Apelar a las decisiones arbitrales esconde a veces la intención de ocultar los errores propios. Pasa mucho en el fútbol porque el papel del colegiado no es meramente administrativo y tiene tal influencia en el desenlace de los encuentros que cada vez dispone de más herramientas tecnológicas para hacer mejor su trabajo o aminorar daños a los contendientes. Arbitrar es tan difícil que incluso faltas idénticas se resuelven con diferentes criterios pese a que en cada comienzo de temporada hay seminarios para unificar criterios. Pero ni aún así se consigue una uniformidad porque en el ánimo de quien lleva el silbato acaba influyendo el ambiente y el color de las camisetas, también la historia y los antecedentes de los clubes en lucha. Dicho esto, hay ocasiones en las que el factor arbitral acaba cambiando la cara de un partido, rompiendo el guión y escribiendo un final que no correspondía a lo que sucedía en el verde. Martínez Munuera decidió intervenir en el desenlace de un encuentro en el que Osasuna acariciaba el empate, pero que acabó perdiendo y sufriendo, además, importantes daños colaterales como la expulsión de Jagoba Arrasate y la posterior de Chimy Ávila, en la que no tiene responsabilidad el colegiado.

Cuando llegó la jugada que cambia el partido, los rojillos llevaban media hora asediando el marco de Oblak. Budimir, Chimy y Torró dispusieron de situaciones para lograr el gol del empate. Las llegadas de Areso y Mojica por las bandas, la circulación rápida del balón, encerraron en su área a un Atlético sin opciones de poner en acción su fútbol de contragolpe. Lo que en el tramo final de la primera parte podía interpretarse como una cesión del balón y del espacio para sujetar el 0-1, fue tras el descanso un ejercicio de impotencia para arrebatar el esférico a Osasuna.

En esa espera del gol estaba el estadio cuando Martínez Munuera anuló el gol de David García al interpretar que Aimar Oroz cometía falta sobre Witsel en una melé de jugadores que trataban de obstaculizarse unos a otros. Para el colegiado hay una falta del canterano rojillo, que sufre un empujón de Giménez cuando corre al primer palo y toca al internacional belga. Es más largo contarlo que verlo, más injustificable anular el gol que dar por buena una jugada que Osasuna viene de sufrir en sus carnes, más complicado de argumentar por el árbitro y su inerte colega del VAR que en la versión de primera mano de Oroz o de un Arrasate que no daba crédito a lo que había pasado, menos todavía tras repasar las imágenes de televisión antes de comparecer ante los periodistas.

Tras lo ocurrido, poco podía aportar el entrenador sobre el cambio experimentado por su equipo tras el tiempo de reflexión en la caseta. El juego anodino de la primera parte mudó en velocidad e intensidad en las disputas; las llegadas se sucedían una a otra y lo que parecía una tarea imposible en el primer acto cambió en certeza de que llegaría el empate y la remontada. Osasuna sacó lo mejor de sí mismo, de Aimar, de Budimir, y esa es la parte que habrá que rescatar del partido cuando ya no conduzca a nada repetir que el árbitro esta vez perjudicó a Osasuna. Porque ya se han consumido siete jornadas de Liga y hay que volver a sumar. Porque restar, ya restan otros.