-¿Qué va a suponer en la práctica de cara a la sociedad navarra la nueva Cátedra de Estudios de Género y Feministas en la UPNA? 

-Su objetivo es promover la investigación y la interlocución con la sociedad en la lucha contra la desigualdad. Se trata de estrechar la colaboración de dos entidades públicas y de hacerlo reforzando la producción de conocimiento y la investigación en este ámbito. Los estudios de género constituyen un área de conocimiento de largo recorrido en el espacio académico, han permitido cuestionar sesgos y prejuicios implícitos en la producción científica, además de abrir preguntas y aproximaciones teóricas sobre la desigualdad estructural y las relaciones de poder entre hombres y mujeres, entre otras.

"No podemos comprender esta violencia sin hablar de poder y ante esto hay muchas resistencias"

Creemos que es interesante trasmitir y hacer visible todo esto, y hacerlo con la profundidad que merece, desde el rigor y el compromiso. La Cátedra será un espacio para orientar esfuerzos hacia líneas de trabajo importantes y en diálogo con el Instituto Navarro para la Igualdad, reforzando la aportación que la UPNA lleva realizando desde hace años con investigaciones y diagnósticos en torno a la violencia de género de manera interseccional, a las políticas de igualdad, al análisis de situaciones muy precarizadas como el empleo doméstico o a las relaciones de desigualdad en los procesos de divorcio, entre otras. 

¿Qué estáis viendo en las universidades? ¿Chicos comprometidos en igualdad, chavalas más críticas con muchos aspectos de la sociedad de consumo que nos cosifica, más o menos feministas....?

-La universidad es una parte de la sociedad y por tanto refleja las características del contexto actual. Quizá podemos decir que en los últimos años en la universidad se han reactivado colectivos feministas y, en general, se percibe una mayor conciencia en las chicas en relación con las características estructurales de desigualdad. Creo que la huelga del año 2018, que muchas y muchos vivieron en su adolescencia, constituyó un acontecimiento de gran influencia en el desarrollo de una actitud crítica hacia la realidad que les toca, por ejemplo, en relación con los imperativos de feminidad, la cosificación, las actitudes sexistas y las diferentes formas de violencia. Hay diferencia, sí, entre lo que se apreciaba hace diez años y ahora en este sentido. No obstante, también constatamos que están viviendo un momento complicado, de incertidumbre, con más inseguridad y ansiedad en relación con su futuro, tanto en chicos como en chicas. Además, es clara la presión que la tecnología y las redes sociales han incrementado respecto a los estereotipos de género, a las formas normativas de ser y de mostrarse en el espacio digital, que es un espacio de socialización evidente. Creo que no es fácil experimentar la tensión que implica tomar conciencia respecto de la desigualdad, pero hacerlo en una sociedad muy individualista y competitiva, con ritmos muy acelerados y exigentes, creo que eso a veces aumenta la fragilidad y la impotencia. Por último, en la universidad se sigue constatando una tendencia estereotipada en la elección de estudios, grados feminizados en profesiones de cuidado e intervención social, masculinizado en ámbitos científico-técnicos, pero esto tiene que ver con la socialización de género en la que vamos moldeando nuestra percepción y nuestros intereses, algo que va más allá del marco académico. 

¿Qué creencias y resistencias cree que hay arraigadas en la sociedad y con las que hay que romper para avanzar contra la violencia machista?

-La violencia machista no es algo simple, tiene profundas raíces históricas y culturales y es consecuencia de una desigualdad estructural. Sin comprender las dinámicas que crean esa desigualdad, tanto de manera sistémica como en las relaciones, es difícil avanzar. No podemos comprender esta violencia sin hablar de poder y ante esto hay muchas resistencias. El ámbito de las ciencias sociales y las teorías de género son fundamentales para analizar estas asimetrías que a veces cuesta ver por estar muy naturalizadas. Y, sin embargo, se les presta poca atención, a menudo se mantienen marcos de comprensión simplificados, que refuerzan creencias como que la causa de la violencia son las patologías mentales o los factores biológicos. La violencia contra las mujeres es un fenómeno social mucho más complejo y los condicionantes de género están en su base. Hemos hecho visibles violencias y se ha incrementado su rechazo, es cierto, pero también se siguen manteniendo creencias distorsionadas acerca de agresores y víctimas, mitos que distorsionan la percepción de esta violencia: se sigue responsabilizando a muchas víctimas, se cuestiona fácilmente su credibilidad, cuesta percibir violencias más allá de lo físico, se banaliza la violencia y se minimiza la responsabilidad de muchos agresores, sobre todo en violencias sexuales. 

¿Hay diferentes feminismos?

-Lo que caracteriza al movimiento feminista como tal es la lucha contra la subordinación social de las mujeres, que se da de maneras muy diversas a lo largo y ancho del planeta, y la lucha por su transformación. Como movimiento amplio y plural, es heterogéneo, desde corrientes que dan prioridad a garantizar la igualdad de oportunidades en nuestras democracias liberales a las que buscan una transformación radical de la estructura patriarcal y de otras lógicas sociales de opresión con las que se entrelaza, como el racismo o el sistema capitalista. La experiencia de las mujeres no es homogénea, muestra diferencias en función del lugar y el contexto, y esto atraviesa el movimiento feminista, pero creo que la lucha contra la opresión de las mujeres desde la pluralidad de planteamientos sigue siendo lo que puede aglutinarlo. Esto sucede también en el plano teórico. La teoría feminista es una teoría crítica que ha producido conocimiento y categorías de análisis fundamentales para comprender la injusticia y la desigualdad, pero sus desarrollos han sido diversos en función de su relación con otros marcos teóricos y políticos. Cuando analizamos el orden social, el sistema socioeconómico, la dominación o los procesos de socialización de género hablamos de cuestiones muy complejas, es lógico que haya perspectivas y propuestas teóricas diversas.

Violencia machista en jóvenes y adolescentes: preocupa el aumento de denuncias sobre todo por agresiones sexuales con más agresores y más víctimas, según las estadísticas. ¿Qué hacemos? ¿Hay que educar tanto a chicos como a chicas en materia de igualdad con mayor énfasis?

-Claro que hay que educar en igualdad, esto lo dicen las leyes, hay que reforzar la coeducación y contribuir a que chicos y chicas puedan ser más libres y establecer relaciones menos condicionadas por los modelos de género, más igualitarias. Yo no soy experta en coeducación, pero hay personas que llevan muchos años trabajando en ello, además de que en Navarra tenemos un programa específico, Skolae. 

El porno violento es una escuela de violencia para los chavales ya que los hombres aprenden a dominar y las mujeres a ser sometidas. ¿Qué hacemos con el porno?

La representación explícita de prácticas sexuales de manera visual no me parece un problema en sí, obviamente con límites como la edad o el consentimiento. Pero creo que lo que existe actualmente, con un aumento exponencial en los últimos años, es un discurso pornográfico muy sexista y, en gran medida, violento con las mujeres. Hay ya suficiente investigación como para constatar estas características que ritualizan el sometimiento de las mujeres en las prácticas sexuales de gran parte del porno y la erotización de la violencia contra sus cuerpos. Esto tiene un efecto evidente en la banalización de esta violencia y en la modulación de guiones o narrativas sobre qué es un encuentro sexual. El consumo masivo y precoz, tal como los datos muestran, tiene efectos inevitables en la normalización de ciertos esquemas comportamentales violentos. Es muy lamentable que el porno sea la fuente principal de educación sexual para muchos chicos y chicas. Hay que ofrecer una educación afectivo-sexual que fomente las relaciones sanas, respetuosas, empáticas y en la que aprendan a reconocer sus deseos y a poner límite a aquello que no les gusta.

¿Para qué crees que ha servido el caso de Jenni Hermoso?

-El caso de Luís Rubiales, yo lo diría así, muestra cómo la sociedad sigue cambiando, quizá hace diez años no habría supuesto esta sacudida. Creo que su resonancia tiene que ver con la visibilización progresiva de violencias que hace tiempo ni se interpretaban como tales y esto es fruto de la movilización feminista y del análisis de la realidad con perspectiva de género. Muchas mujeres nos hemos visto reflejadas en esta situación, en la que un señor te violenta de alguna manera porque desde su posición de poder se siente con derecho a tocarte, a acariciarte, de acosarte, a llevar a cabo conductas abusivas que en muchos momentos hemos aguantado. Decir “se acabó”, y decirlo de manera colectiva, es resquebrajar privilegios de hombres que, en general sin pensarlo, sienten que tienen derechos sobre el cuerpo, el tiempo o el trabajo de las mujeres, o que lo masculino tiene más valor que lo femenino, como ha sucedido en el deporte, en el fútbol de manera clara. También creo que ha servido para reflexionar en torno a la cuestión del consentimiento, porque el consentimiento sigue siendo un asunto complejo cuyo sentido vamos modificando poco a poco. Ha supuesto un paso más para comprender esto: que haya consentimiento pasa por tener en consideración la voluntad, el deseo y la decisión de otra persona, no dar por supuesto nada ni imponerlo.

¿Cree que el auge de la ultraderecha, que niega la violencia machista y reivindica que las mujeres deben hacerse cargo de sus hijos, está calando en algunos sectores sociales con discursos que creíamos enterrados? Se ve por ejemplo en redes sociales con comentarios machistas de muchos chicos por cierto bastante jóvenes...

-El auge de la ultraderecha es preocupante por muchos motivos, pero en nuestro contexto es cierto que ha reactivado discursos muy retrógrados en relación con las mujeres. Creo que la negación de la violencia contra las mujeres como fenómeno específico es muy perniciosa y ha calado en un sector social, relegitimando algunas de sus formas y produciendo mucho dolor a las mujeres supervivientes. También me parece peligrosa la transmisión creciente de ideas machistas sin complejos en redes sociales y por parte de influencers con miles seguidores, que vuelven a hablar de cómo relacionarse con mujeres desde la posesión o qué mujer es la que tiene valor (chicos que hablan de la virginidad, por ejemplo) en términos muy retrógrados. Hay gente que sólo se informa a través de estas voces, lo que erosiona consensos sociales en relación con principios democráticos básicos y aumenta la expresión de sexismo explícito, como decía, sin complejos. Los discursos ultras, sean reaccionarios o ultraliberales, siempre restringen las libertades de las mujeres, además de las de otros colectivos sociales. El jueves se difundió el último barómetro del Centro Reina Sofía sobre percepciones de desigualdad y señala que un 23,1% de chicos jóvenes niega la violencia de género, consideran “que es un invento ideológico”, cuando en 2019 lo pensaba un 12%. 

¿En el caso de Navarra, qué deberíamos mejorar como sociedad, como instituciones, como colectivos, para luchar contra todas las formas de violencia machista?

-Hay que seguir trabajando en la prevención y en reforzar todos los recursos de intervención integral en violencia tanto con mujeres como con menores, así como en la reparación de las personas supervivientes. Es muy positiva la apertura inminente del centro de atención a las violencias sexuales que se ha anunciado desde el INAI. Si nos importa esta violencia, tenemos que reflejarlo en medidas y recursos para abordarla, con acceso universal y con recursos humanos suficientes. Es imprescindible la acción institucional, pero también las acciones desde la sociedad civil y el movimiento feminista en el abordaje comunitario de estas violencias. Por otro lado, aunque la rechacen en su discurso, no hay muchos hombres que se sientan concernidos por esta violencia o que participen en el intento de erradicarla haciendo un esfuerzo por repensar su propia realidad. Creo que modificar la manera de contar esta violencia también importa; en este sentido, las propuestas de formación especializada en perspectiva de género como la que ha puesto en marcha la asociación de Mujeres Periodistas de Navarra me parecen muy positivas. De todas formas, si consideramos que la violencia machista es estructural, su erradicación vendrá con profundas transformaciones en nuestra organización social y en nuestro imaginario. La igualdad necesita transformaciones estructurales que pongan en el centro el cuidado de la vida y no exclusivamente la productividad y la obtención del beneficio, políticas sociales fuertes y cambios en nuestros esquemas de género para construir relaciones realmente igualitarias y desde la equivalencia existencial entre hombres y mujeres.