Ayer abrieron mi piscina, así que desde ayer por la tarde daban lluvia toda la semana. Esto es un clásico popular, lo mismo que cuando te encendías el cigarro llegaba el autobús o cuando salías de casa empezaba a llover. Todos de una manera u otra creemos que tenemos a Murphy dictando sus leyes solo para nosotros, pero no hay que caer en ese egocentrismo tan enfermizo: Murphy tiene para todos.

El caso es que las piscinas abren y las previsiones de los que saben de meteorología nos hablan de un par de semana hasta mínimo la semana que llega al 23 con temperaturas por todo España por debajo de la media, lo que en el norte suele ser sinónimo de rasca, agua y, en general, miseria. No pedimos 35 o 40 grados, pero por qué no días agradables de 25-26. Nada, olvidémonos por ahora de poder disfrutar de una cierta estabilidad.

La estabilidad que también los expertos esta vez en política nos anuncian que se va a tambalear en Europa si no vamos a votar y hacemos eso que se llama frenar a la ultraderecha. Últimamente pareciera que más que ir a votar por convicción se nos apele a que en última instancia y casi por favor vayamos a dejar el voto para parar el auge de partidos que abogan por políticas reaccionarias y extremistas.

Iremos, claro, pero no crean que con una alegría en el cuerpo loca, puesto que lo cierto es que la idea de Europa, esa Europa que no sea sino un títere de las políticas imperialistas y peligrosas de los Estados Unidos, está cada día más lejos, como se puede atisbar en los conflictos por ejemplo de Ucrania y Rusia y más recientemente en el de Israel. Europa necesitaría deshacerse al menos en buena parte del yugo total yankee al que está sometida y volcarse en enfrentar el crecimiento global de otras economías y recuperar su papel en el mundo. Pero votaremos, claro, para esto de frenar. Pero sin cheques en blanco.