- Las residencias para mayores de Navarra volvieron a abrir ayer sus puertas a las visitas de familiares, las cuales llevaban sin permitirse desde el 12 de octubre. Las reuniones son de una persona por residente con 30 minutos de duración. Así, en la Casa de la Misericordia de Pamplona, donde ayer tenían casi medio centenar de citas previas y han habilitado un espacio prefabricado para estas citas, varios allegados se reunieron ayer por primera vez después de mes y medio. La emoción se palpaba en el ambiente y se manifestaba en las manos, ya que por primera vez las podían estrechar, previa desinfección con gel. La medida fue agradecida con gozo. Sentir es importante.

Alfredo acudió para visitar a su madre, Antonia Ziriza, de 91 años, y explicó que este tiempo se han seguido viendo casi todos los días, a través de la verja de los jardines del centro. “No era lo mismo que esto, porque no te dejan acercarte y tienes más dificultades, y máxime mi madre, que oye poco”, señaló. Ziriza explicó que estaba encantada con la visita, pero que tener que verse con Alfredo o su otro hijo a través de la valla le recuerda a “la cárcel”. Aún así, hoy volverán a verse desde el jardín. “Ella es bastante positiva y entiende lo que hay”.

Al hablar de cómo le ha afectado la pandemia a su madre, destacó que pasó el coronavirus siendo asintomática, por lo que estuvo casi tres meses aislada en una habitación. “Solo veía a la gente que le atendió. Ahora no les reconoce, porque iban todos cubiertos a tope, con gafas, mascarillas y demás”, señaló. “Parecían fantasmas, y además como se iban cambiando, pues no sé quienes eran”, sostuvo ella.

En otro lado de la sala de visitas, María Ángeles Ochoa, de 87 años recién cumplidos, conversaba con su hija. Ochoa explicó que no poder verse con sus familiares tanto tiempo le ha provocado un sentimiento de tristeza, y que le gustaría poder ver a sus nietos, sin embargo afirmó que está contenta por esa charla de media hora. “De todas formas, aunque no nos vemos aquí dentro, nos vemos en la calle, desde la verja, desde donde nos saludamos”, contó su hija. “Pero si no hubiese coronavirus ahora mismo estaríamos por ahí paseando, y yéndonos a tomar un café”, lamentaba Ochoa. Afirmaron que el darse la mano por primera vez en tanto tiempo les reconfortó. Con todo, Ochoa se quejó de que su hija no le diera un beso. “Está prohibido, le he leído las normas pero no me hace caso”, suspiraba ella, y relató que su madre pasó el coronavirus y lo superó. “Lo bueno es que es una persona muy optimista”, contó. “Todos los días me encuentro a gusto, soy muy tranquila y las cosas en vez de verlas de color las veo rosa”, contesta ella.

Entre las demás parejas de familiares, llamaba la atención cómo un hijo explicó a su padre que ya tiene 102 años. Él le replicó diciendo que eso es un porrón y que le está echando más de la cuenta. Ambos se llaman igual, José Mari Iturriaga. El hijo se reía: “Quiere tener menos años”. Explicó que se han podido ver por videollamada, con la ayuda del personal del centro, pero que lo ha pasado muy mal por estar tantos meses sin poder ver a su padre cara a cara. “Sobre todo en abril, porque le dio una parada cardiaca y le tuvieron que operar y ponerle un marcapasos. No le veía personalmente desde agosto y estaba deseando verle. La verdad es que le veo muy bien”. El padre se mostró contento de ver a su único hijo y le murmuró algún comentario sobre una finca. “Está venga a darle vueltas a una finca que tenemos en el pueblo”. Contó que en las videollamadas hablan un poco de todo, y que en ellas también participan los nietos, y ven si los reconoce. “Si estuviesen aquí estarían encantados”, sostuvo. “Yo quisiera ver a mi padre todas las semanas, por lo menos los fines de semana, como cuando veníamos a jugar a cartas a la cafetería”.

En el módulo no solo había padres e hijos, también estaba Ana Beorlegui, de 45 años, saludando a su tía, María Jesús Beorlegui, de 86. Explicó que llevaba sin verla desde verano, pero que aún así han podido verse desde la calle. Su tía tiene diálisis tres días a la semana, pero los demás días suele asomarse a una hora a la ventana. “Como vivimos al lado, venimos y la vemos desde la calle. Es cierto que las visitas por la ventana son muy frías, pero por lo menos te ves, porque verla físicamente, andando, moviéndose, es mucho”, informó. “Algo que también ayuda son las llamadas telefónicas”. Recordó el momento en el que se estrecharon las manos, en el que se echó a llorar, emocionada, y le dijo a su tía que ella en cambio no había llorado. “Ahora no, pero cuando me han dado la noticia de que te iba a ver, sí que he llorado”, respondió ella. Ana informa de que aprovecha la cita para enseñarle fotos de los nietos y los bisnietos. “Además aprovechamos para hacer cosas de bancos. Como no pueden salir, hay que echarles una mano”, señaló.

Otra sobrina que acudió ayer a la Casa de la Misericordia fue Paula, quien fue a ver a Juana, de 97 años. “Llevamos sin vernos más de mes y medio”. Explicó que para ellos, sus familiares, puede ser “más o menos duro”. “Pero para mi tía ha sido una temporada muy triste y deprimida. “Nos decía que estaba triste y aburrida”, contó. Juana declaró estar feliz de ver a su sobrina, aunque afirmó que se acuerda de todos. Paula tiene que hablar un poco alto con su tía, ya que están a una mesa de distancia. “El oído es lo que peor tengo”, explica ella. “Pero la cabeza la tiene muy bien. Hablar un poco alejadas hace que nos cueste más entendernos. Un paseo, por ejemplo, te da lugar a poder estar más cerca”. Cuenta que esta situación es mejor que la que se vivió en la desescalada de verano, cuando instalaron unas carpas en los jardines de la residencia para las visitas. “Allí había dos mesas de distancia, así que ahora estamos mejor”.

Estos meses han tenido contacto por videoconferencia, pero afirma que es peor, puesto que hablar por teléfono les resulta más frío. “Yo espero poder salir a dar un paseo con ella pronto, para estar más cerca. Quisiera acompañarla dentro, pero no puedo. Es muy duro”, asegura.

El responsable de comunicación del centro, Mariano Pascal, contó que algunos mayores que viven ahí se habían asomado por la mañana a la verja para hablar con sus familiares, a pesar de que ese mismo día tenían un cita concertada con ellos para la tarde, y señala que es algo que hacen habitualmente. “Es gente que está acostumbrada a salir, a hacer sus compras, irse al supermercado. Incluso dicen que prefieren las cafeterías de fuera, porque afirman que les sabe mejor el café”. La cafetería de la residencia, explica, está cerrada ahora mismo.

Por otra parte, asegura que el ánimo de los internos es mejor que durante la primera desescalada, ya que en mayo y junio, ellos estuvieron recluidos y en cambio veían como el resto de la sociedad podía empezar a activarse. “Ahora ven que no solo ellos están así de mal, porque las demás cosas están cerradas, como los bares, y hace que se sientan un poco mejor”, relata, y afirma que espera que todo vuelva pronto a la normalidad, para que puedan salir con su familia como antes.

“Estaba deseando volver a ver a mi padre porque le tuvieron que operar y ponerle un marcapasos”

Hijo de José María Iturriaga

“Nos hemos visto todos los días através de la verja, ayer nos vimos y mañana otra vez”

Hijo de Antonia Ziriza

“Cuando me han dicho que iba a venir mi familiar he llorado, ha sido una gran alegría poder verla ”

Residente de la Casa de la Misericordia

“Me he estrechado la mano con mi hija, pero ella no me ha querido dejar besarla”

Residente de la Casa de la Misericordia

“Me alegro mucho de que venga mi sobrina, pero me acuerdo de todos los que no han podido venir”

Residente de la Casa de la Misericordia