E l de 1968 no fue un año como los demás. Una sacudida enorme recorrió de una punta a otra todo el panorama internacional de la época, desde Vietnam a los Estados Unidos, desde Francia hasta Praga y desde China hasta México. Y no quedó ámbito en el que esa sacudida no se hiciese notar, desde los partidos políticos hasta los movimientos sociales, desde las ideologías a las formas artísticas, desde las universidades hasta las instituciones religiosas. Aquella explosión se expandió por todas las latitudes y ámbitos a través de protestas, guerras, revueltas y revoluciones; poniendo en duda todo el orden conocido hasta entonces, marcando el devenir de un futuro que a veces parece renegar de aquella herencia. Como diría Mark Kurlansky en su libro sobre 1968, aquel año tuvo lugar en todo el mundo una combustión instantánea de espíritus rebeldes.
Los inicios se remontan a los años anteriores, pero aquel 1968 deparó episodios históricos de gran trascendencia en múltiples regiones del mundo que aún resuenan en nuestras cabezas, desde las protestas masivas a la guerra de Vietnam, la Primavera de Praga, la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco en México, la conferencia del episcopado latinoamericano en Medellín, o el primer asesinato de ETA. Acontecimientos de distinto signo, naturaleza y consecuencias, pero que no sólo marcaron la historia de aquellos países en aquel momento, sino que aún han seguido ejerciendo su influencia décadas después, como ocurre en el caso vasco.
Pero entre los episodios de 1968 hubo uno que se convirtió en el gran catalizador y símbolo de los cambios que atravesarían el mundo. El mayo francés sería la culminación de las revueltas estudiantiles que se estaban dando a nivel mundial, iniciadas con las protestas a la intervención norteamericana en Vietnam, y que finalizaron en un fuerte movimiento estudiantil que puso en duda la solidez de la situación de prosperidad y tranquilidad de la sociedad de posguerra. Por primera vez, como dice Edgar Morin, profesor en la época en la Universidad de Nanterre, un movimiento estudiantil pudo desencadenar una gigantesca huelga obrera. Con ello, además, temblaron los pilares de la sociedad francesa.
El mayo francés llevaba ya varios años preparándose, especialmente desde las protestas contra la guerra de Argelia, en las que movimientos estudiantiles y juveniles comenzaron a organizarse y a tomar conciencia de su capacidad de movilización. Tras la independencia de Argelia, las protestas contra la guerra de Vietnam y las nuevas corrientes disidentes del comunismo oficial fueron radicalizando a una juventud francesa que, como ocurrió en otros países, comenzó a manifestarse contra el racismo, el imperialismo, el autoritarismo y la vida burguesa para la que, según estos jóvenes, les preparaba la educación que les proporcionaban sus padres.
Esta puesta en duda de todo lo establecido en la sociedad de posguerra también hacía referencia a los discursos que históricamente habían surgido desde la izquierda. El comunismo oficial, después del stalinismo y su brutal represión, fue también puesto en cuestión y escuelas disidentes como el maoísmo o el troskismo se convirtieron en las nuevas coordenadas políticas de la juventud. Filósofos como Marcuse, Adorno o Horkheimer sustituyeron a los autores clásicos del comunismo oficial y comenzaron a influir en una juventud que buscaba nuevas formas de revolución, al margen de los canales ortodoxos. Así, surgieron la denominada Nueva Izquierda y los movimientos más radicales que optaron por la violencia en Alemania, Italia o Euskadi.
El 15 de marzo, mientras gran parte del mundo se encontraba en ebullición, un periodista de Le Monde escribió un famoso editorial en el que afirmaba: Francia se aburre. De Gaulle, el viejo héroe de la Francia antifascista, presidía una República que se veía a sí misma como una nación próspera y estable. La mecha surgió en las universidades, las cuales habían aumentado el número de alumnos enormemente, pasando de 175.000 estudiantes en 1958 a 530.000 en 1968. Esto hizo que se tuviesen que construir nuevas universidades en condiciones muy precarias, como la de Nanterre, en las afueras de París, donde comenzó la revuelta.
En enero, en este centro, las protestas ya habían comenzado por la cuestión de la necesidad de residencias universitarias mixtas, dando lugar a un encontronazo verbal entre el ministro de juventudes, Missoffe, y un joven llamado Daniel Cohn Bendit, que ya tomaba relevancia como líder estudiantil. Ante la falta de respuesta del gobierno, aquellos jóvenes formaron el grupo de los denominados enragés (airados), los cuales se dedicaron a mantener vivas las protestas, por lo que el gobierno comenzó a enviar a la Policía constantemente al campus.
Esta escalada de protestas culminó la noche del 22 de marzo con la ocupación de la octava planta de la universidad. Surgió así el Movimiento 22 de marzo, que continuó aumentando la intensidad de las protestas, hasta que el 2 de mayo Cohn Bendit (Dany el rojo, como será conocido) fue llevado a un comité disciplinario, aumentando de este modo el clamor de la contestación estudiantil y llegando, finalmente, al cierre de Nanterre. Al día siguiente, 3, prendió la mecha. Los estudiantes, al encontrarse Nanterre cerrada, ocuparon la Sorbona. El rector acudió a la Policía para que tomase el control de la universidad, lo que supuso el comienzo de los enfrentamientos.
la gran revuelta A partir de ese momento se inició la gran revuelta. La gran represión policial hizo que más y más estudiantes acudieran a las protestas, comenzando los primeros enfrentamientos directos en la calle y las primeras barricadas en el barrio Latino. Todo el mundo universitario se sublevó y los enfrentamientos policiales se generalizaron, llegando a su máxima expresión el día 10, que se saldó con un balance de 367 heridos, 251 de ellos policías; 468 detenidos y 188 coches destruidos.
Al día siguiente, la situación dio un nuevo giro al unirse los sindicatos y los trabajadores, que convocaron una huelga general para el día 13, la mayor hasta entonces en Francia, y que duró una semana, paralizando completamente el país. El 24 fue para algunos líderes el día clave: De Gaulle habló por la radio y ofreció al pueblo un referéndum sobre su futuro. Al día siguiente, el Gobierno inició negociaciones con los sindicatos, que terminaron tres días después con los acuerdos de Grenell, por los que el gobierno subió un 35% el salario mínimo de los trabajadores de la industria y un 12% el del resto de los empleados. De esta manera, el gobierno logró que los sindicatos y obreros abandonaran el movimiento y que, poco a poco, la marea de protestas disminuyera.
En las elecciones de un mes después, De Gaulle salió reforzado y la izquierda perdió apoyos. El discurso de orden frente al miedo pareció vencer y la ola insurreccional amainó.
Para muchos, mayo fue el delirio de una juventud ociosa y violenta que intentó llevar adelante una utopía irrealizable. Para otros, contrariamente, significó la culminación del ciclo revolucionario obrero comenzado en 1848 y que finalizó de la única manera posible: con el fracaso. Sin embargo, según algunas opiniones, el mayo francés sí tuvo repercusiones para la posteridad.
PODER JOVEN A juicio de Antonio Elorza, las protestas hicieron surgir el protagonismo de la juventud como sujeto activo en la sociedad. Como afirma Alain Touraine, los jóvenes no acabaron con el régimen, pero su legado de ruptura e innovación convirtió el mundo en algo diferente. La liberación de la mujer, el protagonismo de la sociedad civil o la consolidación de los derechos sindicales son para numerosos autores logros a los que mayo del 68 hizo su contribución.
El surgimiento de la Nueva Izquierda, con su discurso alternativo a la comunista y socialista oficial de la época, también es deudora, en gran medida, de estos hechos. Tal vez la prueba más clara de la influencia de aquel mayo en la política actual resida en la misma Francia. El 29 de abril de 2007, el entonces candidato a la presidencia francesa, Nicolas Sarkozy, ante un abarrotado Omnisport Bercy de París, dio uno de sus discursos más conocidos y estudiados en el que proclamó la necesidad de liquidar la herencia de mayo del 68, ya que “había desterrado la moralidad del ámbito público, degradando la política desde entonces”.
Según Sarkozy, los herederos de mayo del 68, la izquierda francesa, habrían introducido el relativismo intelectual y moral en la política, siendo éste el origen de todos los males de la nación en la actualidad. El líder gaullista se autoproclamaba como el liquidador de esa herencia y entendía aquellas elecciones presidenciales como la disyuntiva entre la perpetuación de los ideales falsos de la izquierda heredera de mayo del 68 o la superación de los mismos gracias a su figura y su partido.
La atención que este discurso suscitó y las reacciones que originó dejaron claro que, al margen de la importancia de lo acaecido aquellos días de mayo o de su influencia en el devenir de la historia, mayo del 68 dejó una impronta innegable en la política francesa y mundial. Como en el caso de cualquier hecho histórico de relevancia, sus efectos pueden ser múltiples y sus consecuencias muy diferentes, pero lo que es innegable es que el mayo francés dejó un rastro que aún en el siglo XXI está todavía por aclarar.