¿Cuánto pesa una mentira? Mentí por vez primera con 12 años. Vivía en la Rotxa, donde las bandas adolescentes exigían tributos muy altos para seguir en nómina y plantilla. No me quedó más remedio. Aquella noche no pude dormir. Por eso me pregunto cómo duermen Sayas y Adanero. Cómo duerme un tránsfuga, que como bien saben es un gánster ideológico sin plaza fija. Cómo duerme alguien que hoy dice “tajantemente no” y mañana amanece entonando “depende, todo depende” Cómo es capaz de conciliar el sueño un desertor de palabra, obra y omisión: tranquilo, de tirón, inquieto, según se porte la próstata...

Igual, pienso, el sueño también les traiciona; como las palabras dadas. Y se trasmuta como ellos mismos. Y ya no son Sayas ni Adanero, sino P. Sayas y P. Adanero, renombrándose con la P por delante, que es una letra que siempre ha rentado mucho: pagos, palmeros, pelotazo, patrón, pufos, pifias.

Y me pregunto si estos dos personajes desmemoriados, que parecieran sacados de un folletín barojiano, creen en algo más allá de su propia sombra alargada, como la del ciprés de Delibes. Si les queda algún gramo de honestidad. Lo dudo. Y confirmo que en estos tiempos, donde las palabras se arrastran por el fango, estos son los tipos triunfan. Gentes de una euforia extravagante cuando le preguntan por su pasado, presente o futuro. Porque el tiempo también viene amañado.

Ya ven, a estas alturas la mierda les llega hasta las orejas pero ellos presumen de Loewe. Y ahí están. Uno creyendo que con un poco de suerte tendrá asegurados otros cuatros años de sueldo público sin dar palo al agua. A lo más un par de plenos de trifulca y ladrido. Y el otro agarrado al escaño con los votos de gente que hoy repudia llamando a las puertas de Madrid.

Dicen que al llegar a Génova 13, alguien les dijo “ esta es una banda donde la mentira es parte del oficio”. Y ahí se apuntaron.