En medio de la noche fui al baño y comprobé que mi rostro había cambiado de forma y color. Era yo pero no era yo. La tez negra, el pelo muy rizado y la nariz aplanada me volvían extraño, quizá africano. Me asusté. Llamé al 112 por si había algún caso similar de transformación nocturna. No sabían nada. Recordé entonces, que Pepa Millán, portavoz de VOX en el Congreso, había bramado contra la regularización de extranjeros echando mano de un concepto hitleriano que su jefe definía como el “gran reemplazo”. Sostiene Abascal que existe un plan, avalado por los grandes partidos, para sustituir a la población blanca de España por inmigrantes musulmanes y subsaharianos que acabarán siendo los colectivos hegemónicos.

Pepa Millán habló de: “sustitución poblacional”. Y ahí estaba yo, sustituido por un inmigrante nigeriano pues al volver a mirarme en el espejo me oía a mí mismo hablando en “yoruba”, un dialecto nigeriano. Salí a la calle y comprobé que mis vecinos navarros de toda la vida, habían cambiado de aspecto, raza y hasta de lengua. Todo el barrio había sido sustituido. Una gran transformación había ocurrido haciendo desaparecer a los blancos hegemónicos y con ellos sus trabajos, ahora en manos de una casta migrante. Hasta los Caídos se habían resignificado convertidos en la Gran Mezquita.

Sonó el despertador y salí de aquel extraño sueño. Volví a la calle. La ciudad blanca seguía funcionando. Vi a los migrantes de siempre, con y sin papeles, a las mujeres racializadas, a los más vulnerables pringando en los trabajos más sucios, duros y desagradables, los peor pagados, los clandestinos, los que huelen mal y nadie quiere. Incluso los moralmente inaceptables. Nada había cambiado. Ni esos casi 450.000 empleos invisibles que sostienen cada día esa España cotidiana que sin ellos haría krak, ni quienes los realizan habían migrado a otros cuerpos blancos. Todo en orden. A la espera de la gran regularización.