El virus FIFA –lesiones de los jugadores con sus selecciones– se ha cebado con el fútbol como pocas veces en el parón recién concluido –entre los lesionados de gravedad, Vinicius, Gavi y Camavinga–, y aunque ha habido quien ha intentado echar la culpa a los seleccionadores, el dato ha matado al relato: el culpable es el demencial calendario sobresaturado. Los futbolistas están reventando de tanto exprimirles todo el jugo.

Porque cuantos más partidos juega un equipo o una selección, más dinero ingresa. Y lo triste –aparte del silencio de los propios jugadores, que se ve que tampoco quieren cobrar menos– es que nadie se mueve para hacer una reunión de todos los estamentos y buscar una o varias soluciones: descargar y racionalizar el calendario, fijar un tope obligatorio de partidos anuales a cada jugador, etcétera. La fábula de la gallina de los huevos de oro o, aún más apropiado, aquello de que la avaricia rompe el saco.