Los incendios llevan arrasadas más de 200 mil hectáreas en España desde comienzos de este año, alrededor de 15 mil hectáreas en Navarra, coincidiendo con altas temperaturas más prolongadas y menos lluvia, con una frecuencia cada vez mayor a consecuencia del cambio climático. España “arde” al sufrir sequías y canículas excepcionales. Al igual que España, toda la Unión Europea sufre condiciones climáticas extremas, y la mayoría de los Veintisiete ya han sufrido incendios que han destruido áreas forestales muy por encima de los promedios de años anteriores (2006-2021), así como casas e instalaciones agrícolas.

En España y Francia, los incendios de este verano son casi seis veces mayores que el promedio entre 2006 y 2021. Son también grandes en Portugal, Italia y Grecia. En el este del continente, estas cifras a veces se elevan hasta 50 veces más, como en Hungría o Eslovaquia, así como en Suiza, aunque para los dos últimos casos, solo estamos hablando de unos pocos cientos de hectáreas, según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (Effis).

Hablamos de bosques quemados. Debemos recordar que los bosques mantienen el mundo en un equilibrio ambiental, cubren un tercio de la superficie terrestre y son los “pulmones” de nuestro planeta. Los bosques captan dióxido de carbono y desprenden oxígeno, y junto con las otras vegetaciones absorben un tercio del CO2 lanzado a la atmosfera por la combustión de carbono, petróleo y gas para las actividades humanas. En un mundo calentado por las acciones del hombre, son el mejor medio para la sobrevivencia y para la conservación de hábitat para innumerables especies.

Sin embargo, nuestros bosques, el sostén de la vida, están en peligro por estos incendios y la deforestación. La tierra ha perdido un tercio de sus bosques a lo largo de los últimos 10.000 años, la mitad desde 1900. Cortamos árboles para madera, plantaciones y pastos de ganado; o para construir casas y hacer carreteras sin criterios de sostenibilidad. Las condiciones extremas relacionadas con el cambio climático están “matando” también los árboles.

Esta nueva ola de calor acompañada de incendios en España y en casi toda Europa es un recordatorio convincente que evidencia la emergencia climática y la manifiesta insuficiencia de las políticas en la lucha contra el calentamiento global y en las medidas de adaptación ante las consecuencias del cambio climático. Efectivamente, ahora es necesario librar dos batallas al mismo tiempo en lugar de una: la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y la reversión de sus efectos.

La urgencia de actuación no debe dejar espacio para el fatalismo y el pesimismo. Tenemos que poder hacer aquello de lo que somos capaces a pesar de la crisis geopolítica mundial con guerras, transgresiones de la legalidad internacional y falta de respeto de los derechos humanos. Así, hay actuaciones deplorables, como la última decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos, que restringen la acción de la Agencia de Protección Ambiental de dicho país contra el cambio climático, siendo como es el mayor contaminador per cápita y el segundo país después de China a nivel mundial. El negacionismo del cambio climático antrópico entre muchos republicanos por pura ideología o el clientelismo al servicio de los lobbies del petróleo mueven estas decisiones. El premio nobel de economía Paul Krugman escribió recientemente, basándose en datos publicados, que “en el ciclo electoral de 2020, la industria del petróleo y el gas dio el 84 por ciento de sus contribuciones políticas a los republicanos; para la minería del carbón, fue del 96 por ciento”.

Trotamos lentamente detrás de un clima que cambia al galope. Nuestra respuesta va mejorando en algunos aspectos pero sigue siendo “insuficiente”. Todavía estamos muy lejos de tomar las medidas inmediatas y generalizadas en todos los sectores que piden los expertos sobre la evolución del clima para “garantizar un futuro habitable”.

En la cumbre climática de París del año 2015 adquirimos un compromiso para evitar que las temperaturas globales aumenten 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales. Ese es el umbral, creen los científicos, más allá del cual las canículas, sequías, los incendios forestales, las inundaciones, la pérdida de producción agrícola y biodiversidad, el aumento de los mares y la dislocación humana se vuelven significativamente más devastadores.

Alcanzar ese valor de 1,5º C o incluso permanecer por debajo de los dos grados requeriría una transformación radical de los sistemas energéticos en un mundo solidario, reemplazando los combustibles fósiles altamente contaminantes con fuentes de energía bajas en carbono, gas natural y, sobre todo, libres de carbono (solar, eólica, hidráulica, geotérmica e hidrogeno verde), aparte de mejores sistemas de almacenamiento y eficiencia/ahorro de energía, así como hacerlo no en un camino de deslizamiento pausado sino rápidamente, disminuyendo las emisiones de gases de efecto invernadero a la mitad para 2030 y reduciéndolas efectivamente a cero a mediados de siglo.

Nos hemos comprometido también en la última cumbre sobre el clima en Glasgow (Escocia) a reducir las emisiones de metano, 28 veces más potente que el CO2 para el calentamiento global, que está aumentando “peligrosamente rápido”.

Existe también el compromiso de acabar con la deforestación global para 2030. Ahora nos toca la reforestación de las superficies quemadas y poner los medios necesarios de adaptación para prevenir/apagar incendios forestales con una eficiente gestión forestal y desarrollar el conocimiento mediante la educación/formación, la investigación e innovación en este terreno.

El autor es doctor en Ciencias Químicas. Director de Sustainable Development Over-seas Programme