Se abusa mucho del calificativo de histórico, pero la moción de censura de Pamplona lo merece. Es la primera vez que se descabalga del cargo a una alcaldesa. Solo seis meses ha durado en el puesto Ibarrola la Breve, que ha acabado haciendo historia, aunque no como había pensado.

Es también la primera vez que el Partido Socialista entrega una institución del calado de la capital navarra a la izquierda abertzale. Una decisión difícil y valiente, facilitada por un contexto político que hace tiempo cambió de rumbo para pesar de UPN, y que esta vez ha jugado a favor de EH Bildu porque ha tenido la paciencia suficiente para esperar su momento y aprovecharlo bien.

Se abre ahora un nuevo tiempo en Pamplona. Diferente al de 2015 porque esta nueva mayoría no es coyuntural, y eso la puede hacer más duradera. Un escenario que tiene riesgos y ofrece oportunidades, pero que va de la mano de los gobiernos de Navarra y de Madrid. Lo que invita a pensar que habrá estabilidad en la capital. Entre otras cosas porque la moción de censura es una hipoteca que EH Bildu firma con el PSOE, y que ahora deberá gestionar con inteligencia.

La factura en todo caso la ha acabado pagando UPN, que deja la Alcaldía con insultos e improperios a la mayoría municipal. De la mano de una exalcaldesa que ha puesto la guinda con su desprecio clasista a la labor de limpieza que dignamente realizan miles de personas.

Arrogante y ambiciosa, Ibarrola ha ido creando enemigos a cada paso y ahora paga las consecuencias. Arrastrando por el camino a UPN, que no sólo pierde una Alcaldía. Pierde también toda su política histórica de alianzas.

Hay muchas formas de caer y la de UPN en Pamplona ha sido estrepitosa. Quizá la adrenalina del momento ayude a mantener el pulso, pero la resaca del día después va a ser dura para la antaño todopoderosa derecha regionalista, que afronta un incierto futuro sin instituciones de referencia ni expectativa de volver al poder a corto plazo.