La Sección Primera de la Audiencia Provincial de Navarra condenó este martes a dos años de prisión a un anciano, vecino de Pamplona, de origen manchego, y que cuenta con 92 años de edad, por un delito continuado de agresión sexual en forma de tocamientos y cometidos sobre una mujer que trabajaba en su vivienda como empleada del hogar.

El hombre aceptó de conformidad los hechos después de consignar 5.000 euros en el juzgado para responder por la responsabilidad civil debido al daño causado a la víctima. El pago de dicha indemnización le sirvió para que le aplicaran la atenuante de reparación del daño, es decir, una circunstancia que le rebajaba la pena que inicialmente le pedían de 6 años de prisión. No ingresará en la cárcel por carecer de antecedentes penales y haber resarcido el daño a condición de que no vuelva a cometer un delito en dos años y se someta a un curso de reeducación sexual. Se le impusieron también cinco años de libertad vigilada y el mismo tiempo de orden de alejamiento de 300 metros.

Ella acababa de llegar a España

El acuerdo alcanzado no fue sencillo puesto que el acusado padece una importante sordera y no era fácil la comunicación con él, además de que espetaba al tribunal con alocuciones como “todo es mentira, pero acepto lo que se acuerde”. Así, que dada su conformidad, el procesado, nacido en 1933, contrató en marzo de 2024 como su empleada de hogar a una mujer que acababa de llegar a España desde Perú, que carecía de papeles para residir y trabajar y tampoco tenía ningún apoyo familiar y social. El acusado le ofreció trabajo como empleada doméstica, como interna, a cambio de 500 euros mensuales, alojamiento y manutención.

Tocamientos continuados

El procesado, aprovechando cuando ambos se quedaban solos en casa, con ánimo lascivo y en varias ocasiones, le tocaba los muslos e intentaba acceder a su zona genital; la agarraba por detrás y la tocaba; le tocaba los pechos por encima de la ropa; le cogía de la mano e intentaba que ella le tocase el pene; irrumpía en su habitación mientras se cambiaba de ropa y le propuso en varias ocasiones mantener relaciones sexuales diciéndole “Vamos a echar un culito”.

Ante estos hechos, recoge el escrito, la víctima le sujetaba las manos, le decía que no, cerraba la puerta de su habitación con pestillo, y el acusado reaccionaba enfadándose, la amenazaba con echarle de su casa, a sabiendas de que ella no tenía donde ir, y le recordaba que él la estaba manteniendo a sus hijos y dándole vivienda y comida.