Con una delgada línea de ceniza que atraviesa su salón y sobre la que se asienta un fogón de leña, la casa de Edelberto Portilla se encuentra literalmente demarcada entre Ecuador y Colombia, situación que le otorga un estatus especial de casa binacional. Con un sombrero oscuro, poncho y un bastón que le socorre en el andar, este hombre de 85 años no reconoce fronteras ni límite territorial alguno y bromea en el interior de su vivienda con que su mujer, María Rosero, diez años menor, está sentada del lado colombiano junto al fuego, mientras que él en el ecuatoriano.

Hace un tiempo, cuenta Portilla, llegaron investigadores de Brasil para establecer la ubicación del inmueble y le dijeron que "la casa no existe entre los dos países, sino que existe en el mundo". "¡Eso es un orgullo para nosotros!", exclama sentado en un espacio abierto de la edificación de una sola planta, donde la línea negra divisoria delimita la soberanía territorial de cada baldosa.

La mujer elabora una sopa de arroz con cebolla y papas andinas, "como las de antes", en una cacerola ennegrecida por el humo, al igual que las paredes donde cuelgan mazorcas y utensilios de la vivienda, reflejo de la humildad de una familia que no es ninguna excepción en la zona.

Su caso se repite a lo largo de la frontera colombo-ecuatoriana sin que se sepa el número exacto de viviendas binacionales, tan solo que fueron producto de intercambios territoriales en los siglos XIX y XX.

Elaborada originalmente con adobe y pilares de madera, con el paso del tiempo se añadieron ladrillos a la casa, hoy descoloridos bajo una techumbre tejada como protección ante el clima andino en esta región fronteriza donde el paisaje se asemeja al de una campiña. De los diez hijos de la pareja, solo la menor vive con ellos en una casa contigua, esta sí, plenamente en territorio colombiano.

Ubicada en la comunidad de Urbina, de la provincia ecuatoriana de Carchi, el octogenario agricultor ya retirado vive en la casa desde hace más de 60 años, cuando la compró al capataz para el que trabajaba, sin imaginarse los quebraderos de cabeza que le provocaría su carácter bicéfalo.

Los impuestos "toca pagarlos en ambos lados, ya estamos haciendo el reconocimiento de la casita en Ecuador", explica con el optimismo de quien ha visto la historia moverse bajo sus pies y a quien nada ni nadie lo moverá. Al menos no en esta vida. "En Colombia pago por año unos 300.000 pesos (cerca de 73 euros), y en Ecuador, que no salga, porque todavía no nos han pasado (la factura)", señala al mostrar recibos y facturas de los dos países.

Con dos trenzas canas a ambos lados del rostro, su esposa cree que la binacionalidad tiene la ventaja de que "llegan visitas de Ecuador y Colombia", aunque su preocupación gira más en torno a cómo podrán dejar la vivienda en herencia cuando está partida entre los registros de dos países.

Natural de la pequeña aldea de Calle Larga, junto a la demarcación fronteriza, Rosero es ecuatoriana, a diferencia de su marido colombiano, una combinación común en toda la zona, donde los acentos se entremezclan por el intercambio comercial y social.

Comunidades como Urbina, El Carmelo y Tufiño, entre otras situadas en los 176 kilómetros de frontera con Colombia que tiene esta provincia ecuatoriana, suelen ser puntos de tránsito del contrabando de productos, tráfico de personas y drogas, motivo de preocupación para la pareja que ve delante de su casa cómo cruzan de lado a lado.

"La guerrilla de las FARC incluso vino. Pensé que me giraba y que ahí me podían matar, pero ningún daño me hicieron", rememora Portilla sobre un episodio ocurrido hace algunos años. Y muestra con cierto honor junto a su casa un hito en el que aparece la leyenda Ecuador, 1946 y otro de Colombia, 1946, ambos dentro de su propiedad, lo que no acaba de resolver la confusión en torno al perímetro de demarcación de la divisoria.