Era un caluroso 4 de julio de 2009 y, como cualquier joven de Navarra, Gorka Jiménez Liberal planeaba con sus amigos el almuerzo del día del Chupinazo. Sin embargo, esa mañana, mientras se duchaba, notó un pequeño bulto en un testículo. “Fui al médico de cabecera y me derivó al urólogo, pero como eran Sanfermines, se retrasó todo un poco más”, recuerda. “Me vieron que tenía un tumor, lo cual fue un palo muy gordo, y había que extirparlo”, señala. Tras la operación, le detectaron metástasis “en los ganglios del abdomen y en la base de los pulmones” y, meses después, también en la cabeza. Ahora, transcurridos 14 años desde entonces, este vecino de Unzué de 40 años relata su vivencia en el libro Cómo vencí al cáncer: las claves para superarlo y prevenirlo desde mi experiencia, para intentar ayudar a otras personas que se enfrenten al mismo diagnóstico.
Como recuerda Gorka, después de la operación y una vez que se recuperó “un poco”, “empecé con las quimioterapias en el Hospital Universitario de Navarra, muy agresivas. Estaba de lunes a jueves 7 horas y el viernes 9 y luego descansaba dos semanas. Así, seis ciclos”. Entonces, prosigue, “me hicieron otro escáner y vieron que se había reducido algo, pero no mucho, y que había que operar el abdomen”, cirugía que realizaron en Navidades. “Permanecí ingresado desde el 21 de diciembre hasta el 6 de enero y adelgacé 10 kilos”, destaca. A pesar de que “habían limpiado mucho”, como le indicó la oncóloga, “todavía había que dar más quimioterapia porque en los pulmones había todavía restos”.
Tres operaciones en año y medio
A finales de febrero de 2010, “estaba más o menos bien y, de repente, me empezó a doler mucho la cabeza”, indica. “El cáncer se había extendido al cerebro”, pero afortunadamente “se podía operar porque era un sitio muy localizado. En el postoperatorio las primeras 24 horas son muy peligrosas y, por suerte, no tuve efectos secundarios”, afirma. Tras esta tercera intervención, le dieron quimioterapia y radioterapia “por si acaso”.
En ese momento, sostiene, “ya vi que esto no estaba yendo bien” y, de hecho, le comunicaron que “tenía un 40% de posibilidades de salvarme”. Su hermana, que vivía en Barcelona, le comentó que le estaba “llegando información de que había que cambiar la alimentación”. Así, se interesó en ese tema y, tras acudir a un especialista, modificó su dieta aunque, confiesa, “me cabreaba mucho porque era muy joven y me suponía mucho” esfuerzo, ya que debía dejar atrás los huevos fritos con salchichas, la carne roja, los azúcares, el alcohol, el queso de vaca, la leche... y luego sustituir todo por productos integrales y ecológicos.
Además, para los vómitos que el tratamiento le provocaba, le recomendaron “baños de sal”. De este modo, en las semanas de quimioterapia se sumergía dos veces al día –a la mañana y a la noche– durante 15 minutos “en una bañera en la que ponía tres cuartas partes de agua templada y dos kilos de sal no yodada a ser posible” y “nunca más vomité”, asegura. Poco a poco iba sumando herramientas a su particular lucha contra el cáncer para complementar los tratamientos oncológicos, como la naturopatía, la planta de la vida, los videojuegos –que le iban muy bien para aislarse del mundo, del pesimismo que a veces percibía entre los compañeros de terapia y de la propia enfermedad– o el reiki –que, a pesar de su desconfianza inicial, le ayudaba mucho–.
“En mi cabeza tenía una meta. Siempre he sentido que no me tenía que morir y que lo importante era llegar y visualizaba siempre cómo celebraba con mis amigos que estaba curado”, confiesa este vecino de la Valdorba. Parecía que ya estaba recuperado, pero tuvo otra recaída, que “fue tremenda”, describe. Llevaba “tres operaciones en año y medio, tres tandas de quimio de tres meses y una recaída”, resume. La oncóloga le dijo que le iba a dar un mes de quimioterapia y él le contestó: “Dame dos meses y mátame el bicho ya”. Finalmente, tras dos años de duro tratamiento, la doctora le comunicó lo que tanto anhelaba: “Está todo bien”.
Un proceso de aprendizaje
Preguntado por qué ha supuesto el cáncer para él, Gorka responde que “a veces dicen que no hay mal que por bien no venga, aunque en este caso hay mucho mal”. Destaca que “la familia se unió mucho” y también fue consciente de que “cualquier día te vas a tomar por saco. En un momento estás arriba, pensando en el Chupinazo, y al día siguiente estás en el hospital”. Así, ha aprendido a “valorar lo que tenemos, la salud, que se valora poco, porque cuando se sufre tanto... –se emociona– y me ha cambiado mucho la perspectiva de la vida”, siendo más consciente, por ejemplo, de la necesidad de donar sangre y del buen funcionamiento de la sanidad. De hecho, se le despertó “la vena sanitaria” y se hizo técnico de emergencias.
“En un momento estás arriba, pensando en el Chupinazo, y al día siguiente en el hospital”
En agosto comenzó a escribir “un libro corto, sencillo de leer, para ayudar al máximo número de personas posibles”, afirma. Un trabajo –que se puede comprar en Amazon, en Elkar y en Abarzazu, entre otros lugares, a un precio de 15 euros– en el que cuenta su experiencia y que dedica a su mejor amigo, que falleció de cáncer, y con el que quiere transmitir que esta palabra “no es igual a muerte. La mente es muy importante en la enfermedad, en todas, y también empezar con una alimentación súper estricta en cuanto tienes el diagnóstico, vivir tranquilo, perdonar, porque vivir con rabia y con odio te acidifica el cuerpo”, si bien reconoce la dificultad de mantenerse calmado cuando “te da rabia, porque no entiendes por qué te ha tocado”. Ahora, concluye, “vivo haciendo planes con amigos y disfrutando la vida en libertad”.