Eid al Adha, a la navarra
Benyoussef y Aziza nos abren las puertas de su casa, nos invitan a celebrar con ellos, en familia, la Fiesta del Sacrificio. Una excusa para comer, rezar, reír y hablar juntos sobre la actualidad, las inquietudes y la vida de los de los más de 24.000 navarros musulmanes de la Comunidad Foral.
Hemos puesto a Benyoussef en un compromiso. El único reparo que tenía para invitarnos a su casa el viernes era cómo compatibilizar su apretada agenda. Su teléfono no deja de sonar en todo el día. “Sois muy bienvenidos, pero tengo que organizarme porque tengo mucho lío. Ya me había pedido en la fábrica el día libre para ir a la fiesta del Euskera el sábado”, nos dice. Benyoussef Amraoui es el presidente -“el presi”, como le dicen cariñosamente- de la mezquita Essalam de Villafranca. Nació en Guercif, al norte de Marruecos, hace 47 años, pero ha pasado casi ya la mitad de su vida aquí. Trabaja como carretillero en una gran empresa conservera y están en plena campaña del tomate.
Hamza Elhasanaoui, amigo de la infancia, sujeta al cordero antes de sacrificarlo. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
A la edad de 25 años Benyoussef consiguió un contrato de trabajo para emplearse en los invernaderos de Murcia. Cruzó el estrecho con todos los papeles en regla. Estaba recién casado y su hijo mayor, Sufyane -que hoy tiene 23 años-, solo era un bebé. A pesar de la energía e ilusión de empezar una vida nueva para su familia, Youssef se asfixiaba bajo aquellos toldos de plástico y sofocante calor. Así que su patrón le recomendó irse a la Ribera de Navarra, con un clima más benigno. Una tarde de 1995 se apeó en el andén de la estación de tren de Villafranca, al día siguiente comenzó a trabajar y desde entonces aquí sigue. Aquí ha nacido su hijo Riyad de 8 años, pero también es lo único que han conocido los gemelos Otmane y Hamza, de 18, que llegaron más tarde con apenas un año en brazos de su madre Aziza, de 42.
Esta es la historia de tan solo una de las familias que forman parte de la extensa comunidad de 24.400 navarros/as musulmanes, de los cuales 8.422 son nacidos o nacionalizados en Navarra. Familias que el pasado fin de semana festejaron el Eid al Adha. La fiesta del sacrificio, la gran celebración del Islam que conmemora el momento en que Dios, que había ordenado al profeta Abraham (Ibrahim) sacrificar a su propio hijo en un acto de sumisión y obediencia, decide en el último momento perdonar la vida del primogénito y matar un cordero en su lugar. Un relato compartido con judíos y cristianos y que sirve hoy de excusa para juntarse con la familia, comer cordero y festejar. Benyoussef y Aziza nos abren las puertas de su casa para celebrarlo con ellos. “Bastante trabajo tengo ya con cinco hombres todos los días, dos más no vais a ser problema”, nos dice Aziza para confirmar la invitación.
Detalle de los zapatos, en los casilleros de la mezquita. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
Es viernes 1 de septiembre, 7.30h de la mañana, y en la plaza Calahorra de Villafranca, a falta de quince días para que empiecen las fiestas patronales en honor a Santa Eufemia, ya se nota el ambiente festivo. No solo porque varios operarios están montando los tablones rojos para el vallado del encierro sino porque para muchos vecinos de este pueblo de 2.800 habitantes hoy y mañana también son días de festejo. Por las callejas del pueblo, se oyen risitas y gritos de los chiquillos que corretean y juegan. Niños vestidos de blanco, con pequeñas túnicas y otros incluso con kufí (un gorrito redondeado y plano). Y niñas con vestidos de colores. Son los villafranqueses musulmanes, hijas e hijos de las casi 70 familias que profesan el Islam aquí en esta localidad de la Ribera, unas 350 vecinas/os que hoy celebran la mayor fiesta del calendario islámico. Para los más pequeños de la casa el día ha arrancado fenomenal: estrenan ropas nuevas de regalo, cobran una paga extra y hay dulces hasta hartar.
El rezo principal del viernes termina en un multitudinario abrazo. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
Para Aziza Chairadi, la mujer de Benyoussef, el festejo es un “sacrificio” que ya empezó cinco días atrás. Lleva casi una semana cocinando con extraordinaria dedicación y detalle un elenco de dulces, pastas, mazapanes y miniaturas confitadas. Algunas con evocadores nombres como “las flores de dátiles”, “cuernitos de gacela” o “cigarros de almendras”. Cargados de azúcar tras probar estos turrones, marchamos hacia la mezquita para el rezo principal de este día grande. Dejamos en casa, embobados pegados a la tele viendo dibujos animados a Riyad, el hijo pequeño de Youssef y Aziza, y a sus primos que han venido desde Francia.
La mezquita Essalam de Villafranca es de las más antiguas y más grandes de Navarra, se inauguró en el año 2003. Está al final de la calle Bajo el Arco, donde ya termina el pueblo, al lado de la iglesia principal. Benyoussef, que es el presidente de la mezquita, junto con otras cuatro personas que forman la junta (tesorero, secretario y vocales), es el encargado de la organización y funcionamiento del templo. Y también son los que deben contratar a un imán, si así lo desean. Muchas mezquitas como la de Villafranca no tienen imán que dirija los rezos. “Cagüensos, es que no vale cualquiera para ser imán, ¿eh?”, dice Youssef con marcado acento ribero y cierta indignación.
“Es mejor no tener imán que tener a uno malo. Algunos se piensan que basta con saberse muy bien el Corán. Pues, no. Aquí quien venga tiene que ser un hombre con formación, con estudios homologados, de teología, con su diploma del Ministerio y aprobado por el consulado de Marruecos.
Queremos que la persona que venga esté bien y como le pagamos un salario, su seguridad social y todo, también poder exigirle y saber qué dice y qué hace. De momento, prefiero que no tengamos imán y gastemos el dinero en asuntos más importantes”, explica. Cuando han necesitado un imán, por ejemplo para el mes del Ramadán, lo piden al consulado de Marruecos, ven varios currículums, seleccionan y les envían a un religioso que pasará el mes con ellos: aprobado también por las autoridades españolas y todo en orden. Cuando termina, se va.
¿Y entonces cuáles son esos “otros asuntos” que le preocupan a Youssef y a los que destinan el dinero de los fieles? Principalmente, los niños y el propio pueblo de Villafranca. Tanto entre los musulmanes como no musulmanes, todos coinciden en que desde que Benyoussef es el presidente de la mezquita ha habido grandes cambios y todos a mejor. Una de las primeras medidas, hace dos años, que tomó Youssef fue algo tan simple como abrir ventanas en todo el recinto. La mezquita antiguamente fue un taller textil, es una nave industrial de techos amplios pero no tenía ventanas. Este simple gesto ya cambió la relación con los vecinos. Ahora cualquiera puede ver qué hay al otro lado. Incluso unos adolescentes que tenían un “pipero” (una bajera o local recreativo) al lado se acercaban por la noche a asomar la cabeza para fisgonear y cotillear qué hacían mientras rezaban. “Aquí no hay nada que esconder y la puerta siempre está abierta”. Durante el año organizan varias jornadas en las que invitan a autoridades y organizaciones: la alcaldesa, el párroco, la asociación de mujeres del pueblo, Guardia Civil, Policía Foral, asociaciones deportivas, culturales, todo el que quiera. Además han promovido visitas escolares. Los niños del pueblo salen a conocer la iglesia, la fábrica conservera y ahora también van de excursión a la mezquita.
“Mucha gente cuando viene se queda extrañada, dice: ‘Ah, ¿pero si aquí no tenéis nada? Claro, así es”, dice Youssef entre risas. “No sé, qué esperan encontrar, la mezquita es un lugar sencillo”, explica. No hay decoración en las paredes, ni armarios, todo es muy austero y modesto. Es una enorme estancia vacía, aunque muy acogedora con moquetas y alfombras bonitas, la pared revestida de madera y un púlpito blanco.
Youssef está convencido de que la mezquita deber ser un lugar de encuentro. Que lo mismo se puedan dar clases de inglés o de castellano que organizar jornadas culturales. “Tengo muchas ideas, pero poco tiempo y energías”, explica. “Aquí se han hecho talleres de caligrafía árabe, de cocina y? hasta hemos metido castillos hinchables para los muetes”, añade. Y nos enseña fotos del día de los niños con música, futbolines, pingpong y los hinchables dentro de la mezquita. Youssef además está disponible para todos los saraos que le invitan de vuelta: el día del Euskera, interpretar al rey moro Ibn Muza en un teatrillo sobre historia del pueblo o campeonatos de fútbol.
Y en vez de destinar dinero al imán, Youssef tenía claro que había que cuidar a los niños: organizar mejor las clases de árabe y de religión que recibían los más pequeños. Antes niños y niñas de todas las edades y niveles recibían clases mezclados, tenían libros viejos y usados -heredados o comprados en mercadillos- y las clases las daba como podía algún voluntario. “Eso no puede ser. El rezo es algo íntimo, y cada adulto puede gestionar su fe, pero la educación de los chavales es cosa seria”. Así, ahora las clases están planteadas por niveles, horarios y entre los padres y madres pagan unas cuotas. Con ese dinero, unos 120 alumnos reciben clases de Safaá, una señora que viene desde Tudela y que tiene formación en lengua árabe y experiencia como maestra. Le pagan 400 euros. De igual manera han comprado libros nuevos, homologados y del Ministerio de Educación de Marruecos. Tanto para las clases de religión como las de lengua. Algunos tienen en la portada dibujos Disney del Rey León o Aladín. Otros se parecen mucho a los libros de catequesis.
LA MEZQUITA Y EL REZO
Besos, abrazos y “salamalekums”
Son las 8:30h de la mañana y comienza el rezo principal. Las mujeres han entrado por una puerta lateral hacia la parte de arriba. Los hombres nos quedamos en el recinto de abajo. La gente llega poco a poco. Cada uno con sus mejores ropas. Unos hombres con unas bonitas y tradicionales chilabas blancas se ponen en la primera fila. Otros, los más jóvenes, llevan modernas blusas hipsters con colibrís de colores estampados, camisas de cuadros, camisetas con rascacielos de Nueva York y gafas de sol. Incluso hay quien considera que su mejor atuendo hoy es el último modelo de chándal del Real Madrid. Lo mismo las mujeres, algunas con vestidos estampados de colores vivos y otras, en cambio, con velos negros. Cada cual, a su manera.
El rezo hoy lo dirige Boutayed Boukabus, un vecino de Villafranca de 42 años, que llegó a la localidad ribera en el año 1992, cuando apenas tenía 17 años. Ahora, él tiene cuatro hijos, dos chicas y dos chicos, obviamente nacidos en Navarra. A falta de imán, en estos días los rezos los coordinan voluntarios, pero de confianza. Boutayed se dedica al comercio de injertos en árboles frutales y es bien conocido y querido por todos. Es un hombre de hablar suave, dulce y sosegado. Y cariñoso. A pesar de ser flaco y parecer frágil, nos da la bienvenida con un efusivo abrazo y nos estruja con fuerza contra su pecho. Sin tiempo para reaccionar, sin dejar de sonreír, nos suelta el margen justo para zarandearnos y darnos dos besos. Hoy es un día de besarse todos los miembros de la familia. Es obligado. De hecho, el rezo termina así, con un intercambio de achuchones y “salamalekums” (“la paz sea contigo”, se dicen repetidas veces).
Al salir de la mezquita, se acerca un coche de la Policía Municipal, baja un agente y va a buscar a nuestro anfitrión. “Eh, Youssef, aquí tienes, una carta del Ayuntamiento”, le dice. Le entrega un sobre que contiene una felicitación personal de Delia Linzoáin Pinillos, alcaldesa de Villafranca, con motivo de la pascua musulmana.
Omar que ha venido con sus parientes desde Vitoria-Gasteiz pide sacarse una foto con el cordero. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
A las 11 de la mañana, en el patio trasero de una casa, quizás mirando hacia la Meca si no se revuelve mucho, rodeado entre los restos de una lavadora desguazada, un televisor roto, un Volkswagen Passat y una vieja furgoneta Ford. Allí, va a terminar su vida en breves instantes el cordero que Youssef compró por 150 euros y encargó hace meses, junto con su hermano Bachir, a un ganadero de Marcilla. Y que se lo van a estar comiendo durante los próximos tres días. “Ahora muchas familias por culpa de la crisis, aprovechan y comen cordero siete días o hasta diez”, explica Youssef.
Hamza Elhasanaoui, un amigo de la familia -un joven parlanchín de 23 años- sujeta al borrego para que no se agite. Boujama Elhaich, de 49 años, y vecino también del pueblo con cinco hijos nacidos aquí va hacer de matarife. Boujama se aproxima al animal con tranquilidad, lo acaricia un poco, le estira el cuello y con un cuchillo muy afilado? ¡ras! Lo degüella con mucha elegancia, con un corte limpio, impoluto. El acto principal que da nombre al Día del Sacrificio ha sido anecdótico, breve y lo único realmente místico ha sido lo silencioso del momento. El cordero no ha emitido casi ni un solo sonido. Sale sangre a borbotones, un chorro denso que dejará vacío al animal. “Yo no sé hacer esto bien y prefiero traerlo a un amigo que tiene más experiencia y el animal no sufra”, aclara nuestro anfitrión. En realidad el Día del Sacrificio tiene más relevancia en el hecho de sentarse a zampar con familia y amigos que con el cordero en sí. Hoy en Villafranca se sacrificarán unos 60 corderos.
Lo que sigue a continuación es tedioso: más de 45 minutos de carnicería, en la que Boujama va a sudar la camiseta afanado en cortar, despellejar y limpiar el cordero recién sacrificado. Boujama empieza a desollar al carnero. “Ris, ris, ris”, separa la piel de la grasa y el músculo como si fuese un abrigo pegado con velcro. El ayuntamiento ha instalado contendores y recogida de basura especiales hoy para estos restos orgánicos.
Tres niños, Ahmed, Ayoub y Omar, observan la tarea y la matanza anonadados. Dos de ellos, han venido desde Vitoria-Gasteiz para celebrar este día con amigos de su familia aquí. “En Gasteiz no matamos el cordero, no se puede en la ciudad”, nos dice el más mayor de ellos. “¡Ay, qué asco!”, dice otro. Y señala a Pedrito, el gato de la familia que por fin ha conseguido lo que quería: atrapar un trozo de cordero. Ahí está Pedrito comiéndose los mondongos. Otros niños se ríen. Se beben una coca-cola y se van al patio a jugar con el gato. El interés de la matanza va decreciendo. Salvo por cuando desmadejan el intestino, que se acercan a echar un vistazo. Aparecen más niños, con bolsas de chucherías que han comprado con la paga extra que han cobrado esta misma mañana. Vienen a buscar una pelota. “Bueno, ¡agur!”, se despide Omar y abandonan la improvisada carnicería.
EL BANQUETE VECINAL
Universitarios y deportistas
Pasadas las 13h, la calle Tafalla de Villafranca ya huele a barbacoa. En ambas aceras se abren las bajeras de par en par y cuadrillas de hombres y mujeres andan ahumando la calle con sus parrillas. Una vecina presta a Youssef el asador para la costillada. Por el camino, se van saludando todos. “¡Eh, pásate luego al almuerzo!”, le dice Youssef a su vecino de abajo, José Arrondo, de 70 años, que pasea con sus nietas Leire y Ainhoa, de 3 años. “Oye, ¡dile mejor a este que te invite, que su cordero tiene buen jamón, buena pata!”, vocifera Said señalando a su hermano Ahmed. “Me encantaría, pero mi mujer está trabajando y hasta que no vuelva la jefa a casa no puedo probar bocado, ella manda”, grita entre carcajadas Ahmed. Así con este cachondeo y buen humor, la comida del mediodía es algo bastante informal, en la que parte fundamental de esta fiesta es -según manda la tradición- compartir un tercio del cordero con amigos y vecinos. Otro tercio se ofrece a los pobres y necesitados.
En las calles de Villafranca, Youssef se cruza con vecinos y amigos a los que invita a almorzar junto a su familia. Ellos le felicitan en este día tan especial. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
En la bajera de casa de Youssef azuzamos ya las brasas para asar la carne. Pero antes, el aperitivo principal, el boulfaf, el primer manjar de este día que abre el festín y al que muchas familias llevan todo el año esperando a comer: unas brochetas elaboradas con daditos de hígado del cordero, envueltos en la grasa que revestía el propio estómago del animal. Aziza prepara estos pinchitos morunos, y en el trajín del banquete, es la última en sentarse comer. Aziza, como muchas madres, tías y mujeres, que aún hoy en nuestras cenas de Nochebuena, siempre pasan más rato de pie de un lado para otro, que disfrutando del banquete. Mientras, Youssef se acerca al fuego y toma el relevo a su hijo Sufyane. Y le dice aquello de “anda, quita, que tu no sabes”, “échale sal”, “se te va a quemar”, “me estás mareando las brasas”.
Durante la comida, va y viene gente. Pero ya estamos todos reunidos. Sufyane, de 23 años, los gemelos Hamza y Otmane, de 18, y el pequeño Riyad, de 8. Hamza es el último en desperezarse, se le han pegado las sábanas. Junto a sus hermanos están trabajando ahora estos días en la misma empresa conservera que su padre. Los tres hermanos trabajan en verano para sacar un dinerillo con el que pagarse sus estudios y ayudar a sus padres con los gastos de las matrículas. Otmane estudia en la universidad de Alcalá de Henares un grado de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, empezará su segundo curso dentro de unos días, este año ha aprobado todo el curso y con buena nota. Pero “Madrid es muy caro”, nos dice. Aunque el curso empieza esta semana, Otmane estirará estos días de vacaciones para estar en fiestas de Villafranca que son el día 15. Su gemelo, Hamza comienza este año unos estudios de Comercio Internacional en Zaragoza. El curso anterior se marchó a Tarragona, a la universidad, donde comenzó a estudiar para ser profesor de Educación Infantil, pero no le convenció. Además, al ser el único alumno castellanoparlante todas las asignaturas se impartían en catalán. “Pues, sí, un poco locura lo del idioma”, nos confiesa entre risas.
Tanto para él como sus hermanos su principal lengua es el castellano, es en la que han crecido y vivido. Aprendieron árabe en la mezquita en clases extraescolares y aun, como cuenta Otmane, tienen dificultades para escribir y leer en marroquí. Además hasta sexto curso de Primaria recibieron clases de euskera en el colegio público El Castellar de Villafranca. “No lo uso mucho, pero algo sé”, dice Otmane. Además de todo eso, también se manejan en inglés. Sufyane, el mayor, está terminando un Grado Superior de Producción Mecánica en Tudela, antes ya estudió un FP Medio. Además, aprende peluquería y estilismo por su cuenta y ha instalado en el garaje de su casa una pequeña barbería para sus amigos y es aficionado a la fotografía.
Pero sobre todo, los tres hermanos son unos deportistas natos y se pasan el día discutiendo de fútbol. Sufyane es del Barça, el resto de su familia es del Madrid. De hecho, la televisión -que como en casi todos los hogares navarros aquí preside también el salón, con permiso del Corán que está en la esquina- pasa el día en disputa el zapping entre los dibujos animados, el eterno programa vespertino de cotilleos de Telecinco y, sobre todo, GolTV y Teledeporte.
Aziza prepara el boulfaf, unas brochetas de hígado. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
Finalizado el banquete, recogemos entre todos la mesa. Hamza y Otmane limpian el mantel, y los demás ordenamos el resto. Aziza trabaja ahora exclusivamente en casa, pero hasta hace poco además estaba empleada también en una fábrica de serigrafía, que hacían camisetas y también etiquetas para las latas de conserva, pero la factoría fracasó y cerró. Mientras trabajaba allí reconoce que Youssef también sí que le echaba una mano en casa. Ahora es Otmane desde Madrid el que llama por teléfono a su madre para aprender a cocinar y ser autosuficiente. “Me fui de casa sin saber freír un huevo”, nos confiesa el joven, que vive en una residencia de estudiantes. “Y ahora gastamos más en teléfono que en comidas”, dice con guasa el padre.
Después de comer nos entra un poco de modorra y nos parece un buen plan sestear. Por la tarde, vendrán a casa Bachir, el hermano de Youssef que vive en Marcilla, su mujer Suad y sus hijas. Andan por ahí también los parientes franceses y otros amigos de la familia, bebiendo té y comiendo pastas. Por la noche, cenaremos ya en casa parte del cordero guisado.
EUSKARAREN EGUNA
Txistorra ‘halal’ y té moruno con vino
Al día siguiente, sábado, en la misma plaza Calahorra de Villafranca otra vez hay fiesta. Esta vez desde primera hora de la mañana se oyen los sonidos de las trucas de los zanpanzarres, las gaitas, y más hacia el mediodía el chiflido de los txistus. Es el IV Euskararen Eguna. Finalmente Youssef cambió su día libre en el trabajo por nuestra culpa, para estar libre el viernes así que hoy sábado ha madrugado para currar en el turno de mañana en la fábrica. No podrá ir al almuerzo del día del euskera.
Aberrahim, Yolanda, Saad, Zakariya y Nerea posan en la plaza chica. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
“Oye, ¿habéis estado en la txistorrada musulmana?”, nos pregunta Miren Peralta, una vecina de Villafranca. Sin darnos tiempo a contestar, nos saca de dudas ante semejante asunto: “Son salchichas de cordero, hechas con el rito halal, bueno como hacen ellos, no sé cómo, pero es que están buenísimas. Las prepara un vecino todos los años y yo ya no como de las otras”. Nos cuenta que también mujeres musulmanas del pueblo aportan dulces y otros hombres llevan té moruno (bien cargado de hierbabuena) para acompañar al vino que sirven.
El encargado de elaborar este manjar para el almuerzo del Día del Euskera, es Mezian Safyoun (y su mujer Fátima) que desde hace años aporta como aperitivo estas salchichas islamizadas. Mezian, que llegó a presentarse en 2015 en las listas de la Agrupación Independiente de Izquierdas de Villafranca, es el vecino de arriba de Yolanda Yoli Baztán, de 61 años. Yoli es la dueña del restaurante La K-Va y una de las organizadoras de este día de la lengua y la cultura vasca. En su bar andan remoloneando toda la tarde los hijos pequeños de Mezian -Abderra, de 12 años, y Zaccariya de 9-; les acompaña otro amigo Saad Lisane, de 7 años, que se entretiene con los txistularis. “Abderra, ¿has visto qué hora es? ¿has merendado ya?”, le dice Yoli. Hace un año a Abderra le diagnosticaron diabetes, ahora se tiene que pinchar insulina y Yolanda y su hija Nerea son las que vigilan sus horarios.
Yolanda, sus hijas y su madre, “la abuela Paz” viven en el mismo bloque y junto con la familia de Mezian y Fátima y todos juntos han creado una misma y nueva familia. “Que ellos viniesen a vivir a nuestra casa y fuesen nuestros vecinos ha sido lo mejor que nos ha pasado en los últimos años. Nos ha cambiado la vida”, cuenta con rotundidad Nerea Sáez, la hija de Yoli. “Ahora hay niños en casa y eso es una alegría. Ellos son mis hermanos pequeños, los hemos criado en mi casa, nos han dado mucha felicidad”, confiesa. Mientras de fondo suenan las trikitixas y Nerea baila un zortziko; Saad, de 7 años, nos informa diligentemente que ha estado también en el pintacaras en euskera con Inés Kliliche, la hija de 17 años de Radouane, que es la que le ha maquillado.
Radouane es amigo de Youssef, preside la asociación de marroquíes de la localidad, y actualmente es entrenador de los juveniles del Club Deportivo Azkarrena de Caparroso y asegura con humor y orgullo que cuando llegó a Villafranca en 1994 fue además el “primer jugador internacional del Alesves”.
Radouane, tiene 50 años, y hace un par de años atrás, sufrió un accidente laboral y perdió cuatro dedos de la mano derecha, le reconocieron cierta invalidez e incluso le buscaron un empleo en un taller ocupacional. “Aquello me mataba del aburrimiento. Algunos días teníamos trabajo y otro, no. ¡Eu, que yo no sirvo para estar horas tomando café o té y sin hacer nada!”, dice con mucho nervio. Renunció a ese trabajo y a las posibles ayudas que podría cobrar, se puso a trabajar de nuevo. Al tiempo se hizo socio de la empresa de serigrafía y etiquetado donde también empleó a Aziza -la mujer de Youssef-. “Luego dirán que si estamos todo el día con subvenciones o ayudas, joder, nosotros generamos empleo, en esa empresa contratábamos gente del pueblo: navarros, españoles, marroquís, ecuatorianos, quien fuese que trabajase bien”, explica.
Ahora Radouane ha vuelto a trabajar, pero denuncia que algunas empresas de la zona han decidido por sistema no contratar marroquíes. “Es un desastre para todos y no es ya una preocupación para mí, que ya soy viejo pero ¿qué futuro les espera a mis hijas?”, dice indignado pensando en Inés, Jasmine y Noor. “Luego, nos preguntan sobre integración, educación y todas esas cosas, pero los jóvenes necesitan empleo, porvenir. Mis hijas han nacido aquí, son navarras. Es más, las ha criado gente de aquí. Mientras mi mujer y yo trabajábamos y no teníamos tiempo de estar en casa contratamos y pagamos a una chica del pueblo para que cuidase a nuestras hijas para que hiciese de niñera”, concluye. “Convivir no es solo estar en bar o en la plaza juntos, es algo más”, dice determinado.
EL TERRORISMO Y EL PERJUICIO
Pancartas usadas una y otra vez
Es ya el final del sábado, pero la puerta de casa de Youssef sigue abierta. Inrrumpe en el hogar, Kaddour Bentaleb Belfadil, que ha venido desde Marcilla, donde desde hace 17 años es presidente de la comunidad islámica de este pueblo vecino.
El retrato de Boutayed Boukabus, vecino del pueblo, que voluntariamente ha dirigido el rezo y el sermón en la mezquita. FOTOGRAFÍA: UNAI BEROIZ
Kaddour organiza al día siguiente en Marcilla una concentración de rechazo a la violencia terrorista, en condena a los atentados de Barcelona y en solidaridad con las víctimas. Ha venido hasta casa de Youssef para pedirle prestadas las pancartas y carteles que usaron aquí en Villafranca unos días atrás. Kaddour viene azorado: lleva todo el día gestionando los permisos para la manifestación, está agotado. La última anécdota del día, ya se la toma a risas: “He ido al cuartelillo de la Guardia Civil, para pedir el permiso a la Delegación del Gobierno, y va y el que está allí en el mostrador me pregunta que haber qué opino, qué me parece todo esto de los atentados, pero, ¿ cómo que qué opino? ¡Pero no ves que estoy tratatando de organizar una manifestación de condena! He sido educado, pero casi me despatarro”. Y resopla. “Es asqueroso, lamentable, es doloroso”, dice en Youssef referencia a los atentados. “El primero que vio las noticias de los atentados fue Sufyane, lo vio en Facebook o en la red, me lo enseñó y vino enrabietado, cabreado, fuera de sí”, cuenta Youssef. “Luego ya más calmados, nos echamos a llorar”, prosigue.
“Es que es terrible. Pero es terrible para todos. Para nosotros siempre que pasa algo así, que unos locos, unos fantáticos, unos asesinos, hacen una bararidad es como comenzar de cero. Es agotardora la sensación de que te pasas la vida limpiando el nombre de tu comunidad. “Mira lo que han hecho esos moros”, te dicen en la calle. A mi hija mismo, en la escuela la dejaron llorando un día. Es como poner un contador a cero, como sin todo lo bueno que has hecho no sirviese: tener que ver miradas raras, comentarios en el trabajo y... en fin. Es cansado, pero ahí vamos a estar, vamos a resistir, no vamos a dejar de luchar, saldremos a manifestarnos las veces que haga falta, para demostrar una y otra vez que somos gente de paz, que somos gente de aquí”, explica el marcillés Kaddour.
“Bueno, la verdad es que yo nunca he tenido ningún problema, la gente me conoce, conoce a nuestra familia, somos de este pueblo y la gente nos quiere. No le doy más vueltas”, dice pragmático Sufyane.
“Lo que nos pasas a los inmigrantes -nos confiesa más tarde Youssef en un momento más íntimo- es que al viajar lo perdimos todo. No somos ni de aquí ni de allá. En Marruecos, cuando voy ahora que ya falleció mi madre solo hay una casa vacía, muy triste, y para los vecinos soy “el español”; aquí en Villafranca por mucho que pasen los años, sigo siendo “el moro”, se sincera a solas Youssef. “Pero esta es la vida que escogimos, esta es la historia del inmigrante”.
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