El pasado miércoles fue todo tan deprisa en la sesión que empezó con la segura derrota de los tres decretos de Sánchez y terminó con una remontada épica, que necesitábamos 24 horas para hacer la digestión. O eso creía este ingenuo plumilla, porque el día después me ha dejado, si cabe, más perplejo y desesperanzado que el de autos.

Para empezar, sigo sin tener ni medio claro lo que Junts arrancó al presidente de chequera fácil. Si atendemos a los de Puigdemont, han conseguido la transferencia total de las políticas migratorias y otro congo y pico de concesiones de fuste.

Los presuntos pagadores, sin embargo, dicen que no es para tanto y que están dispuestos a dar lo mismo a cualquier otra comunidad que lo pida. Pero la confusión es total cuando Esquerra, que estando al mando del Govern, es quien debe aplicar los presuntos logros, asegura que todo es humo para marcar paquete soberanista.

No da para más

En cuanto al decreto que no salió, el de las medidas laborales, tampoco hay forma cabal de saber si fue una humillación o una gran victoria para la clase trabajadora. Sí es verdad que, en lo que nos toca más de cerca, en Euskal Herria tenemos claro que nos han hecho una faena al cargarse la prevalencia de los convenios locales. También que, a primera vista, salen palmando cientos de miles de parados que no verán aumentar su prestación este año. Ojalá haya un plan B para evitar lo uno y lo otro.

Mientras, lo que tenemos sobre el tapete es el enconamiento a niveles estratosféricos de la guerra entre Podemos y Sumar. A tal punto, que Yolanda Díaz, que casi siempre se ha mantenido en plan monje tibetano en la reyerta, ayer estalló contra los morados, a los que acusó de haber “golpeado a los trabajadores de la mano de PP y Vox”.

La respuesta de la contraparte, en labios de la ya proyectada a todo trapo hacia Europa Irene Montero vino a ser que ajo y agua y que quien los busca los encuentra.

Para completar el fresco, el que se quedó con la miel en los labios, Alberto Núñez Feijóo, salió a anunciar el menú habitual: pataleo en la calle y recursos judiciales a cascoporro. La nada halagüeña conclusión es que la política española no da para más.