El caso es que entre pacto y pacto, convocatoria anticipada y quejas desaforadas –Feijóo bramaba porque Sánchez colocase las elecciones un 23 de julio, cuando él puso unas elecciones gallegas un 12 de julio–, en mitad de todo este habitual carrusel que no es sino la cresta de la ola de una actualidad mediática que no se detiene nunca –la actualidad política solo rebajó algo su excesiva importancia en los medios españoles con la pandemia, pero ya ha recuperado sus niveles atosigantes– los curritos seguimos yendo a comprar las cosas del día con las pelotillas bien pegadas al culo y la tremenda sensación de que por mucho que leas eso de que se va moderando la inflación tú al ponerte delante de los mostradores con los alimentos lo que ves son unos precios que directamente llevan a muchas familias a situaciones durísimas, puesto que duro es para quien gestiona las compras familiares el tener que comprar alimentos supuestamente peores para poder pagarlos. Peores o de menos calidad, como ustedes quieran. O tener que optar siempre por una oferta muy similar, con determinados grupos de alimentos casi vetados por su precio casi inasumible.

¿Esto te lo apaña Ayuso, te lo arregla Yolanda Díaz, hay alguien ahí preocupado porque comer pescado fresco sea cosa de ricos o que la fruta que sepa a fruta está muy cara o mil detalles más? Yo tengo claro quién se va a pelear más para que esto tenga al menos una mayor suavidad o quién supuestamente tendría que tener más sensibilidad y en ocasiones la ha tenido, pero no sé yo si a 1 mes de las supuestas vacaciones y a 51 días de las elecciones generales se le va a meter mano a esto de topar precios o llegar a acuerdos con las grandes distribuidoras o algo, porque sigue el caballo muy desbocado, con unas vacaciones a la vuelta de la esquina en las que millones de familias solo podrán irse a la vuelta de la ídem.