Mikel Ayestaran siempre tuvo el sueño de viajar. Lo ha cumplido con creces y a través de su nuevo libro nos invita a descubrir una ciudad tan fascinante como compleja, Jerusalén, con sus tres religiones monoteístas, tres pueblos y tres culturas que se sienten únicas, las elegidas, las auténticas.

Usted trabajó durante una década haciendo periodismo escrito desde una redacción. ¿Cuándo se puso el mundo por montera y cogió la mochila para ser corresponsal?

-Antes que periodista he sido viajero. Todo viene de Beasain (Gipuzkoa), el lugar en el que nací.

¿Y eso?

-Es que yo vivía enfrente de la Nacional 1 y también veía pasar los trenes por delante de casa, que nos jodían todas la películas con el ruido, sobre todo el mercancías de las once. Fastidiaba lo que estuvieras viendo, pero me asomaba a mirarlo, igual que hacía con los camiones que pasaban por la autovía. Me fascinaba imaginar a dónde iban esos transportes y me inventaba mis historias.

¿Hizo periodismo para viajar?

-Trabajando en un medio local era imposible imaginar que me mandaran a una guerra o contar lo que pasaba tras un terremoto. El máximo viaje al que podía aspirar era que me mandaran a cubrir algún partido de la Real en Europa, pero yo quería viajar y tuve que tomar una decisión, al principio difícil por muchas cuestiones.

Sobre todo porque dejaba un trabajo y un sueldo fijo, ¿no?

-Exacto. También dejaba con ello mi tranquilidad y me tiraba a la piscina. Gané un certamen para periodistas jóvenes, el premio fue de un millón de las antiguas pesetas y con ese dinero me tiré a la piscina. Mi sueño era viajar, pero no puedo decir que fuera el de mi medio, así que lo hice de forma unilateral.

Un sueño caro, se supone.

-Un sueño lleno de incertidumbres. Pronto me di cuenta de que para mantenerme iba a necesitar trabajar en varios sitios y fue cuando empecé a trabajar en multimedia. Empecé a hacer prensa, televisión y radio, y después llegaron las redes sociales y las conferencias. La última pata han sido los libros.

Lleva tres lustros como corresponsal, ¿una vida vibrante?

-Desde 2005 a 2015 estuve como corresponsal en Oriente Medio. Fue una etapa muy intensa y loca. En 2015 cogí a toda la familia y nos fuimos a vivir a Jerusalén, y ya desde allí me muevo lo que puedo.

En la distancia parece una ciudad fascinante, pero, ¿tiene más sombras que luces?

-Creo que todos los lugares del mundo tienen luces y sombras, y depende del momento hay más de las unas que de las otras. Lo que tiene Jerusalén es un choque de narrativas muy importante. Hay un choque entre tres religiones que son incompatibles: judaísmo, islamismo y cristianismo. A esto hay que añadir un choque de realidades políticas: la sionista y la palestina. Jerusalén tiene luces, pero cuando te acercas sí que hay muchas sombras.

¿Resulta difícil vivir en esta ciudad?

-Diría que es algo intenso, y añadiría que mi familia y yo tenemos una vida que puede resultar muy parecida a la vida de pueblo. Yo nací en Beasain, después viví en Azpeitia y siempre he hecho una vida muy sencilla. En Jerusalén, también. Por ejemplo, vamos a la escuela andando. Es una ciudad muy manejable, nosotros vivimos justo en las puertas de las murallas, en la zona vieja. Diría que el día a día gira en torno a las actividades de los niños, algo que les pasa a los padres de todo el mundo.

¿Y la hora de trabajar?

-Ahí es cuando te decía que es una ciudad intensa. Cuando las cosas empiezan a ir mal todo se complica de verdad, y cuando hay dificultades estamos hablando de problemas muy serios.

¿Cómo podríamos decir que es la situación actual?

-Desde el ramadán se han producido una serie de protestas muy importantes por parte de la población palestina. También ha habido provocaciones muy graves por parte de los sectores ultranacionalistas judíos. Todo eso se trasladó a las calles con momentos de mucha tensión. Tras una marcha de los ultranacionalistas, Hamas comenzó a lanzar cohetes, algunos llegaron a la Ciudad Santa, y ahí comenzaron los once días de ofensiva en Gaza. Todas estas actuaciones suelen tener un impacto directo en el día a día e interfiere en la relaciones entre las dos grandes comunidades, la judía y la palestina.

¿Y cómo afecta a la comunidad cristiana?

-Imagínate. Nosotros estamos en medio. Cuando hay una ofensiva, cuando hay problemas, afectan a todo el mundo y se viven situaciones muy complejas.

Es el conflicto de nunca acabar. ¿Cree que llegará un momento en el que judíos y palestinos se den la mano y se suavicen las posturas?

-Es un conflicto que va por ciclos. Un fransciscano que vive allí me dijo que los cristianos intentamos cristianizar Jerusalén y fracasamos; los musulmanes intentaron islamizarlo y también fracasaron. En estos momentos los judíos están intentando judaizarla, pero la historia nos ha demostrado que nada es eterno en Jerusalén.

¿Y cuál es el papel de la comunidad internacional?

-Lleva treinta años cruzada de brazos. Es muy difícil pensar que en estos momentos hay mimbres para establecer acuerdos de paz.

¿Las declaraciones del presidente de turno en Estados Unidos tienen un peso enorme en el conflicto entre Israel y Palestina?

-Absolutamente. Israel es una estrellita más de la bandera de Estados Unidos, sea cual sea su presidente, aunque las relaciones puedan ser distintas, más o menos intensas. Hemos visto con Donald Trump que ha habido una química total con Benjamín Netanyahu. Estados Unidos no tenía política exterior en Oriente Medio, su política era la de Netanyahu.

¿Y cómo lo ve con Joe Biden?

-Hemos dejado atrás la diplomacia de Obama. Cambian las formas, pero se mantiene exactamente igual. Y queda claro que el único país que tiene capacidad de influencia en este conflicto es EE.UU. Lo hemos visto hace poco, cuando una llamada de Biden fue suficiente para que Israel detuviera la ofensiva.

Como corresponsal en países en conflicto, ¿se puede cuantificar el miedo?

-Te puedo decir que se pasa muchísimo. Son lugares en ocasiones de máxima violencia. Como he dicho antes, cuando en uno de estos países las cosas se complican, se complican de verdad. No son solo sustos, pasas mucho miedo, pero con el paso del tiempo aprendes a gestionar ese miedo. Es mi trabajo, nadie me ha obligado a estar donde estoy, es una decisión voluntaria.

¿Se ve muchos años viviendo en Jerusalén?

-Todos los que pueda y todos los que aguante la profesión. Cada vez somos menos los corresponsales que quedamos en Jerusalén. En los últimos años la población de corresponsales se ha reducido en esta ciudad al 50%, y eso que es un lugar importante, pero estamos en un periodo de cambios, los medios recortan... Normalmente se empieza a recortar por las ramas y nosotros estamos ahí.

Así que cunde el desánimo, supongo.

-A mí me gustaría seguir. Tengo interés y fuerza para seguir en Oriente Medio porque es un aprendizaje constante. Yo no soy más que un recién llegado, apenas llevo dieciséis años trabajando en esta zona.

¿Le ha compensado dejar la seguridad de una redacción?

-Totalmente. No he echado de menos la redacción. Estoy feliz, cada día es diferente, conoces gente nueva... Estoy enganchado a mi trabajo, pero también es verdad que la carga a veces es brutal, sobre todo cuando tienes por delante todo lo que ha pasado en Gaza y hay que hacer frente a cuatro radios, a periódicos, a canales de televisión... Tienes que atender a todos, aunque siempre hay clientes de referencia que son los que te dan de comer todos los días.

¿Asume bien la familia un cambio de vida de este tipo?

-Al final, Jerusalén para nosotros ha sido una tabla de salvación. Cuando trabajaba de enviado especial he llegado a estar nueve meses fuera de casa. Eso no hay familia que lo resista, sobre todo si tienes dos niños pequeños. Necesitábamos un lugar en el que vivir juntos y es lo que nos ha dado esta ciudad. Cada mañana voy andando al colegio con mis hijos y es un auténtico privilegio. Muchos de mis amigos de Euskadi no pueden hacerlo.

Su nuevo libro se titula Jerusalén, santa y cautiva. ¿Más santa o más cautiva?

-Creo que es cautiva de su santidad. Las tres religiones monoteístas intentan capturarla cada vez que tienen el monopolio de la fuerza. Si tuviera que añadir un tercer calificativo diría que es una ciudad dividida.

¿Cómo se relacionan los ciudadanos de estas tres religiones monoteístas en el día a día?

-Coexisten, pero viven de espaldas los unos a los otros. Es increíble que esto ocurra con los pocos metros que separan los lugares santos. Al 99% de las personas que viven en el barrio judío ni se les ocurre acercarse a ver el Santo Sepulcro, ni siquiera por interés cultural, pero pasa lo mismo en el lado musulmán, donde la mayoría ni huele el Muro de las Lamentaciones. Y los cristianos tampoco quieren saber nada ni del Muro ni de las mezquitas. Viven de espaldas los unos con los otros y hay una negación constante. Cada uno cree que es el legítimo, el original, el auténtico pueblo elegido.