Allí estaba yo aquel 26 de febrero de 2020, colándome en el instituto Navarro Villoslada donde los epidemiólogos de Salud Pública iban a dar una charla para calmar los ánimos de los padres de los alumnos de 2º de Bachiller que estaban de viaje de estudios en Italia, donde la situación con la covid-19 ya estaba bastante fea.

Reconozco que a mí todo aquello me parecía un despropósito y las palabras de los responsables de Salud confirmaron mi postura –alguno aseguró que ese covid-19 no iba a ser más que una gripe–. Supongo que nadie podía vaticinar la que se nos venía encima.

Fue la primera vez que escribí la palabra coronavirus en las páginas del periódico. Y ya fue un no parar. Tres días después se detectó el primer caso en Navarra y dos semanas después Pedro Sánchez anunciaba el Estado de Alarma y el confinamiento domiciliario.

Portada del sábado 14 de marzo de 2020, día en el que se anunció el Estado de Alarma.

Portada del sábado 14 de marzo de 2020, día en el que se anunció el Estado de Alarma. Archivo DIARIO DE NOTICIAS

Fue todo tan rápido que casi no nos dio tiempo a asimilar la magnitud de lo que nos estaba tocando vivir, cubrir y contar. Empezó para nosotros una nueva forma de trabajar, por teléfono y desde casa, saliendo en contadas ocasiones para hacer reportajes por unas calles que parecían postapocalípticas.

La rueda de prensa diaria la seguíamos por YouTube y hacíamos las preguntas a través del chat. La entonces consejera Induráin daba el parte del día anterior: casos, hospitalizados, ingresos en UCI y fallecidos. Así, un día tras otro. Las cifras eran abrumadoras y las íbamos actualizando en una tabla que publicábamos en las páginas del periódico con el miedo real, muy real, de que en cualquier momento uno de esos números fuese un amigo, un familiar o un compañero.

Al final llegó la desescalada y nos vimos las caras de nuevo y nuestro trabajo volvió a parecerse más a lo de siempre: pisar la calle y contar historias. Porque uno de los retos que teníamos era hacer que los datos de contagios, ingresos y fallecidos no se quedaran en eso, en simples cifras, por lo que dimos voz a todo aquel que tenía algo que contar. Es lo bueno de esta profesión, que te permite conocer las historias y el trabajo de cientos de personas anónimas.

Tuve el privilegio de entrar varias veces en Refena para ver el trabajo de Paula, la coordinadora del rastreo de contactos, y su equipo; conocí a Inés Battauz, que con solo 13 años sufría una retahíla de síntomas por culpa del covid persistente; y casi a diario hablaba con médicos y enfermeras como Mikel, Amaia, Elena, Kiko o Diego sobre cómo iba la situación de los hospitales, de la Primaria o de la vacunación.

También tuvimos que hacer frente a coberturas muy duras. Aún se me ponen los pelos de punta al recordar mi primera visita a la UCI y el impacto que me produjo ver pacientes enchufados a respiradores y a ECMOs que, con la impecable atención de unos sanitarios cansados pero que no dejaron de dar el callo, se aferraban a la vida.

Los sanitarios estuvieron en la primera línea de la batalla contra el coronavirus. Archivo DIARIO DE NOTICIAS

Tuvieron que pasar 334 días hasta que pude publicar el primer reportaje en positivo sobre la pandemia y que, a día de hoy, es uno de los que más me han marcado. El 25 de enero de 2021, Pacho Guerrero, residente de El Vergel y primer vacunado de Navarra, iba a recibir la visita de su hijo y sus dos nietos, a quienes llevaba más de cinco meses sin poder tocar, abrazar o besar, y allí nos plantamos Unai Beroiz y yo para cubrir algo tan simple y a la vez tan grande como un abrazo. Porque el encuentro de aquella familia era la historia de todos, también la mía propia, que llevaba meses guardando las distancias con mis abuelos para protegerlos del virus.

Pacho Guerrero, residente de El Vergel, fue el primer vacunado de Navarra contra la covid-19. Archivo DIARIO DE NOTICIAS

Fue emocionante cubrir aquel abrazo de Pacho con sus nietos, un gesto corriente y cotidiano que el coronavirus había convertido en extraordinario. Es uno de los pocos recuerdos buenos que guardo de la pandemia, porque además ocurrió en un momento en el que yo (y todo el mundo) necesitaba leer algo bueno después de tantos meses de angustia, incertidumbre y malas noticias. Y también fue un ejemplo de que incluso en una pandemia mundial, valga la redundancia, la materia prima de nuestro trabajo siguen siendo las buenas historias de gente corriente.