La Diputación de Navarra aprobó en el año 1928 crear el Cuerpo de Policías de Carreteras, antecesora de la Policía Foral-Foruzaingoa, con el cometido de vigilar el tráfico y el cumplimiento de las normas de circulación. Navarra contaba entonces con un parque censado de 2.122 vehículos y 3.200 licencias de conducción autorizadas. 

En el periodo republicano eran en total ocho los motoristas que, tocados con boina (probablemente azul), un uniforme verdoso y armados con una pistola Astra 9 mm, patrullaban las carreteras navarras. Testimonio de su labor se recoge en unas imágenes de 1931 conservadas en la Filmoteca de Navarra, donde se observa a algunos de aquellos policías junto a un grupo de trabajadores remolcando a pulso un camión volcado en la carretera a Vitoria. 

Tras el Golpe de Estado e iniciada la guerra, el 4 de agosto de 1936 la mitad de la exigua plantilla fue destituida por “su significación política en partidos en abierta oposición al Movimiento Nacional al que se ha adherido la Diputación”. Como otros 93 trabajadores de la administración, los cuatro motoristas señalados por el Régimen perdieron su puesto y dos de ellos -al igual que otros 33 funcionarios- fueron asesinados. 

Estos son los datos que hemos podido recopilar sobre los Policías de Carreteras represaliados.

Ramón Húder Ansa

(Pamplona, 1910-Valcardera, 1936)

Vivía en la Calle San Saturnino, 6. Pertenecía a una saga familiar bien conocida de médicos y abogados que compaginaba su labor profesional con una larga trayectoria política comprometida con la causa republicana. De hecho, con la proclamación de la Primera República su abuelo –Francisco Húder– fue nombrado alcalde de Pamplona en 1873. Su tío, Serafín Húder, celebró en 1931 la llegada de la II República desde el mismo balcón en que lo había hecho su padre 58 años antes. 

Ramón perdió a su padre, Joaquín, abogado de profesión, siendo aún un niño. Vivía entonces en la calle Campana, número 2, junto con su madre, Maravillas, y dos hermanas. Encontramos en la prensa breves referencias sobre su juventud, con su nombre ligado al mundo del deporte (como korrikolari en el cross de Osasuna) y a la cultura, como actor de teatro.

A escasas fechas del golpe del 36, Ramón Húder –ya entonces vivía en la calle San Saturnino, 6– se mostraba optimista sobre la situación política del país. Así lo recordaba un viejo “amigo” suyo, Rafael García Serrano, con quien había coincidido en la compañía de teatro El Lebrel Blanco, en una conversación mantenida con él en la Calle Mayor de Iruña, a la altura de la Droguería Ardanaz. El conocido periodista y falangista lo detalla en su libro de memorias “La gran esperanza”. Políticamente se hallaban en distintos bandos y la conversación –en el tenso ambiente de aquellos días– fue breve, aunque antes de la despedida se prometieron protección y ayuda mutua. 

García Serrano describe a Ramón vestido de uniforme, con su correaje inglés y botas de cuero abrochadas hasta la pantorrilla, arrancando a lomos de la Harley Davidson foral (sic) y marchándose hacia la Iglesia de San Cernin.

Algunos días después, el 18 de julio, el Jefe del Cuerpo de Policías, Cristino Itúrbide, encargó a su subordinado, Ramón, ir a su domicilio y recoger una caja –cuyo contenido este ignoraba– de manos de su mujer para acercársela al despacho. 

Para entonces, los golpistas habían tomado todos los centros de mando. Al llegar al despacho de Itúrbide y ser interrogado por el fondo de la caja, Ramón alegó no conocerlo. Un guardia civil testificó sobre la veracidad de su declaración y quedó en libertad. Decidió entonces buscar refugio en casa de su tío Serafín, en la Calle Arrieta. Allí, ambos serían detenidos por la Guardia Civil y un grupo de falangistas, y conducidos hasta un autobús repleto de hombres armados.

Serafín –como ya hemos dicho– era un político republicano histórico y un famoso médico, y quedaría en libertad. Ramón fue conducido a la cárcel. El 26 de julio, el Diario de Navarra publicó la detención: “...al Policía de carreteras Ramón Húder por conducir municiones para ser repartidas entre elementos del Frente Popular”. Un mes más tarde, el 23 de agosto, con 26 años, sería asesinado en Valcardera junto a otros 51 compañeros; entre ellos su primo, el médico Marino Húder. 

Sobre su defunción y el lugar del asesinato, firmaron, en 1940, tres sacerdotes como testigos de la matanza de Valcardera, el que, décadas después llegaría a ser Obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, Fidel Sola y Miguel Huarte.

Parte de su familia marcharía al exilio. Los descendientes con los que hemos podido hablar no conservan fotografía alguna suya ni lo reconocen en otras de sus compañeros republicanos; es pues, una más de tantas víctimas sin rostro de la represión.

Francisco Arbeloa Sada

(Aibar 1899- Zizur 1936)

El otro motorista asesinado había nacido en el seno de una familia de labradores con siete hermanos. Francisco se trasladó a vivir a Pamplona en 1934. En el padrón municipal consta como residente en la calle Paulino Caballero, nº 15, 3º izquierda, junto con Críspulo Baztán Urquía y Robustiana Rojas Baztán -de 63 y 60 años respectivamente- y el hijo de ambos, Pedro, de 20.

En el mismo portal, también en el piso 3º, vivía Filomeno Urdíroz, trabajador de la construcción; en el portal vecino, Amadeo Urla, propietario de un concesionario de coches de importación en Carlos III y concejal de Pamplona, ambos vecinos serían también detenidos y asesinados.

Francisco estaba afiliado a la UGT y había decidido afincarse en Pamplona y para ello inició los trámites para la compra de una vivienda en la zona nueva del Ensanche promovida por la Diputación para sus funcionarios.

Según el vecino de Aibar, N. Alzueta, en un testimonio recogido por Jimeno Jurío, “Arbeloa persiguió a Mola (¿Pudo haber sido una orden de sus superiores?) y eso le trajo problemas, así que tuvo que esconderse”. Otro testimonio señala su detención por “un individuo al que Francisco denunció antes del movimiento por infracción del Reglamento de carreteras. La detención fue por venganza del acto realizado en cumplimiento de su deber. Se le prometió la libertad en el caso de que un hermano suyo fuese de voluntario al frente, el que fue a luchar, muriendo en el frente, sin que a pesar de ello se concediese la libertad al detenido quien fue fusilado”.

Lo que se tiene claro es que Francisco Arbeloa fue encarcelado el 30 julio y asesinado en Zizur el 16 de noviembre de 1936 día en el que iba a salir en libertad. En el expediente de prisión viene citado junto a otras nueve personas asesinadas ese mismo día.

Dos de sus hermanos, Gregorio y Vicente, fueron “voluntarios” al requeté, según los testimonios compartían ideología de izquierdas; ambos murieron en la guerra.

Emilio Salvatierra Susunaga

(Bernedo, Álava, 1886-Bilbao, 1980)

Fue nombrado Policía de Carreteras en el año 1934. Con anterioridad había desarrollado su profesión como delineante, colaborando con el arquitecto Victor Eusa en la construcción del Gran Kursaal. Anunciaba sus servicios en el semanario Trabajadores! de la UGT, “Escuela de delineación. Mecánica, Construcción, Topografía, etc. Calceteros, 4. Precios económicos para obreros”.

Comprometido con el deporte del balompié, Salvatierra fue uno de los fundadores del CD Aurora a mediados de los años 20, equipo que se disputaba con Osasuna la hegemonía local. Ocupó también el puesto de delegado navarro en la federación guipuzcoana de fútbol y en 1931 fue elegido concejal del ayuntamiento de Iruña por la conjunción republicano-socialista. Vivía entonces a escasos metros de la Casa Consistorial, en la calle Calceteros, número 4, junto con su mujer y sus tres hijas.

Aquella tarde del 18 de julio, en la Plaza San Francisco, dos jóvenes falangistas observaban cómo Emilio (al que cínicamente apodaron “el pistolero”) y su jefe, Cristino, escoltaban a Ramón Bengaray en dirección a la imprenta que el presidente del Frente Popular navarro tenía en la calle Mayor. “¿Disparo? –preguntó uno de ellos, Albincho Martínez de Goñi, a su compañero Rafael García Serrano, tentando su arma en el bolsillo– “¡Déjalo!, no vaya a ser lo de las otras veces”. “El pistolero” portaba un arma reglamentaria y los “estudiantes” militantes de la Falange, sendas Astra 400. Así era el mundo al revés de los golpistas.

“Los Sres. Alfaro y Salvatierra huyen con un auto de la Comisaría de Policía, matrícula NA. 4207 (…). Se ha dado órdenes a los puestos de Guardia civil para que sean detenidos” titulaba el diario “El Pensamiento Navarro” el 19 de julio. Emilio lograría escapar de aquel ambiente represivo dirigiéndose a Donostia. De allí pasó a Bilbao, donde estuvo relacionado en la constitución –por parte de los republicanos– de la Diputación Foral Navarra en Bilbao. Combatió en el Frente de Aragón en las Brigadas Vasco-Navarras. Tras el fin de la guerra fue al exilio a Francia y después a México. 

Cristino Itúrbide Amézqueta

(Pamplona, 1883-Venezuela, 1966)

Por último recordamos al Jefe de la Policía, que había trabajado anteriormente como funcionario de Hacienda y procurador de Tribunales, con despacho propio en la calle Zapatería. Cabe destacar que su padre, Dionisio Itúrbide, fue uno de los promotores de las manifestaciones conocidas como “La Gamazada”, en el año 1893, en defensa del régimen fiscal foral. 

Cristino se había presentado a las elecciones municipales de 1911 por la candidatura republicano-socialista pero no obtuvo escaño. En el año 1931 repitió candidatura y, esta vez sí, fue elegido concejal. 

Había sido nombrado Jefe del Cuerpo de Policía de Carreteras en 1931 a propuesta del vocal de la Comisión Gestora de la Diputación, el republicano Rufino García Larrache. Después pasaría al servicio directo del Gobernador, quien, según el informe de la Diputación sobre su destitución el 4 de agosto de 1936, “le había encomendado importantes servicios de confianza para vigilar las carreteras de la Provincia, y durante los últimos días custodiaba con otros compañeros el interior del Gobierno Civil”. Como ya hemos señalado, la tarde del 18 de julio regresaba junto a Bengaray y Salvatierra, muy probablemente del gabinete de crisis con el Gobernador Civil, donde se habría descartado entablar resistencia. 

El mismo informe (sobre el que escribió César Layana) afirmaba que el 19 de julio, había trasladado armas al Gobierno Civil junto con otros dos motoristas para organizar la defensa, pero al tener noticia del asesinato de Rodríguez Medel, comandante de la Guardia civil, “con quien le unía gran amistad por su significación política”, habría optado por huir a Gipuzkoa. Podría ser él al que se refiere Javier García-Larrache en su libro cuando relata sobre su padre, el político Rufino García-Larrache: “Ni siquiera dudó en esperar al autobús; al saber la noticia del asesinato del Comandante Medel pidió inmediatamente a un motorista que le llevara a Gipuzkoa y se plantó en el Gobierno Civil de esta provincia, en el despacho del Gobernador, Jesús Artola Goicoechea”.

Tras la caída en manos de las tropas golpistas, Cristino pasó a Bilbao y al caer esta también marchó a Barcelona. Al finalizar la guerra se exilió en Francia y estuvo internado en el Campo de Gurs, para volver a Pamplona a finales de los años cuarenta. A su regreso fue sancionado por el Tribunal de Incautación de Bienes y tuvo que pagar la cantidad de diez mil pesetas por su relación con el Frente Popular. Consciente de que en su tierra solo encontraba dificultades, volvió a exiliarse; esta vez con destino a Venezuela, donde residía parte de su familia. Allí fallecería en el año 1966.

Sobre la figura Emilio Salvatierra y de Cristino Itúrbide, Ángel García Sanz realizó sendas semblanzas en el libro “El exilio republicano navarro”. Durante la guerra encontramos un atestado del nuevo Jefe de la Policía de Carreteras nombrado en diciembre de 1935, el teniente Anecto Tello: “Ha llegado a mi conocimiento que el recaudador Juan Elgorriaga entra y sale libremente en Francia sirviendo de agente de enlace a los comunistas”, dejando bien a las claras sus nuevos cometidos.