Querida Inés: querida hermana, querida tía, querida compañera, querida profesora, querida amiga.

Un mes después de que nos dejaras, con el pensamiento clavado en tu ausencia interminable, no hemos olvidado –ni olvidaremos nunca– la entereza que mostraste ante la muerte. “No tengo miedo a morir, solo al dolor, al sufrimiento”, dijiste al saber lo que ocurría. No puede haber mejor ejemplo de fortaleza ni reflejo más sincero de la condición humana. Así lo dijiste y así lo hiciste. Nos quedaron unos meses para admirarte por ello, y también para recordar y confirmar lo mucho que nos queríamos. Al final, como a lo largo de tu vida, fuiste una persona libre, dueña de ti misma hasta el último momento.

El poeta Miguel Hernández escribía las más bellas palabras dedicadas a la muerte prematura. Empiezan en el sufrimiento, continúan con la rabia, pero acaban en el recuerdo, en la memoria, que es lo único que nos queda. Son lo bastante hermosas como para ofrecerte algunas de ellas, retocadas para ti, en nombre de todas las personas que te conocimos: “Por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma colmenera / de angelicales ceras y labores. / A las aladas almas de las rosas / el almendro de nata te requiera, / que teníamos que hablar de muchas cosas, / compañera del alma, compañera”.

Para siempre habitará en nuestra memoria / tu sonrisa ancha como la de Amanda.

Luis Basarte, amigo de Inés