Altair Mendiburu perdió a su hija Iria a los seis meses de embarazo. Era abril de 2024 y a la ilusión inicial de ser madre por segunda vez le siguió la incertidumbre tras sufrir algún sangrado. Esta vecina de Badostáin ya había tenido dos pérdidas previas –“en la semana 7 u 8 de gestación”– y un día, yendo a buscar a su otra hija, Vega, al colegio, volvió a sufrir un sangrado abundante.
La pequeña se quedó con su tío y Altair y su marido, Pablo Goñi, acudieron a Urgencias. Allí, los médicos le intentaron parar la hemorragia y le realizaron pruebas para ver si la bebé se encontraba bien, pero finalmente, con una ecografía, llegó la peor frase que una madre puede llegar a escuchar: “No hay latido”.
Altair se emociona al recordar la que sin duda fue la noche más dura de su vida y, como las palabras no bastan para expresar el dolor, explica que ella se sintió “como la mujer del Gernika que abraza a su hijo en brazos. Así me veía yo”. “Fue desgarrador, como un grito universal. Es algo que te rompe por dentro”, rememora.
Después, prosigue, vino el parto y ahí, en ese momento de tener que dar a luz a una hija fallecida, tuvo la suerte de contar con una matrona “que fue como un ángel de la guarda”. “Tras provocarme el parto, la matrona me dejó coger a mi hija en brazos, nos sacamos fotos, dejamos grabadas sus huellas y nos despedimos. Fue un momento muy importante para nosotros porque el duelo perinatal –cuyo día mundial se celebra hoy– tiene de particular que apenas tienes recuerdos con tu ser querido y que nadie lo ha conocido. Entonces me alegro mucho de haberla tenido en mis brazos y de habernos sacado fotos, porque son los recuerdos que nos han quedado de ella”, sostiene.
Tras el aborto espontáneo y el parto, tocaba decidir el ritual. Como Iria pesaba menos de un kilo, existían dos posibilidades: que se hiciese cargo del cuerpo un tanatorio o el hospital. “Decidimos que fuese incinerado en el hospital porque después de todo no queríamos participar del ‘negocio de la muerte’, que una empresa fuese quien gestionase el cuerpo de nuestra hija”.
“Una muerte invisible”
Altair reconoce que no ha vuelto a ser la misma, que la pérdida de una hija es algo que te cambia de por vida. Porque perder a un bebé durante el embarazo es perder a un hijo, y el dolor es el mismo independientemente de la edad.
Pero eso es algo que no todo el mundo comprende, y por ello el duelo perinatal va acompañado muchas veces de la soledad, como si la pérdida de un bebé durante la gestación fuese una muerte invisible.
“Para mucha gente parece que hayas dado a luz a una piedra y llegan comentarios incomprensibles como: ‘Mejor ahora que más adelante’ o ‘Aún eres joven, ya tendrás otro’. A nadie se le ocurriría decirle a una persona que ha perdido a su pareja que ya encontrará a otra. Son comentarios muy dolorosos porque el duelo perinatal es algo muy profundo; cuando pierdes a una hija se muere una parte de ti”, relata Altair, que considera fundamental tener familiares y amigos que sepan acompañar en un momento tan duro.
Porque el dolor de la madre no es el único, también está el de la pareja, el de los hermanos, tíos, abuelos o primos. “Es una muerte que afecta a toda la esfera familiar. En nuestro caso, a nuestra hija Vega, que ahora tiene 6 años, se lo contamos de una manera que lo pudiese entender. Le dijimos que el corazón de Iria se había parado y que nos habíamos despedido de su parte, pero que ella siempre iba a estar en nuestros corazones. Fue duro, pero creo que es importante contarles lo que ocurre”, señala.
Pero esa incomprensión no solo es cosa del entorno, también existe en el ámbito profesional, y por ello Altair resalta la importancia de que en los hospitales se establezca un protocolo de duelo perinatal para que los sanitarios sepan cómo actuar y cómo tratar a las familias ante la pérdida de un bebé, y de que se potencie la asistencia psicológica especializada en duelo perinatal.
Esto son reivindicaciones que desde hace años viene haciendo la asociación de duelo perinatal Esku Hutsik, de la que Altair y su pareja forman parte. “Cuando fui a la asociación vi un poco la luz. Sentirme entre iguales fue algo que me reconfortó y me di cuenta de que la vida seguía. La verdad es que la asociación hace una labor encomiable de apoyo y guía para las personas que pasamos por esta situación.
Por eso, a las familias que pierdan a un bebé les diría que no duden en pedir ayuda, y que aunque no vuelva a ser la misma, la vida sigue y vuelven a surgir cosas con las que ilusionarse”, sentencia Altair.