Las villas, como entidad de población, son quizá el testimonio urbano, social y político más relevante procedente de la Edad Media en la Euskal Herria peninsular, que con sus intervenciones constructivas modificaron el territorio, introdujeron nuevas formas de vida, de organización reglamentada colectiva, relaciones comunales y también originaron conflictos y disputas.

La casi totalidad de las villas se constituyeron sobre anteriores asentamientos de núcleos de población que tenían un cierto interés dada su posición geográfica, relevancia demográfica, actividad productiva y económica. Por lo que su importancia era reconocida de un modo particular y jerárquico con la concesión por el poder político dominante, del fuero que otorgará privilegios y obligaciones y establecerá históricamente la fecha de su proclamación como el año de fundación de la villa.

A su vez, por sus emplazamientos en sitios estratégicos, cruces de caminos, junto a ríos, en puertos fluviales o marítimos necesitaron de la creación de una red de lugares esenciales para sus intercambios humanos, comerciales y culturales entre los distintos señoríos y reinos a las que pertenecían, reinos de Castilla y Navarra en la península y con otros próximos del continente europeo.

Estas localizaciones por razones de protección de sus dominios se complementaron con murallas franqueadas por puertas, casas-torre y castillos, configurando una forma urbana de gran singularidad que en algunos pocos lugares, conscientes de su historia, han mantenido gran parte de su trazado. En otros muchos, por la exigencia de expansión urbana que propiciaron los ensanches de población a su alrededor se derribaron.

Asimismo, por necesidades de desplazamientos por el territorio se construyeron calzadas, puentes y puertos, lo que supuso una transformación de los parajes preexistentes. En el interior de las villas se dispusieron calles y especialmente plazas como lugares de encuentro, celebración de fiestas y mercado con casas consistoriales para el gobierno local y templos para acoger la devoción.

En estas villas, el comercio de sus propios cultivos y cosechas, explotaciones de ganadería, capturas de pesca, producciones artesanales o extractivas transformadas en instalaciones protoindustriales, molinos y ferrerías, así como el tránsito de mercancías procedentes de otros lugares y en los puertos la pesca o capturas desde ultramar, fue la actividad mercantil de intercambio más destacada que propició una evolución urbana, progreso, riqueza e influencia. La variedad de labores, oficios y profesiones creará diferentes agrupaciones gremiales de comerciantes y artesanos que incluso tendrán una especialización y emplazamiento próximo que las caracterizará dando nombre a calles y barrios.

Uno de los privilegios que otorgaba la condición de villa era la celebración de un mercado semanal, lo que suponía un acontecimiento de necesidad e interés popular y, lógicamente, prosperidad que atraía a los pueblos y aldeas de su alrededor. Cuando, además, tenían la concesión de una feria anual, agrícola o ganadera, se convertía en una importante tradición que convocaba a personas de lugares más lejanos, con lo que la villa se prestigiaba y destacaba económicamente con un cierto predominio sobre su comarca. Hábito que actual y afortunadamente muchos municipios conservan con notable éxito por variadas razones socio culturales además de la calidad de los productos y la actividad que generan.

Es por tanto el mercado como sede principal del comercio, uno de los acontecimientos y sitios que contribuyeron desde remotas épocas en la consolidación del carácter singular de las villas, donde la plaza, espacialmente, alcanza su sentido social como lugar público. Incluso la propia palabra plaza es reconocida como sinónimo de mercado. Su celebración se convierte en un acto popular de diversidad y universalidad, de relación y riqueza, de intercambio, palabra y trato. Manifestación de una identidad local expresada en la espontaneidad de la compra venta en la lengua propia del país con toda la riqueza de matices según la procedencia de los vendedores, la particular denominación de los productos, con los modos y formas peculiares en las maneras de medidas y pagos. Se percibe el curso del año, se exponen los productos de temporada de la agricultura, las plantaciones o la pesca, en definitiva, su variedad y riqueza convierten al mercado en la universidad de la naturaleza.

(…)

Hoy esta realidad histórica, patrimonio de nuestra sociedad, está desapareciendo bajo el peso de la globalización. Los pueblos que derriban sus mercados pierden una de sus razones de ser. ¿Cómo será una ciudad sin mercado, un barrio sin vida comercial? Nabarralde organiza en Pamplona una jornada sobre este legado patrimonial, el Comercio, Merkataritza bizia.

El autor es arquitecto, villano