Tendría que vivir como una honorable jubilada en algún lugar con sol. Pero no, Isabel II no se baja del trono ni está dispuesta a ceder la corona por muchos disgustos que está le depare y por muchas espinas que tenga. La familia no le da respiro, la prensa le roba el aliento y la política tampoco le deja mucho espacio. Debe ser cierto ese refrán de que "sarna con gusto, no pica, pero mortifica".

Cerró el año con los escándalos sexuales de su hijo preferido, el príncipe Andrés. Vamos, estaba tan abochornada que le borró de la agenda de compromisos reales y le castigó sin celebrar su cumpleaños con el boato de un miembro de la realeza. El brexit está a la vuelta de la esquina y aunque parece no importarle mucho, le incordia y pone al Reino Unido en la picota. Para empezar 2020 nada mejor que la rebelión de su nieto Harry y su mujer Megan. Han hecho las maletas y se han ido a Canadá y le han dado con las puertas en las narices. La verdad, un culebrón.

tormentas y huracanes Tiene fama de saber hacer frente a muchos temporales privados y públicos. Ha convivido durante años con la supuesta infidelidad de su marido, el príncipe Felipe de Edimburgo. El matrimonio de su primogénito y Lady Diana Spencer fue estar montada en una montaña rusa. Pasado el tiempo y con Carlos esperando agazapado a que su madre dimita de una vez y pase a la lista de eméritos como Juan Carlos I, su majestad británica pensaba que iba a tener cierta tranquilidad, pues no. Hijos y nietos no quieren que se aburra.

Las últimas semanas de 2019 fueron un torbellino del que intentó resguardarse para que no le salpicaran los escándalos de Andrés acusado de abuso sexual por varias mujeres y de haber mantenido relaciones con menores. Además, está su relación con el financiero Jeffrey Epstein, considerado un depredador sexual y que se suicidó en la cárcel el año pasado.

Pero llegaron otros fuegos que apagar, el matrimonio de su nieto Harry y la actriz Meghan Markle no le provocaron buenas vibraciones, pero no le quedó más remedio que tragar. Él ya le había puesto en situaciones complicadas en otras ocasiones. La fiesta de compromiso, la boda, el nacimiento del hijo de ambos, todo ocurrió muy rápido.

Muy pronto, esa prensa amarilla que los británicos consumen como rosquillas empezó a hacer un seguimiento intensivo de esta pareja. Primero fueron los rumores de enfrentamientos entre las dos cuñadas, Meghan y Kate. La propia reina tuvo que llamarlas al orden y obligarlas a aparecer juntas con sonrisa canapé. Después llegaron las habladurías sobre la mala relación entre los hermanos y los situaron divididos por un asunto de lealtades matrimoniales.

Los duques de Sussex no estaban dispuestos a ser los malos de la historia en Gran Bretaña y han decidido poner el océano por medio. Se han ido. La reina convocó a una audiencia privada a su nieto Harry para acordar su salida de la nómina de palacio y aclarar la situación de la pareja respecto a la monarquía, ya no son altezas reales. Con lo bien que estaría está mujer en la playa tomando el sol. Mientras ella sufre y pena por todo lo que se le viene encima, el brexit está al llegar y de mientras ella tiene que lidiar con el Megxit y otros asuntos de familia.

Ella estuvo encantada cuando Kate, la mujer de su nieto Guillermo llegó a la familia, no le importó que fuera plebeya y nunca hubo con ella los más y los menos que habido con Meghan. Más distintas no pueden ser ambas. Dicen que la mujer de Harry tiene mucho carácter y que no le ha importado anteponer sus deseos a los de la reina, algo que Isabel II no está muy dispuesta a consentir. Quiso imponer sus normas cuando nació Archie, el hijo de la pareja, no pudo hacerlo al cien por cien, pero consiguió llevar a cabo muchos de sus requisitos. Ni siquiera gustó en palacio el nombre elegido para la criatura.

De momento, la reina británica está encantada con Kate y con cómo asume los compromisos sin que se le despeine la melena. Ella siempre aparece exquisita, sin un gesto que muestre descontento. Incluso mantuvo la calma cuando la prensa británica apuntó una posible infidelidad de su marido y señaló una presunta relación con una mujer que estaba dentro del círculo de amistades de ambos. Una vez más, Isabel II volvió calmar las aguas turbulentas. ¿Y qué dice Carlos, el heredero? Este no dice ni Pamplona, él a lo suyo, a esperar a que le dejan el trono libre y se acomode en él con Camila a su vera.

¿Monarquías en peligro? Quizá las cosas estén más revueltas en el reino británico o están siendo más mediáticas, pero otras monarquías tampoco están alejadas del foco de los medios de comunicación. Los daneses se han despertado esta semana con un escándalo económico de los príncipes herederos. Un escándalo que puede extenderse a más miembros de la familia real y que ha llegado al parlamento. En Luxemburgo también los grandes duques están puestos en entredicho. Las casas reales de Noruega y Suecia tienen lo suyo y barren miserias y rumores debajo de sus esplendorosas alfombras rojas.

Y si nos damos una vuelta por la Zarzuela tampoco es que todo sea un cuento de hadas, sean felices y coman perdices. La reina Letizia es objeto de críticas un día sí y otro también. Sus relaciones con sus eméritos suegros es fuente constante de titulares. Han cambiado mucho los tiempos. Nada que ver con décadas pasadas cuando todo era silenciado y la prensa no decía nada respecto a las actividades de los monarcas reinantes.