Ya se habla de elecciones. Supongo que motivo de alegría democrática. Pero también uno puede deprimirse. Y digo esto por la singular mediocridad ya cronificada de nuestros representantes políticos. Hagamos la prueba repasando las últimas décadas y verán que a ninguno de ellos se le puede calificar de político excelente, ya que sencillamente son y han sido todos mediocres.

No digo que sean un desastre, no, no es eso. Pero, y la excelencia, ¿dónde está? ¿Acaso no es lo menos que podemos pedir a nuestros representantes, que sean en su labor excelentes?

Estamos acostumbrados a votar a siglas. Sospecho que si nos molestásemos en leer los candidatos que figuran en ellas nos iríamos sin votar, o lo haríamos en blanco, totalmente decepcionados y quizás cabreados. Razón; la de siempre, la mediocridad. 

No quiero ser muy pesimista. Un poco de optimismo. Veamos, ¿se acuerdan de Del Burgo, Aragón, Otano, Urralburu, Ayerdi, Sayas, Adanero? Estos de mediocres nada de nada, éstos fueron listos, demasiado listos.

Y otro, el Maya, el de bandera grande y pasarela infinita que ensucia todo con sus cutres abrevaderos. Pobre sujeto, da mucha lástima, no lo tragan ni en el Ayuntamiento, ni en su ciudad, ni en su partido. Record olímpico. Menos mal que le queda poco.

Bueno, el año próximo más elecciones, más de lo mismo, más mediocridad. Horror.