Desde su suite en el Grand Hotel, Faye observaba la bahía.
En los muelles frente al palacio real, pululaban pequeños grupos de paseantes ligeros de ropa. Se apoyó la mano sobre el pecho y sintió el corazón palpitante. ¿Alguna vez se le había acelerado tanto?
Cuando llamaron a la puerta, se sobresaltó.
—¡¿Quién es?! — gritó.
La voz que le respondió fue tan débil que no pudo reconocerla.
La necesidad de volver a preguntar agudizó su ansiedad.
—Alice — repitió una voz familiar, y Faye suspiró.
Fue tal su alivio que estuvo a punto de echarse a llorar.
Abrió la puerta con manos temblorosas.
La ficha
- Título: Sueños de bronce
- Autora: Camilla Läckberg
- Género: Thriller psicológico
- Editorial: Planeta
- Páginas: 392
Su amiga, que además era una de las principales socias de Revenge, su empresa, entró en la suite y empezó a recorrerla.
—¿De modo que así viven los ricos?
—Tú tampoco vives en una pocilga, Alice.
Faye logró forzar una breve carcajada, aunque su corazón seguía acelerado.
—¿Es esta la suite donde suelen alojarse Madonna y Beyoncé? — inquirió Alice, mientras se dejaba caer en uno de los grandes sofás—. ¿O hay otra todavía más lujosa?
—No, es esta.
Faye extendió la mano hacia la cafetera plateada, detrás de una gran bandeja llena de delicias para el desayuno.
—Entonces ¿estoy respirando ahora restos de su ADN o...? — comentó Alice con devoción.
Faye se obligó a reír una vez más.
—Supongo que la ventilación los habrá hecho desaparecer hace tiempo. Y espero que también se hayan perdido las últimas trazas de sus fluidos corporales. Tendrás que conformarte con mis esporas.
Le tendió a Alice un café en taza de porcelana, mientras señalaba con expresión interrogativa la jarra de leche.
Alice negó con la cabeza.
—No, gracias. Me gusta el café solo. Negro y fuerte, como mi actual amante.
Faye esbozó una sonrisa y se acomodó en el sillón frente a Alice, después de servirse también una taza.
—No creo que sea muy políticamente correcto eso que acabas de decir... — observó.
Su socia se encogió de hombros. Después de su traumático divorcio con Henrik, le importaba muy poco lo que pensaran los demás acerca de sus decisiones vitales.
—¿Por qué querías que nos viéramos aquí y no en la oficina? ¿Y por qué estás en un hotel en lugar de en tu casa?
Como de costumbre, Alice no se había andado con rodeos.
Faye bajó la vista y se miró las manos. No quería mezclar a sus seres queridos en sus preocupaciones, pero sabía por experiencia que estar sola no la hacía más fuerte.
—Anoche, cuando estábamos en el Riche, vi a mi padre.
Se detuvo delante de la ventana, se me quedó mirando un momento y después se marchó.
Se estremeció al recordar la mirada feroz de su padre, la misma que la había atormentado durante toda su infancia, porque sabía que esa forma de mirar presagiaba un castigo para ella o para su madre.
Alice apoyó la taza de café sobre el platillo, produciendo un fuerte tintineo.
—¿Estás segura?
Faye asintió.
—Completamente.
—Ya decía yo que te había pasado algo. De repente te quedaste callada y te fuiste. A Ylva también le resultó extraño.
—Sí, debería hablar con ella.
Su mirada se encontró con la de Alice.
—Al llegar a casa — prosiguió—, vi marcas en la puerta del piso, como si hubieran intentado forzarla. Por eso decidí venir a este hotel, y aquí estoy.
—¡Dios mío! — Alice apoyó una mano sobre la de Faye—. ¿Qué vas a hacer con el viaje a Italia?
A Faye se le hizo un nudo en la garganta al pensar en la preciosa casa de Ravi, donde su hija y su madre la estaban esperando.
—Lo cancelaré. No puedo arriesgarme a conducir a mi padre adonde están ellas. Sabe que están vivas. Ayer me enseñó una foto de ambas que yo le había dado a Jack antes de... su muerte. Debieron de mantenerse en contacto incluso después de su fuga del traslado de presos. Supongo que Jack le dio la foto a mi padre y ahora..., no sé. Pero necesito encontrar otro lugar donde vivir. Una casa con jardín. Salvo cuando me alojé con Kerstin, nunca he vivido en una casa desde mi regreso a Estocolmo. Tiene que ser algo que mi padre no se espere.
—¿No estarías más segura en el centro de la ciudad?
¿En un apartamento?
Faye negó con la cabeza.
—Demasiado movimiento de gente que entra y sale.
Una casa es más fácil de controlar y vigilar.
—Dime si puedo hacer algo por ti — dijo Alice, mientras se ponía de pie para servirse más café.
—Seguramente necesitaré tu ayuda, pero antes tendré que resolver yo sola algunos asuntos.
—¿De verdad crees que se atrevería a hacerte algo a ti?
Por lo visto, ha conseguido huir. ¿No sería más sensato que se mantuviera al margen y te dejara en paz?
Faye negó con la cabeza.
—No. Lo conozco bien. Vendrá a por mí. ¿Por qué otra razón iba a enseñarme la foto? Tengo que estar preparada.
Se le puso la piel de gallina, como si una corriente fría se hubiera colado en la elegante habitación de hotel.
—¿Qué quieres hacer con la presentación? ¿La posponemos?
—No. Encontraré la manera. Hemos trabajado demasiado
para arriesgarlo todo ahora, aplazando la presentación.
Si conquistamos el mercado de Estados Unidos, situaremos a Revenge en la cima del sector de la belleza. Las dos lo sabemos, y no voy a permitir que mi padre se interponga en nuestro camino.
Faye se rodeó el torso con los brazos. ¿Sería el aire acondicionado?
—Pero quería pedirte que adoptes más medidas de seguridad en la oficina — prosiguió—. Tendré que ir dentro de poco, quizá esta misma tarde.
—Lo haré de inmediato.
Sobre la autora
Camilla Läckberg publicó en 2003 su primera novela, La princesa de hielo, ambientada en Fjällbacka, la región costera de la que es originaria. Desde entonces, su trayectoria ha sido fulgurante y ha superado los treinta y nueve millones de ejemplares vendidos en más de setenta países. Además de su celebrada serie Fjällbacka, formada hasta el momento por doce entregas, es también autora de las novelas Mujeres que no perdonan y Verdad o reto. Sueños de bronce es la tercera y última entrega de la serie protagonizada por su icónico personaje Faye, formada por las novelas Una jaula de oro y Alas de plata. Läckberg ha sido reconocida, entre otros, con el premio Mujer del Año en Suecia, los premios Folket y el SKTF a Mejor Autora del año.
Alice se levantó y abrazó con fuerza a su amiga.
Faye notó el familiar aroma a Chanel N.º 5. A su socia siempre le había gustado lo clásico.
Cuando la puerta se cerró tras ella, Faye se dirigió al dormitorio y, tras un instante de duda, buscó el teléfono.
Odiaba tener que mentir a su hija. A su madre debería decirle la verdad, pues conocía mejor que nadie el peligro que representaba su exmarido y no habría sido justo ocultarle los hechos.
Con un suspiro, inició una videollamada. Se le encogió el corazón cuando apareció en la pantalla el bonito rostro de su hija.
—¡Mamá! ¿Cuándo vuelves? Te he hecho un dibujo, ya verás. Te lo daré cuando vengas.
—Eres un amor, cariñito. No te imaginas cuánto te echo de menos, pero todavía falta un poco para que mamá regrese a casa. Tengo que quedarme un tiempo más en Estocolmo, para resolver varios asuntos de trabajo.
La mirada de decepción de Julienne le resultó tristemente familiar. Había vuelto a incumplir una promesa.
Notó que su hija se esforzaba por parecer despreocupada, y eso le dolió todavía más.
Julienne se encogió de hombros.
—No pasa nada. Lo entiendo.
—¿Cómo estás?
—Yo estoy bien, pero tú querrás hablar con la abuela, como siempre, ¿no?
—Oh, Julienne, lo siento. En este momento tengo que hablar de algo muy importante con tu abuela, pero la próxima vez...
—Sí, claro...
El rostro de Julienne desapareció de la pantalla, sustituido por una sucesión de paredes en tonos claros y muebles oscuros, mientras la niña se desplazaba por la casa.
—¡Abuela! — llamó.
Entonces Faye vio la cara de su madre.
—¿Puedes alejarte un poco? — le dijo en voz baja.
Su madre asintió, y Faye la siguió a través de la pantalla de su móvil mientras subía al piso de arriba.
—¿Qué ha pasado? — preguntó su madre, ligeramente sin aliento después de subir la escalera—. No me asustes.
Faye respiró hondo.
—Ayer lo vi. Vi a papá. Creo que ha intentado forzar la puerta de mi apartamento.
Notó que a su madre se le cortaba el aliento.
—¿Viste a Gösta? ¿Estás segura?
Alice le había hecho la misma pregunta y tuvo que dar la misma respuesta.
—Del todo. Y sabe que estáis vivas. Por eso he cancelado el viaje. Es imposible que sepa lo de la casa de Ravi, pero no quiero llevarlo hasta allí, si me está vigilando.
Sintió que las lágrimas le quemaban detrás de los párpados, pero las contuvo.
—Ten mucho cuidado a partir de ahora. Por supuesto, aumentaré de inmediato las medidas de seguridad. No quiero correr riesgos.
—¿Dónde estás ahora?
La voz de su madre sonaba entrecortada y el móvil le temblaba en la mano. El padre de Faye obraba ese efecto.
Despertaba en ellas un terror profundo y primitivo. Las dos sabían de qué era capaz y cuánta maldad albergaba en su interior.
—En el Grand Hotel. Pero estoy buscando otro lugar más seguro donde vivir.
—Cuídate mucho — le dijo su madre en voz baja.
Faye se limitó a asentir.
No podía dejar que el miedo la dominara. Se negaba a concederle a su padre ese poder. Tenía que mantener la sangre fría para planear el siguiente paso. Su padre era un prófugo, un delincuente sobre el que pesaba una orden de busca y captura, y eso suponía cierta ventaja para ella.
—Cuida de Julienne. Os quiero mucho — dijo finalmente, antes de terminar la llamada.
Se quedó sentada en la cama. Después de todo lo sucedido en los últimos años, estaba cansada de luchar. Sin embargo, no le quedaba otra. Tendría que presentar batalla por su vida y la de su familia. Le vino a la mente la fotografía que Jack había visto y se había llevado. Era la única foto de su madre con Julienne, y echaba mucho de menos poder mirarla. La había tomado ella, en una playa de Sicilia, y aún podía visualizar a Julienne, acurrucada en el regazo de su abuela, con su larga melena rubia enmarañada después de bañarse en el mar, mirando a la cámara. Ahora esa foto la tenía su padre.
Estaba dispuesta a pelear por ellas dos hasta la última gota de sangre.
Volvió a coger el móvil e hizo una búsqueda de agencias inmobiliarias en Estocolmo. El primer resultado era una agencia claramente orientada a la clientela más exclusiva.
Llamó al teléfono indicado y enseguida le respondió una voz masculina.
—Hola, quiero comprar una casa — se apresuró a decirle Faye.
—¡Perfecto! Le paso a uno de nuestros agentes.
Mientras esperaba, Faye cogió un vaso de la mesilla y bebió un sorbo de agua mineral, para quitarse el regusto amargo del café.
—Aquí Peter Bladh, ¿en qué puedo ayudarla?
A juzgar por el ruido de fondo, el hombre parecía estar circulando en un coche.
—Me llamo Faye Adelheim y quiero comprar una casa lo antes posible. Necesito que esté cerca de la costa, a no más de media hora del centro de Estocolmo. El precio no me importa.
Tras un breve silencio confuso, llegó la respuesta.
—Mmm... Creo que tengo una propiedad que podría gustarle — dijo—. Está en Lidingö, al lado de la costa. El precio de salida es...
—Ya le he dicho que no me importa el precio — lo interrumpió Faye—. ¿Cuándo puedo ir a verla?
—¿Dónde se encuentra usted? — preguntó el agente.
Faye tenía que comportarse con normalidad, sin demostrar
ansiedad. En algún momento llegaría el ataque de su padre y debía estar preparada.
—Me alojo en el Grand Hotel.
—Puedo pasar a recogerla dentro de veinte minutos.
Solo necesito ir a la oficina para buscar las llaves y los códigos de la casa.
—Perfecto.
Tras poner fin a la llamada, Faye se dirigió a la ducha.
Tenía mucho que hacer. Pensaba proteger a su familia costara lo que costase.