Sergio García-Magariño (San Sebastián, 1978) es doctor en Sociología por la UPNA. Este profesor incide en que el éxito de las políticas de salud y el alargamiento de la esperanza de vida han “generado el problema del agotamiento del sistema de protección social, porque cada vez tenemos personas más mayores”, lo que supone un “grandísimo nicho electoral”. Este sociólogo considera que el envejecimiento “es como una piedra en el zapato de la modernidad, porque va en contra de sus valores, de la belleza eterna, la juventud y la productividad”, lo que se añade a la pérdida “de una perspectiva "más trascendente” o “espiritual” en la sociedad actual.

La generación del baby boom empieza a otear un horizonte de envejecimiento, con perspectivas de una jubilación que a veces el marketing idealiza.

–Efectivamente. Se buscan nichos de consumo constantemente, y los jubilados también se ven desde esa óptica, pero tenemos un problema real, porque se han invertido las pirámides poblacionales, y esto hace que el mantenimiento del sistema de pensiones y otras cuestiones relacionadas con la protección social se hagan extremadamente desafiantes. Esto nos exige repensar algunos temas, como la edad de la jubilación, un elemento más bien inmediato, pero también algunos valores que informan nuestra sociedad. A pesar de que se habla cada vez más de los cuidados, la sociedad los tiene como un elemento que estaba feminizado e institucionalizado. Los cuidados deben ser parte de la vida; cuidarnos unos a otros es un elemento natural que ha ido desapareciendo y que de una manera u otra debemos insuflar de nuevo en el cuerpo social, con implicaciones al abordar la legislación o el mercado laboral. Ahora mismo los cuidados no están en el centro. 

Cada vez más gente sin descendencia carecerá de esa red.

–Sí, por eso el Real Instituto Elcano hace años alertaba de la necesidad que tenemos de migrantes. Necesitamos urgentemente un número muy alto para poder mantener por lo menos de manera mínima nuestros sistemas de protección social. Estamos ante un problema serio que va a afectar a las nuevas generaciones y que no tiene una receta inmediata. Vamos a sufrirlo y hay que tener una perspectiva de largo alcance, y los buenos gobernantes, con un liderazgo sólido, tendrán que introducir el futuro de la solidaridad intergeneracional como un elemento clave, aunque vayan a sufrirlo electoralmente, algo que ocurrirá. 

“El envejecimiento de la población es un problema serio que va a afectarnos y no tiene una receta inmediata”

¿Hasta qué punto el progresivo envejecimiento puede llevar a actitudes más conservadoras?

–Los estudios sobre la construcción social del sentido común muestran que cada grupo social desarrolla unas nociones que benefician a los intereses del grupo. Esto se observa mucho cuando preguntamos a jóvenes y a jubilados sobre qué tipo de medidas deberían introducirse para mejorar la economía, y el sentido común les conduce a llegar a conclusiones distintas. Lo que se necesita es que creemos una racionalidad superior pensando en el bien de la sociedad en su totalidad, y con una perspectiva de largo alcance. Cuando uno coloca la mirada en el medio y largo plazo el interés de los grupos sociales se empieza a acercar. El mantenimiento del sistema de protección social muestra que todos los grupos deben poner algo de su parte, un elemento de conexión entre ambos. Los jóvenes necesitan trabajar y cotizar, quizá jubilarse un poco más tarde para poder tener después derechos, y los jubilados quizá en algún momento vayan a tener también que sacrificar algunos puntos, para que sus hijos y nietos puedan tener ciertas prestaciones por lo menos hasta que la base piramidal, ya sea a través de la migración u otro factor, vuelva a crecer. 

¿Detecta un grado más amplio de adanismo en la juventud?

–La tensión intergeneracional existe en todas las épocas. En el momento actual que vivimos, quizás se ha explotado un poco más, porque la covid nutrió esa tensión.

¿En qué sentido?

–Los mayores fueron los más afectados, en cierta manera se les metió en centros de ancianos, sin poder recibir visitas, en una especie de aislamiento forzado. Y a los jóvenes se les acusó de comportamientos poco responsables. Se amplió la brecha entre grupos. Yo solía decir que estábamos al borde de una ruptura intergeneracional, porque esa tensión que normalmente se resuelve con los contactos, estaba agudizándose excesivamente. 

Contamos como nunca en la historia con toneladas de material audiovisual digitalizado que conecta con nuestra juventud. ¿Ese alud documental puede generar una cultura perniciosa de nostalgia?

–La romantización de la juventud ha alcanzado en esta época el clímax o el cenit de lo que conocemos históricamente. Esto tiene que ver con la sociedad del consumo y la modernidad. Se ha construido un prototipo de felicidad basado en la eterna juventud. Llevamos muy mal el envejecimiento, y por primera vez en la historia estamos impregnados constantemente de comunicación audiovisual como nunca antes. Eso hace que se mire al pasado con nostalgia. Las estrategias de marketing de las empresas de promover una filosofía de la felicidad basada en la juventud, que amplíe el consumo, junto con el aluvión audiovisual que constantemente está mirando al pasado, hace que el envejecimiento se lleve muy mal, individualmente y en la gestión de los mayores. No es casualidad que vivamos un momento en el que algunos hablan de una epidemia de soledad, que está teniendo grandes repercusiones.

“La romantización de la juventud ha alcanzado en esta época el cenit de lo que conocemos históricamente”

Soledad que particularmente afecta a la gente mayor. En el Reino Unido se creó en 2018 un ministerio. ¿Cómo se puede afrontar y dar calado a este problema?

–Lo primero es subrayar categóricamente que se trata de una pandemia en Occidente, muy preocupante, porque el mantener relaciones sociales es uno de los cuatro factores claves de prevención de la muerte temprana, junto con evitar el consumo de alcohol, el tabaco y el sedentarismo. Según un informe reciente, una tercera parte de los adultos mayores de 45 años, se siente sola, y los mayores de 65 todavía más. Esto es muy muy arriesgado. El aislamiento social se asocia con un aumento de riesgo de demencia en un 50%, enfermedades cardiacas, accidentes cerebrovasculares... ¿Qué hacemos? Esto necesita de políticas basadas en una gobernanza colaborativa efectiva que implique a múltiples actores. El problema de la soledad, a nivel colectivo, es sistémico, tiene muchas ramas. Una es médica, otra relacionada con la economía, otra con el ejercicio físico, con el ocio y el consumo... Muchas dimensiones que implican a muchos grupos. Por eso se requiere la colaboración entre las instituciones públicas, empresas, organizaciones civiles e individuos. Pero es muy difícil encontrar una respuesta, porque no es una cuestión técnica ni tecnológica. Al revés, cuando las personas están aisladas el uso y consumo de tecnología genera una falsa sensación de conexión y hace que se aíslen aún más, porque no sienten la necesidad de unirse. Se requieren soluciones políticas, que exigen la colaboración intersectorial y bastante innovación. Es una lucha que se libra también en el espacio más inmediato. Hay municipios que le están prestando mucha atención a esto, aunque las políticas nacionales también pueden contribuir.