Desde muy pequeña, Inma Shara (Amurrio, 1972) descubrió que la música iba a marcar su vida. Empezó tocando el piano y la viola pero poco a poco encontró su lugar en la dirección de orquesta, “la mayor explosión de colores acústicamente hablando”, un trabajo en el que podía “expresar toda su sinceridad”. Desde la honestidad y el sentimiento, la artista alavesa ha llevado su pasión por la música por los escenarios más importantes del mundo, dirigiendo algunas de las orquestas más prestigiosas como la London Philharmonic Orchestra, la Filarmónica de Israel, y las sinfónicas de Rusia, Ucrania y Bielorrusia, entre otras. Además, ha trabajado junto a destacados solistas como Shlomo Mintz, Mischa Maisky y Boris Berezovsky. El próximo 2 de octubre, recibirá el reconocimiento a la Universalidad en los Hitz Sariak - Premios Palabra, un galardón que acepta con gratitud y emoción por venir de “su tierra, lo que más adora”.
Se dice sobre la universalidad que pertenece o se extiende a todo el mundo, a todos los países, a todos los tiempos. ¿Para ti, hay algo más universal que la música?
El leitmotiv de la música es la universalidad, es un lenguaje universal que nos une a las personas más allá de la razón. Su principal acorde es el del mundo de los sentimientos que tiene esa capacidad de transformar al ser humano desde el mundo interior. Por lo tanto, sí creo que la música es el lenguaje universal que nos une en momentos de emoción irrepetible.
“Cuando estamos en un auditorio debemos sentir y hacer sentir al público que ese momento es único e irrepetible”
Los trabajos que se hacen con pasión tienen mejor resultado, especialmente cuando se trata de arte. ¿Recuerdas cómo nació tu pasión por la música?
Desde muy jovencita, con cuatro años. Es verdad que lo que era un proceso inconsciente y de juego se convirtió en algo mucho más consciente, más orquestado y visualizándome en un futuro a través de esta profesión. Empecé con el piano porque supone la reducción de cualquier obra orquestal pero me decanté por la viola porque la cuerda es la familia que tiene más presencia dentro de la orquestación y lo que necesita un director para tener el conocimiento del funcionamiento general de la orquesta. Tuve contacto con todas las artes en general pero, de alguna manera, encontré en la música el principal escenario para mí, en el que canalicé todos mis esfuerzos, mis ilusiones y futuro. Y lo que fue un proceso irracional se convirtió en algo racional para poder vivir hoy de esta profesión cada día con más ilusión, con el aplauso sincero del público. Es algo que como ser humano no te acomoda porque el mundo de los sentimientos nos une y aflora la belleza que llevamos dentro a través de la música.
¿Cómo decidiste que querías convertirte en directora de orquesta?
Dentro de la música entendí que era la mayor explosión de colores acústicamente hablando y encontré allí un lugar desde donde podía expresar toda mi sinceridad y todo lo que siento a través de la vida pero canalizándolo a través de la belleza de la música.
¿Cuál es la parte más gratificante de dirigir una orquesta?
Es el amor al público. No sé si soy ni la mejor ni la peor directora de orquesta pero en cualquier frase musical que transmitimos al público, tanto la orquesta como yo —como equipo perfectamente ensamblado—, es lo más honesto que podemos o que sabemos. Evidentemente, yo compito conmigo misma; sé que al público le estoy dando lo que siento de verdad y que lo canalizo a través de los músicos, que son los que hacen posible esa realidad. Yo tengo una fantasía mental de la obra, pero al público le doy una frase musical emocionalmente activa. Irrepetible. Es decir, no intento imitar, siento esas frases, con esas respiraciones que son mías. Realmente no sé si son lo mejor o peor, pero responden a un momento vital siempre. Por ejemplo, hace diez años dirigí la cuarta de Brahms pero, de repente, la coges ahora y sientes tempos diferentes. Intento ser coherente, sincera, con esa frase musical. Igual lo coges en unos años y dices: “Por favor, ¡qué tiempos llevaba, qué agitación!”. Pero responde a ese pulso interno de la vida. Por eso, es apasionante conquistar una obra porque cada día te ofrece un mensaje diferente en función de cómo tú percibas el mundo.
¿Qué cualidades debe tener un/a buen/a director de orquesta?
Más allá del aspecto técnico que, evidentemente, se tiene que dar por sentado porque es el que evita cualquier disertación pedagógica con la orquesta para que no haya desajustes sonoros, para mí un buen director o directora tiene que aspirar, sobre todo, a ser buen líder. Eso significa trabajar dentro de los acordes de la honestidad, que el liderazgo no sea una cuestión formal, sea una cuestión moral, donde cada decisión la vivas como una transformación personal y sientas el amor a los músicos y al trabajo bien hecho. Donde tú representes una parte dentro del todo; donde tengas la capacidad de cohesionar al equipo, de ilusionar, de hacer que los músicos pasen de leer a interpretar; donde saques lo mejor de cada persona, con verdadera generosidad. Soy absolutamente feliz cuando siento a toda una orquesta feliz. He trabajado con escuelas como el IESE, de hecho hicieron un caso sobre mí, y siempre les digo que los managers y directores de empresas salen de las escuelas de negocios pero hay que aspirar a ser líder. Líder supone una transformación y, además, supone un esfuerzo personal constante. Líder supone dejar el egoísmo a un lado. Líder supone no ordenar sino inspirar. Y, sobre todo, es generosidad. Líder es también saber cuándo hay que asumir el podio porque las cosas no van bien y cuando te tienes que retirar a la última fila del teatro para dejar tocar a la orquesta. Crear ecosistemas donde todos salgamos reforzados.
¿Qué esperas cada vez que te subes al escenario para dirigir una obra musical?
Yo pido un poco de ese duende que cada uno lleva dentro y que no se pierda nunca. De poder llegar al escenario y sentir que es la primera vez que das vida a una obra. Cuando estamos en un teatro, en un auditorio, debemos sentir y hacer sentir al público que ese momento es único e irrepetible. Porque, además, crece, se desarrolla y queda en el corazón de las personas. Yo pediría esa composición en la que no perdamos ese duende, de sentir que cada mañana nos levantamos con la misma pasión porque la pasión es un ejercicio atlético que hay que alimentarlo, no nos viene dado.
Es una visión de vida llena de optimismo…
Tenemos que dar gracias a la vida, te lo digo de corazón. Nos da tantas cosas que se nos escapan por la agitación diaria… La noticia de ahora ya es vieja. ¡No! Hablemos del silencio, hablemos de la pausa, hablemos del sosiego. Aprendamos a escuchar, no solamente a oír porque vivimos en una sociedad tan cuantitativa que lo cualitativo no lo ponemos en valor y, entonces, se nos escapa. No tenemos tiempo para escuchar, solamente oímos, hay demasiada cacofonía y es una pena. Quizás pienso así porque vivo de la música y transmite mucho sosiego, mucha armonía y mucho valor en las personas y el entorno.
“Hablemos del silencio, hablemos de la pausa, hablemos del sosiego. Aprendamos a escuchar, no solamente a oír”
El jurado de Hitz Sariak - Premios Palabra te va a otorgar el reconocimiento a la Universalidad el próximo 2 de octubre. ¿Cómo recibes este premio?
Estoy sumamente agradecida y es un honor para mí. Es un reconocimiento que viene desde mi casa. Últimamente estoy trabajando mucho en los países árabes y recibir este premio me da mucha alegría porque es de mi casa, de lo que adoro, que son mis raíces. Estoy muy agradecida y muy emocionada. Pensaba: “¡Qué gusto que sea yo, con todas las personas válidas que tiene Euskadi!”. Pero, sí que es verdad, que siempre donde he ido he llevado mi amor por mi tierra, que para mí es lo más importante que tengo. Lo digo con honestidad. Y me siento absolutamente amante, por encima de todo, de mi tierra. De hecho, cuando vuelvo, el valle de Ayala, donde yo disfruto, es lo que me inspira y me da esa fuerza para poder interpretar las obras que me encomiendan. Y, a partir de ahí, es lo que me alimenta constantemente.
“Siempre donde he ido he llevado mi amor por mi tierra, que para mí es lo más importante que tengo”
De hecho, el objetivo de estos premios es poner en valor el trabajo realizado y el compromiso adquirido por personalidades de nuestro entorno como tú, por ejemplo.
No somos grandes personalidades, somos personas con nuestras debilidades. Es lo que te decía, el valor del silencio. Cuando salgo del camerino y me dirijo al podio y tienes 3.000 personas, como ocurrió en el último concierto que hice en Abu Dabi, con un silencio donde te espera la orquesta, das gracias a la vida por tener esos momentos. No puedo ser de otra forma. La fragilidad humana es inherente a todas las profesiones pero hay que dotarnos de esa fortaleza para poder poner en valor que, sintiendo la fragilidad humana pero teniendo tanta belleza a nuestro alrededor, hay una constante superación que todos tenemos que trabajar para conquistarla nada más levantarnos. El sosiego, el valor de la palabra en mayúsculas. La palabra como construcción de una obra y el respeto por la palabra porque lo hemos perdido.
“Vivimos en una sociedad tan cuantitativa que lo cualitativo no lo ponemos en valor y, entonces, se nos escapa”
Has participado en muchas causas solidarias. ¿Qué papel juega el arte y la música en el desarrollo social y comunitario?
Se brinda la música como un compromiso sincero de las personas porque tiene esa capacidad de conquistar la esencia más pura del ser humano, que son los sentimientos y el corazón. Recuerdo cuando dirigí la Filarmónica de Israel en la que su público había tanto judíos, como ortodoxos, como palestinos… ¿Sabes lo que es ver entre el público judíos junto a ortodoxos y palestinos mirarse con una mirada sincera?
“¿Sabes lo que es ver entre el público judíos junto a ortodoxos y palestinos mirarse con una mirada sincera?”
O, incluso, cuando dirigí la Orquesta Nacional Rusa, la Orquesta Nacional Ucraniana, o la Orquesta Nacional de Bielorrusia… Allí es cuando ves que no hay diferencias cuando suena la música. He hecho muchas giras con la Orquesta Nacional Ucraniana y ahora me da tanta pena que haya desaparecido hasta la orquesta... Trabajé con ellos, con gente tan maravillosa y ahora ese sufrimiento sin sentido. Tengo tantos recuerdos… A lo largo de mi vida, me quedo con la esencia de las cosas, con tantas experiencias, con tantas orquestas, mundos asiáticos, mundos árabes, con otro lenguaje totalmente opuesto al nuestro y me da tanta tristeza... Porque amo la música, amo a las personas y es lo que me importa.
Si tuvieras que elegir un momento crucial en tu carrera, ¿cuál sería?
De alguna manera, todos son sumamente importantes porque doy gracias a la vida por ofrecerme todos los años la posibilidad de poder estar en los escenarios. Aunque me sabe un poco egoísta —porque creo que el público y todos los conciertos son extremadamente importantes para mí— quizás destacaría el concierto que di en el Vaticano. Sobre todo, porque el concierto se había organizado con motivo del 60 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con la presencia de su Santidad. Creo que se dio un entorno donde se reivindicaba desde la humildad. No entiendo la reivindicación como un acto agresivo, sino que lo entiendo desde el sosiego, que nos queda mucho por trabajar en materia de derechos humanos. Y lo estamos viendo ahora.