Un Parlamento en cada casa
a crisis del coronavirus ha sacado a los políticos del Parlamento y los ha metido en casa. Han cambiado las salas de comisiones y el hemiciclo de la Cámara por cuartos de estar, habitaciones y despachos improvisados desde donde siguen trabajando pese a las limitaciones del estado de alarma. El Parlamento no recuperará su actividad normal, por lo menos, hasta el 26 de abril. Y luego ya se verá.
Javier Esparza (Navarra Suma) ya añora “la vuelta a la normalidad”. “No tanto por el trabajo en sí, sino porque significará que hemos vencido al COVID-19”, explica. El volumen de trabajo, en su caso, sigue siendo alto: al margen de los plenos extraordinarios, Esparza dice que cada día hace al menos tres videoconferencias, y que el confinamiento le ha obligado a aprender a manejarse con la edición de vídeos. Por lo demás, se ha tenido que acostumbrar a hacer deporte en casa bajo la vigilancia de “dos hijos muy exigentes”.
A Ramón Alzórriz (PSN) también le quema el teléfono. “No me había pasado nunca tener que cargar tres veces al día el móvil”, confiesa. Alterna su papel como portavoz parlamentario con el trabajo interno del partido, informando y tranquilizando a alcaldes con dudas. En resumen: tiene la sensación de que trabaja más. “Igual suena un poco raro y hay gente que no lo entiende, pero yo trabajo más: nos reunimos más, y todo el trabajo legislativo que ha habido que hacer en poco tiempo ha absorbido mucho tiempo”.
El ritmo de trabajo, también con varias videoconferencias al día, no ha sido lo peor para Uxue Barkos (Geroa Bai), que no recuerda qué es “una semana de cinco días de trabajo y dos de fiesta”. “Al final no sólo por mis obligaciones políticas de los últimos años, tanto cuando estaba sola en Madrid como en Pamplona, sino también por mi condición de periodista, estoy acostumbrada a estar siempre con la persiana levantada”. Lo peor es la “cuestión espacial”: el reparto de espacio de trabajadores y estudiantes por la casa.
No queda otro remedio que resignarse, pero Bakartxo Ruiz (EH Bildu) echa de menos las reuniones presenciales. “Las videoconferencias son más lentas, siempre hay algún problema técnico y arrasa todos los matices personales de la comunicación presencial”, cree la portavoz del partido soberanista, recluida en su piso de la Rochapea. De vez en cuando, ve a su madre y al perro de lejos, y la “cocina y la limpieza” es de las pocas actividades que le hacen desconectar. “Hay días de siete horas solo en reuniones. No desconectas, sea la hora que sea estás trabajando”.
De hecho, el confinamiento deja escenas “surrealistas”, a juicio de Mikel Buil (Podemos). “Ahora te ves discutiendo con otros por el ordenador, y tú estás en tu casa... no sé, es una sensación rara”, bromea Buil, que lo mismo se entrevista con consejeros que tiene que hacer “terapia en casa” con su pareja e hijo.
Marisa de Simón (I-E) tiene días de media jornada: 12 horas entre reuniones y trabajo telemático. Pero lo lleva, dentro de lo que cabe, bien. La brecha digital no ha sido ninguna barrera porque fue “de las primeras promociones de maestros que hicimos cursos de informática”. Lo peor es que se junta todo: “Tienes todas las reuniones con el Gobierno, con el Parlamento, con tu grupo, y estás sola. Hay días en los que es imposible desconectar”. Pues con el Parlamento en casa tendrán que seguir, al menos, hasta el 26 de abril.
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