– ¿Qué hitos destacaría de estos veinte años de AFFNA-36?

–La asociación se crea en 2002 para impulsar actos y homenajes y para ser un lugar de acogida en el que las víctimas pudieran expresar sus sentimientos. El primer hito importante llega en 2003, cuando se aprueba una declaración institucional promovida por la asociación en el Parlamento de Navarra. Se reconoce que aquellos hombres y mujeres del 36 fueron vilmente asesinados sin juicio ni justificación y que, por contra, defendieron con sus vidas la libertad, el progreso y la justicia social. Luego, se emprenden exhumaciones, se empiezan a hacer homenajes como el que hay todos los años en la Vuelta del Castillo o el de Valcaldera y se promueven el parque de Sartaguda y la colocación de placas y adoquines tropezones. Después, la Ley Foral de Memoria Histórica se aprueba en 2013 y se están haciendo también muchos trabajos de memoria en San Cristóbal. Con todos estos hitos, se ha conseguido que la memoria histórica deje de estar escondida en un cajón y que la gente la conozca y vea que aquellos horrores se produjeron y que hay que denunciarlos.

¿Cómo ha ido cambiando la percepción social?

–Yo creo que en Navarra ha habido poco apoyo en algunas ocasiones por parte de la derecha y de la Iglesia católica, que lo primero que tendría que haber hecho es pedir perdón porque se alineó con el golpe. Luego, creo que la asociación ha conseguido sacar el tema a la calle con la complicidad de los medios de comunicación, editoriales y documentalistas. Todo ese movimiento ha contribuido a que hoy la memoria histórica sea un tema del que se puede hablar tranquilamente. Luego, a partir del gobierno progresista de 2015, en Navarra la memoria histórica tiene otro tratamiento. Pero hay que destacar que todo esto es posible gracias al empuje de las víctimas y sus familias, que son quienes durante todos los años previos han trabajado y luchado.

¿Qué le cuentan los familiares?

–Cuando eres periodista tienes la suerte de conocer estas historias en primera persona y es conmovedor. El libro recoge una treintena de testimonios como los de Ricardo Mula, Joaquín Arroyo, las hermanas Aguirre, Paco Serrano o la familia García. Primero te entristece estar con las víctimas, pero luego también te indigna. Los familiares te hacen ver cómo lo han vivido, por ejemplo como una madre triste o una hija a la que le han matado al padre. Encima con toda esa presión social que hay en torno a ellos, que han tenido que dejar el pueblo, que han vivido sin nada. Esa inhumanidad es muy dura, pero luego siempre remarcan la no repetición. Son personas tan honestas que siempre dicen que no quieren repetir lo sucedido, que son distintas.

¿Qué retos quedan para el futuro?

–Creo que la parte que se queda más coja es la de la justicia, porque no va a haber unos juicios justos para los autores y en muchos casos se conocen. Luego, de cara al futuro, la asociación está mandando el mensaje de que el Mediterráneo es la nueva fosa y la migración, el nuevo exilio. El pasado fue muy grave, pero también hay que mirar al futuro. Además, quedan muchas cosas por hacer. Hay que tomar una decisión sobre el monumento a Los Caídos, resolver el tema de San Cristóbal para que sea un lugar de memoria importante y seguir con las exhumaciones porque todavía quedan muchas personas en las cunetas. Y, por supuesto, darle importancia al tema educativo para que la juventud conozca lo ocurrido.