Conscientes de que su testimonio llega más que una charla del profesor de turno o cualquier campaña antidrogas, Jorge y Alba (nombres ficticios) no dudan en dar la cara y participar en las mesas redondas que organiza la Universidad de Navarra en el marco del proyecto Pre (ad) diction. Porque como dice Jorge, “cualquiera puede desarrollar un trastorno adictivo” de ahí la importancia de “visibilizar el problema porque nadie está libre de que le pueda pasar”. “Estamos bastante excluidos”, se lamenta.

Ambos comenzaron muy jóvenes consumiendo sustancias. Alba se inició con 16 años. “Comencé con el alcohol y probé las anfetaminas. Al principio eran los fines de semana, pero después comencé una relación, me encerré en casa y el consumo pasó a ser continuo. Se me fue de las manos y no me di cuenta. Volví a casa de mi madre y no podía parar. Tenía ansiedad, depresión... hasta que un día toqué fondo y pedí ayuda”, relata esta joven de 35 años.

Su compañero en la comunidad terapéutica de Larraingoa comenzó a los 14 años fumando porros en el instituto. “Me fui juntando con gente que estaba en mi mismo rollo y fui desarrollando un trastorno adictivo a cualquier tipo de sustancia. Al final me daba igual una cosa que otra”, relata Jorge, de 43 años, que reconoce que “la típica frase de los padres de empiezas con un porro y terminas pinchándote heroína es un poco cierta. Todos empezamos por el alcohol, el cannabis, el tabaco, las drogas de más fácil acceso, y una vez que desarrollas el trastorno adictivo, pasas a otras sustancias que lo agravan y hacen más compleja su cura”.

“Yo controlo”

También quisieron advertir sobre el mantra del “yo controlo”, un pensamiento “que tenemos todos lo que terminamos sufriendo un trastorno”. “Piensas esto no me va a pasar a mí, yo controlo, soy más fuerte que los demás y a mí no me va a pasar... Pero llega un momento en el que tu vida gira en torno a las drogas. Empiezas a sustituir el ir al cine o al monte por consumir, empiezas a pensar en cómo consumir sin que se entere tu entorno...”, expone Jorge.

Y caes en el pozo. Y tu vida se desmorona. Pero hay salida. Y gracias asociaciones enormes como Antox es más fácil encontrarla. De hecho, Alba y Jorge ya están asomando la cabeza. Llevan siete meses en la comunidad terapéutica de Larraingoa y están cerca de terminar el tratamiento. “Es mi segunda estancia. Estuve hace unos años pero no estaba tan concienciado como ahora. Espero que esta sea la definitiva”, afirma Jorge, que solo tiene palabras de agradecimiento para Antox. “Son una cuadrilla de profesionales increíble. Les debo la vida. No voy a poder devolverles lo que han hecho por mí en la vida”, afirma. Un sentimiento que comparte Alba. “Les debo todo. Me han enseñado a conocerme. Son un equipo enorme y me están ayudando un montón”, remarca Alba, que insta a las mujeres a que pidan ayuda. “En comunidad solo somos dos mujeres de 24 residentes”. 

Aprender a convivir con un trastorno Ambos agradecen el apoyo de su familia, que en el caso de Jorge “ha sido total” mientras que Alba reconoce que “con mis madres y tíos genial, pero mi hermano me dejó de hablar y lo pasé mal, pero gracias al programa hemos recuperado la relación”. Esta joven asegura haber apartado a sus amistades tóxicas y tiene la suerte de que en el trabajo la están esperando. “Me dijeron que volviera recuperada y en eso estoy. Se lo agradezco un montón”, asegura. Y es que la vuelta a la vida después de estar en comunidad da cierto vértigo. “Aquí te ayudan a reconducir tu vida y ahora cuando vamos a salir surge un sentimiento de incertidumbre y miedo. Pero el equipo me está preparando para buscar un trabajo. Además seguiré con tratamiento ambulatorio, para ir adaptándome. El trastorno no va a desaparecer y debo aprender a convivir con él”,

Por último, ambos ensalzan el trabajo de Antox y lamentan las escasas ayudas que reciben por parte de la Administración. “Con poco hacen muchísimo pero se necesitan más recursos, mejorar las infraestructuras...”, zanja Jorge.