“Puede uno sonreír y sonreír y ser un malnacido”. De cemento armado
Hagamos frente a los y las sinvergüenzas
pamplona - Los y las caraduras no se paran en barras. Bien es cierto que también es cuestión personal y colectiva afear su conducta y pararles los pies. Si miramos hacia otro lado y tragamos para evitar una bronca, estaremos alimentado el monstruo.
J.V.: Empecemos distinguiendo a esas personas que tienen un desparpajo más o menos simpático y que no lesionan a nadie de quienes no se paran en barras y se aprovechan o joroban a los demás.
-I.Q.: Buen matiz. Hay gente que tiene una manera de pedir que parece que está dando, y que utiliza esa cualidad solo cuando es imprescindible. Lo hacen con estilo y con buen humor, y casi siempre dejan traslucir su intención y con ello van pidiendo perdón de forma adelantada. Estas personas no tienen inconveniente en reconocer en algún momento lo que hacen. Las otras son mentirosas compulsivas, que utilizan a los demás sin importarles mucho las consecuencias que pueda tener su conducta. Son cortoplacistas porque se les detecta pronto, y no suele ser fácil que te la vuelvan a hacer. Eso no quita para que vayan haciéndosela a otras personas.
J.V.: Los del segundo tipo que te hablaba son una especie creciente, diría yo.
-I.Q.: Sí, sobre todo en determinados ámbitos. Existe una cultura del éxito arrollador e inmediato que ha generado una pauta de conducta nada solidaria ni respetuosa y que consiste en que el fin justifica los medios, todo ello expresado en su forma más insolidaria y salvaje. Luego no vuelves a saber de esas personas a menos que vuelvan a necesitar de ti. Si necesitasen de ti, en esos momentos hacen como que no se acuerdan y tras una introducción amable en la que te halagan, vuelven a la carga.
J.V.: Caractericémoslos. De entrada, unos egoístas -cuando no ególatras- como la copa de un pino.
-I.Q.: Sí, personas insolidarias, infantiles en tanto en cuanto no saben aceptar un no por respuesta, y son intolerantes a la frustración, no respetan a nadie y todo lo malo que les ocurre es culpa de los demás, que no saben apreciar sus encantos y habilidades. Son personas sectarias y por lo tanto, sin crítica. Casi siempre utilizan un lenguaje que encierra una cierta violencia y que no respeta a los demás, buscando ganar espacio a costa de generar incomodidad y/o miedo. Te transmiten también que si no te prestas a ayudarles, acabarán contigo.
J.V.: Y por eso mismo, incapaces de ponerse en la piel de los demás. O quizá, simplemente no van a perder el tiempo en hacerlo.
-I.Q.: Ambas cosas. No pueden porque no les interesa. Esto de ponerse en la piel de los demás, también se ejercita como tirar de la línea de 6,75 o hacer un mate, ahora que lo acabamos de ver en los medios de comunicación. No hay nada que no se pueda aprender en mejor o peor medida, pero si te aplicas, progresas. En la comprensión también.
J.V.: En ocasiones, son muy osados, o por lo menos, actúan con gran confianza. Quiero decir que se te cuelan en la carnicería o aparcan en el paso de cebra como si no aguardaran reproche.
-I.Q.: Y no lo suelen recibir. En esto, el colectivo tampoco tira mucho de empatía. Cuando una de estas personas se excede y no respeta a los demás, no suele haber una respuesta colegiada del grupo que le recuerde de forma exquisita que debe esperar su turno. Si se te ocurre decirle algo, te vas a encontrar solo y como el bicho raro que tiene mal humor y ganas de bronca. En otros lugares se te ocurre por error transgredir una norma, y se te acercan media docena de personas que te recuerdan que no lo estás haciendo bien y te invitan a rectificar tu comportamiento. Esta cultura de entender que eso de recordarle a la gente que se excede es “meterse en líos” no es acertada porque permite la progresión de las personas con la cara dura.
J.V.: La cosa es que cuando se les reprocha, aun se vienen arriba y niegan? o directamente, hacen una peineta y se diría que eras tú quien los ha ofendido.
--I.Q.: Así es. Te llaman fascista, que casi nunca saben lo que quiere decir en realidad, y ya han hecho el día. Eso es mucho más difícil cuando enfrente tienen un grupo de personas, bien encaradas pero dispuestas a pedir respeto. Desgraciadamente, eso no ocurre habitualmente.
J.V.: Vuelvo a los reproches. No se los hacemos por ahorrarnos una bronca, y creo que merece repetir que es un error por nuestra parte.
-I.Q.: Esas personas son las que desarrollan esa habilidad de convertir una petición amable (respete los turnos por favor) en un agravio que les da pie a levantar la voz y a amedrentar a quien les pide que rectifiquen.
J.V.: Una curiosidad. Se tiende a pensar que los jetas son los demás. Quien no recoge la caca que acaba de dejar su perro se queja del ciclista que va a todo trapo por medio de la acera? y viceversa.
-I.Q.: Sí, pero en el fondo y en la superficie, se sabe que no es así. Tenemos conciencia de lo que está bien y de lo que está mal desde nuestra más tierna infancia (entre los 5 y los 7 años), y una cosa es que en una cultura haya prácticas que se consideran de recibo cuando en otras no, pero una vez integrado en la segunda, eso ya no sirve y se sabe lo que no está bien.
J.V.: Una tentación ante estos comportamientos es imitarlos. Por aquello de no parecer los más tontos de la vecindad.
-I.Q.: Nunca. No sé quién decía “Bienaventurados sean mis imitadores porque de ellos serán mis defectos”, pero es una verdad esférica. Si imitamos a esa gente, hacemos nuestros sus defectos y estamos deslegitimados para quejarnos. En esta parte es muy importante el papel de madres y padres. He contemplado en otros lugares a un niño queriendo colarse y a su padre llamándole a un aparte para reprobarle su modo de actuar, con respeto, pero sin concesiones? y allí se fue a la cola. ¿Quién puede presumir de eso por estos lares?
J.V.: También es verdad, o eso me parece a mí, que cualquiera no está dotado para actuar así.
-I.Q.: No, sobre todo porque es muy aburrido y porque al final parece que el que lo haces mal eres tú. De eso vive esta gente, de exagerar sus amenazas para hacer retroceder a quien les recuerda que en el mundo hay un orden sencillo que conviene respetar.