Se cumplen 20 años de la masacre terrorista yihadista del 11-M en Madrid con 192 muertos y casi 2.500 heridos y quedan aún por apagar las secuelas del desencuentro abierto entre la mayor parte de las víctimas y los responsables políticos del PP del posterior intento de manipulación masiva señalando falsamente a ETA. Ni quienes en el PP protagonizaron aquella desvergüenza democrática en un inútil intento de mantener viva la sombra de la sospecha sobre aquellos hechos, ni los medios y periodistas que optaron por el amarillismo como medio de hacer negocio han pedido nunca disculpas, pese a que el caso está juzgado y hay sentencia firme del Tribunal Supremo.

De hecho, han intentado mantener abierto el discurso de que el juicio cerró en falso la verdad e insisten en que el 11-M fue una conspiración para llevar a Zapatero al poder en 2004. Ni siquiera ahora, 20 años después, intentan plegar velas poco a poco y siguen extendiendo la absurda teoría de la conspiración que implicaba a fanáticos islamistas, delincuentes de baja estofa, a ETA y a policías españoles.

Como resaltan las propias víctimas del 11-M, nadie les ha pedido perdón. No fue un error, fue un intento de manipulación masiva de la opinión pública a las puertas de unas elecciones por la que ni los políticos ni los periodistas que lo protagonizaron e impulsaron han asumido nunca responsabilidad profesional ni penal alguna a pesar de saber sin ninguna duda que mintieron, expandieron informaciones falsas, compraron o presionaron a testigos y señalaron y persiguieron incansablemente a quienes investigaron los hechos y denunciaron una y otra vez sus falsedades. Al contrario, siguen en las altas instancias de la política, de los negocios o del periodismo en Madrid. Las teorías de la conspiración son una constante en la desconfianza ciudadana del poder o un elemento del propio poder para justificar sus desmanes. La propaganda franquista con la denuncia permanente de un contubernio internacional judeo-masónico-comunista contra España es uno de los ejemplos que hoy resuenan divertido, pero en su tiempo no lo fue.

Aznar, Acebes y el resto de quienes lideraron aquella campaña infame han hecho de su caradura la mejor armadura para disimular las muchas mentiras que protagonizaron en su acción política y mediática. Desde las mentiras sobre el 11-M al accidente del avión militar del Yak-42, el Prestige en Galicia o las armas de destrucción masiva de Irak que justificaron una guerra con cientos de miles de muertos cuyos rescoldos aún siguen activos. Y aquel interesado ruido permanente hace aún más duro escuchar hoy el dolor de aquellas víctimas. Cada año, las fechas alrededor del 11-M son escenario de homenajes y recuerdo, pero esos actos estuvieron desde el principio y lo siguen estando inevitablemente emponzoñados por la política y las mentiras que se vertieron y que incluyeron incluso a los familiares de las víctimas que exigían la verdad.

Cuatro lustros después, el PP, y a su vera UPN Del Burgo fue uno de los diputados más activos en aquella intoxicación–, sigue sin admitir públicamente que sus máximos responsables mintieron de manera premeditada a la sociedad. La paternidad de la manipulación tiene muchos más candidatos que la verdad. Y la mentira es la justificación amoral de los totalitarios.