Con el genocidio de Gaza se abre un nuevo momento en las relaciones internacionales y en la interpretación del mundo democrático. El nuevo escenario emergente muestra que el respeto de los derechos humanos y el cultivo de la democracia no entran en las ambiciones autoritarias del neoliberalismo, y nos deja la imagen de una Europa sin proyecto y sin esperanza. Nos preguntamos entonces qué puede hacer la ciudadanía para frenar la deriva antidemocrática que nos acecha.

La insensibilidad y complicidad demostradas por el viejo continente con el espectáculo obsceno de las masacres realizadas por Israel en toda Palestina, convierten en falso e inverosímil el relato de una Europa democrática, y de toda una cultura occidental que se proclama moderna y universal. Ninguno de sus entramados institucionales sale indemne. Nuestro sistema político, dócil y complaciente con la barbarie, es incapaz de recoger y canalizar el rechazo social. El sistema mediático, hecho añicos como servicio a la verdad y a los ideales democráticos, se muestra insuficiente para cambiar su estilo de periodismo de consumo. El sistema académico, encerrado en sí mismo, silencioso y cada vez más alejado de sus fundamentos de universalidad, conocimiento y paz. El mundo religioso, demasiado tímido y calculador ante tanta atrocidad. Incluso el mundo cultural y artístico que no ha sabido, como en otras ocasiones, denunciar con la fuerza necesaria lo intolerable. Sin embargo, lo que está sucediendo (la visión de un genocidio en directo y por entregas), representa el suceso de mayor trascendencia sociopolítica, geoestratégica, y sobre todo humana, de lo que llevamos de siglo.

Cabe pensar que estamos ante un paso decisivo en ese proceso de ensayo social globalizado que amenaza con cerrar el sistema democrático occidental con la llegada del autoritarismo neoliberal más férreo. El problema no son solo los asesinatos masivos cometidos por el Estado de Israel, ejerciendo su fundamentalismo; ni siquiera la actitud cómplice y colaboracionista occidental con esa masacre. La mayor dificultad es lo que todo esto significa en el actual contexto de destrucción democrática: el proceso de cierre de la libertad de expresión y de la pluralidad democrática, cuando se trata de ocultar lo intolerable, al que venimos asistiendo. Las actitudes mostradas por algunos gobiernos (el francés, alemán, británico o estadounidense) restringiendo libertades públicas, la política de inmigración europea opuesta a los derechos humanos, señalan que estamos ante una deriva incontrolada y preocupante. No estamos ante una guerra, ni un conflicto de civilizaciones o religiones, sino ante la barbarie occidental reajustando sus objetivos geoestratégicos. Un ensayo más de la imposición de ese nuevo mundo que estrenamos. Lo que vivimos son apuestas experimentales del capitalismo, preparando una nueva fase. Estamos ante un ensayo de autoritarismo de mercado, un momento de transición y un futuro con pretensiones fundamentalistas.

La presencia de personajes como Elon Musk en Israel, apoyando la masacre y recibido con honores de jefe de estado, certifica la alianza histórica entre dos fundamentalismos: el neoliberal de mercado y el conservador religioso.

Sabedores de que atravesamos un momento de desconcierto, con dificultades para imaginar un horizonte de cambio y representarnos el futuro, los grandes poderes comienzan a mostrar su verdadero rostro. Figuras como Trump, Bolsonaro y Milei en América, o Meloni y Le Pen en Europa, aspiran a imponer retrocesos de derechos en nombre de sus verdades absolutas. Parece que la democracia liberal, con todo su andamiaje formal y como principio político, y la defensa de los derechos humanos, con su versión del sujeto y como principio filosófico, no le resultan ya funcionales al neoliberalismo. No son más que obstáculos para sus fines. Se quiere enterrar la época de la cultura de la paz inaugurada a mediados del siglo XX para proclamar el triunfo de la cultura del simulacro, la hipercompetencia y la guerra.

El nuevo orden basado en el estado de excepción permanente se levanta sobre dos pilares. Primero en la producción de inseguridad, para que el ansia de seguridad se apodere y determine lo político. Segundo en la lucha por la economía de la atención, ante una ciudadanía desbordada por la velocidad y el exceso, perpleja y desmovilizada. El capitalismo acelerado daría un nuevo paso de gigante para transformarse en un capitalismo absoluto construido hoy por primera vez desde un neurototalitarismo tecnológico (F. Berardi). Miedo e irrealidad se habrían integrado en nuestra mente, en nuestro cuerpo y en nuestro inconsciente, individual y social, empujándonos no a un futuro determinado, sino a un escenario caótico e imprevisible.

¿Cómo resistir este empuje totalitario? Podemos hablar de dos estrategias distintas pero no excluyentes.

Una primera, defensiva, se centra en proteger la democracia fortaleciendo las instituciones. Algo necesario, pero criticado por insuficiente. Porque nuestras instituciones se muestran incapaces de controlar y reducir a los monstruos del poder, como es el caso de Israel. También porque son ellas las productoras de desigualdad, exclusión y desafección social, entregadas al mercado, al que han cedido la tarea de generar la experiencia y la realidad diaria de la gente.

Se abre paso entonces una segunda estrategia. Sin despreciar la defensa de “lo pequeño”, ya no se trata solo de “cambiar la vida de la gente”, sino de abrir espacios para que la gente pueda cambiar su propia vida desde sus propios saberes y experiencias. No se renuncia a la capacidad de crear mundo, al relato sobre la búsqueda de la radicalidad democrática (A. Fernández-Savater). Se trata de generar una actitud anfibia y sentipensante (O. Falls Borda), que se centre en la escucha, que sepa respirar y moverse en todos los espacios de repolitización, radicalización y reinvención democrática, y que acoja las experiencias de otras culturas para construir eso que B. de Sousa Santos llama una “ecología de saberes”.

Tal vez, frente al desorden anunciado, todavía tenga Europa la oportunidad de abrirse al mundo, no para conquistarlo, sino para escucharlo, desde la vulnerabilidad y la necesidad, para repensar lo político con las experiencias de los márgenes.

Los autores son politólogo y profesor de la UPNA, respectivamente