Una larga cola de personas esperando su turno para recibir un vaso de chocolate caliente rodeaba ayer la plaza de Zubiri. Había también algunas caras manchadas de los que ya se lo habían tomado, y un hombre lanzaba gorros de colores desde un balcón con un cartel de fondo que decía “feliz día”. Los niños y no tan niños bailaban al ritmo de la música de la txaranga que animaba la plaza del pueblo. En definitiva, un ambiente que delataba las ganas que tenían los vecinos de volver a celebrar sus tan queridas y ansiadas fiestas.

Nueve vecinos, uno de cada generación, lanzaron los cohetes.

Alrededor de las siete y media de la tarde, la gente se congregó frente al escenario de la plaza expectante. Después de dos años se retomaba la tradición de poner el pañuelo rojo a los niños nacidos ese año. Esta vez el escenario se les quedaba un poco pequeño, pues subieron 12 niños, algunos más pequeños que otros. Era también un homenaje para todos los niños que no habían podido recibir su pañuelo durante los años de pandemia.

Este año se les entregó el pañuelo a los niños nacidos desde 2019.

A las 20.00 horas llegaba el momento del chupinazo y todo el mundo corría al puente, desde donde se lanza. Esta vez fue diferente, pues no fue uno. Fueron nueve.

La chocolatada fue un éxito entre los pequeños y no tan pequeños.

En una reunión los vecinos decidieron que todo el pueblo lanzaría el cohete. Como eso era un tanto complicado, eligieron por sorteo a nueve personas, cada una de una generación, en representación del resto. El primero corrió a cargo de Martín Villanueva, vecino de 92 años al que todo el mundo animaba “¡Aupa Martín!” La última fue la más pequeña, Eider Padilla. La niña de cuatro años, visiblemente asustada por el ruido, encendía la mecha llorando. El ruido también era algo que le preocupaba a Aitana Narrika. La joven de 12 años fue previsora y acudió a la cita con auriculares inalámbricos: “He estado escuchando Bad Bunny para no ponerme nerviosa”. Admitía haberlo estado durante el día: “Antes sí que lo estaba, pero ya se me ha pasado”. “Ahora nos vamos al tirapichón”, añadía una de sus amigas.

Charo Orradre, de 87 años, también fue una de las responsables de dar comienzo a las fiestas. Emocionada contaba que “ha sido una sorpresa porque esto no se había hecho otras veces”. Recalcaba el gran trabajo de “este nuevo concejo que tenemos. Son muy buenas”. Aseguraba vivir con ilusión las fiestas, especialmente este año. “Lo que hace falta ahora es que la juventud se divierta, que pase todo muy bien y a esperar al año que viene”. Lo que más disfruta ella es el ambiente del primer día: “La chocolatada, ver cómo ponen los pañuelicos a los niños, el chupinazo... En general el primer ambientico que se crea. A mí los bailes de la noche ya no me importan, habrá quien prefiera eso, pero yo a mi edad no”. “¿Y el torneito de mus qué?”, le preguntaban. “Ah, bueno, eso también”, contestaba ella riéndose.

Juanmari Errea, de 78 años, aseguraba estar muy contento de cómo había transcurrido todo: “Era algo que no nos esperábamos ninguno, y ha sido muy bonito”. La fiesta no había hecho más que empezar: “Ahora algún trago habrá que echar, ¿o qué?”.

Maialen Villanueva, parte del concejo encargado de la organización de las fiestas, explicaba que es tradición después del chupinazo juntarse cada uno con u cuadrilla en la plaza y cenar ahí, todo el pueblo junto.