subirse a un barco".

Al llegar allí, los primeros en partir, que eran casi todos, recibieron la última clase sobre cómo montar el equipo y qué hacer en caso de emergencia. Después, tocó el turno a los demás. Con ayuda de los instructores, se prepararon todos los utensilios necesarios para esperar a que volviera el barco y, con el segundo grupo, partir hacia una cala tranquila donde bucear.

Llegó la hora. Los que volvían lo hacían sonriendo, aunque eso no hizo que se fueran los nervios. Quince minutos después de montarse en el barco, los expedicionarios ya estaban en su destino. Por el camino, Ángel Gómez, el dueño de Buceo Mistral, dio los últimos consejos sobre cómo debían moverse debajo del agua y los gestos claves para poder entenderse unos a otros.

La forma de desembarcar del barco parecía toda una azaña, aunque todos lo hacían de forma que resultara sencilla. Una mano en la máscara, otra en el estómago y al agua patos. El grito de "¡libre!" del instructor significaba que el camino estaba despejado para poder saltar del barco. Al cabo de dos segundos, los que se tiraban ya asomaban las cabezas por encima del agua. Hubo un corto tiempo de adaptación a qué era eso de meter la cabeza dentro del agua y poder respirar por la boca. Casi todos ya estaban acostumbrados a la sensación, aunque seguían creyendo que era algo increíble. Entonces, llegó el turno de bajar hacia el fondo del mar. Por parejas y siempre con un instructor cerca, los buceadores descendieron por la cuerda del ancla para empezar la aventura.

Fueron cerca de cuarenta minutos bajo el agua donde los exploradores se mezclaban con los bancos de peces y la coral rojiza que cubría todo el fondo. Las corrientes frías y cálidas de agua guiaban a los buceadores por el fondo y los desplazaban a un lado o al otro. Una brújula en la muñeca resultó de máxima utilidad para poder orientarse en un espacio en el que era imposible saber si el Sur estaba en el Norte o el Este en el Oeste.

Después de cuarenta minutos a quince metros de profundidad, los buceadores empezaron a subir a superficie para volver a tierra firme. El camino de vuelta en el barco se llenó de caras de asombro y de bromas que zanjaron una mañana redonda, en la que la reportera realizó un bautizo que jamás olvidaría.