Roberto Sanz, voluntario navarro en el desastre: "Hay rivalidades políticas mientras el pueblo de Valencia lo paga con sangre"
En Paiporta vio una desolación "que no te creerías si te la contaran", pero ni aun así las autoridades le dejaron ayudar con los rescates. Subió a Pamplona y organizó en tiempo récord un camión con víveres. Mañana quiere hacer el segundo viaje
Roberto Sanz Cornago no pudo aguantarse. A la primera imagen que vio sobre el desastre valenciano quiso bajar a ayudar. Ya lo había hecho antes, en otras inundaciones: en Pamplona, en la Rotxapea; y en 2019 en Tafalla, adonde bajó con su neopreno profesional, su badeadora y su todoterreno, un material que tiene por su afición al deporte y al buceo.
Testimonios de la DANA: "Fue un infierno, estuvimos horas atrapados con el agua subiendo"
Vecino de Mendillorri, pero natural de Buñuel, este trabajador de Volkswagen de 58 años de edad pensó que su experiencia y su equipo podían ser útiles en Valencia. No se lo pensó: cogió su coche particular y el jueves, cuando salió a las dos de trabajar, puso rumbo a Valencia.
Llegó a las cinco de la mañana, tras dar un rodeo bestial para evitar la zona cero: tuvo que atravesar caminos y lodazales e irse hasta Albacete para poder llegar a Paiporta, en un periplo donde las “pasó canutas”.
Pese a su experiencia y su disposición, ningún cuerpo de emergencias le permitió acompañar a las brigadas profesionales, ni siquiera para labores auxiliares. Pero no se quedó parado. Con la rabia de no poder aportar de la manera en la que quería, decidió volver a Pamplona, liar a unos colegas y empezar a preparar un camión con ayuda para las zonas afectadas. Hoy ha hecho la primera entrega y ya está de vuelta, pero su idea es estar mañana, lunes, a las 12 horas en el punto limpio del Leclerc para hacer un segundo viaje.
Roberto lo cuenta por teléfono, pasadas las seis de la tarde. Ahora las carreteras están menos colapsadas, pero a esa hora todavía estaba en Teruel. “Dormiré lo que pueda, pero el lunes a las 12h estaré en el punto limpio”. Ahí recogerá la ayuda que él ha podido comprobar que hace más falta: palas, botas de agua, leche y alimentos no perecederos en lata. “Por favor, que nadie traiga otras cosas, porque no me las voy a llevar”, pide. No porque no quiera, sino porque en esta situación hay que priorizar. A partir de ahora, también, son esenciales los guantes y las mascarillas. "El problema no solo son los cadáveres en el agua, sino que hay un montón de animales muertos y los virus pueden transmitirse con mucha facilidad por esas aguas".
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La desolación en Paiporta
Lo sabe porque lo ha visto con sus propios ojos. El viernes, cuando al amanecer llegó a Paiporta, vio un panorama “que si no fuera porque ahí están los testimonios de los valencianos no te lo creerías”. Pueblos anegados por el lodo, destrozos por todos los lados, calles con tres columnas de coches apiladas. “Gente deambulando por el barro, con una linternita, pidiendo comida”.
A las ocho de la mañana intentó formar parte de una reunión de equipos de emergencia. Lo que vio le dejó boquiabierto: un montón de efectivos sin ningún tipo de coordinación, y sin reparar en la gravedad de lo que había ocurrido. Intentó formar parte de algún operativo, si acaso como ayuda, y solo recibió “negativas y excusas”. Hasta que la Policía Nacional le invitó “muy amablemente” a irse de allí. Sobre cómo puede ser que hubiera tan mala coordinación, Sanz dice que en Valencia circulan muchas especulaciones. “Yo no quiero entrar a las políticas, pero lo que veo claramente es que hay una falta de acuerdo por rivalidad e intereses políticos que el pueblo de Valencia está pagando con sangre”. Y también cree que esta opacidad responde a que hay muchas autoridades “intentando tapar sus puñeteras vergüenzas”.
En ese momento tuvo que gestionar la frustración de haber llegado hasta allá y no poder hacer nada. “Estaba hundido”. Pero todavía tenía ganas de ayudar y no sabía cómo. Así que se subió a Pamplona para organizar de forma exprés un camión con ayuda. Lió a algunos colegas, alquiló un vehículo grande y se puso en el punto limpio del Leclerc a recoger víveres. La ayuda le sobrepasó. “Empezó a aparecer gente a patadas trayendo alimentos”. Hasta el punto que a las ocho de la tarde ya tienen el camión lleno. De hecho, allá mismo se les une un par de colegas que van con su propia furgoneta cargada de ropa. Y otro colega de Volkswagen, Gorka, también se une al convoy para ayudar en Valencia con la pala.
A la mañana siguiente ya estaban en Valencia, aunque volvieron a sufrir la falta de organización de los voluntarios. Las carreteras ya no estaban colapsadas: ahora el problema era que en cada cruce había un control policial poniendo las cosas difíciles. “Ni siquiera me dejaban entrar con un camión de ayuda”, asegura por teléfono. Tuvo que buscarse la vida y sortear los controles por caminos para llegar a los pueblos. Pueblos que, asegura, muchos todavía “no han recibido nada de ayuda”. Ha intentado acceder a algunos, pero no ha podido repartir víveres entre quienes más los necesitaban y se ha tenido que conformar con dejar el material en puntos de abastecimiento. Se queda, en medio de toda la desolación, con el “agradecimiento de todas las personas”.
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