legué a verme muy apurada, sin saber a dónde acudir, y no pasaba ya por que mis hijos no tuvieran para comer. El 11 de julio falleció mi madre, con 77 años, enferma de cáncer, y que era también para mí un gran apoyo a todos los niveles y contribuía a mi economía familiar. Ahí ya el año se volvió catastrófico. A comienzos de 2020 mi expareja se marchó a trabajar fuera y se desentendió de nuestros hijos (Adrián, de 7 años y Lucía, de solo 15 meses). En el trabajo eventual que tenía en un hipermercado se me hizo imposible conciliar, porque solo me ofrecían puestos a la tarde y ¿con quién dejo a los niños?".

"Mi padre es mayor, tiene ya sus achaques, no se puede hacer cargo de una niña tan pequeña. Mi hermana tiene su vida a media hora de aquí, me ayuda en lo que puede pero no puedo estar tirando de ella todo el tiempo. Y la mayor parte de mi familia vive en Donosti o Irun. Tengo una buena amiga que me trae verdura de la huerta y que, cuando puede, me echa una mano con los pequeños. Pero, sin trabajo, después de haber estado un montón de años de cajera en supermercados, y tras agotar el paro y los subsidios, me quedé en una situación malísima. Estoy a la espera de que estudien mi petición de renta garantizada, de que mi expareja cumpla con las obligaciones que fija el convenio regulador del divorcio y a la espera de que alguien me explique qué significa conciliar y así pueda encontrar por las mañanas un trabajo mientras los niños están en el cole y en la guardería. Ahora, trato de apañarme como sea, con alguna cosa esporádica que me sale. Hay una mujer mayor que, por ejemplo, me llama para planchar y que le haga las cosas de casa. Así salgo del paso, cojo lo que puedo. Pero ya te digo, hace tres meses, llegó un momento en el que no podía más. Jamás pensé que podía llegar hasta aquí. Hace años, estuve durante casi una década trabajando en un hiper y luego lo dejé todo para irme a Francia con mi pareja y desconectar. Luego, cuando volví, me costó reengancharme al mercado laboral cuando ya había nacido Adrián. Pero claro, nunca piensas que vaya tan mal".

"Así que ahora ya me quité las vergüenzas y decidir acudir a la Unidad de Barrio de Buztintxuri a solicitar información. No quiero que mis hijos pasen hambre, Y ahí me ordenaron las ideas. Me recomendaron realizar la solicitud para inscribirme en el Banco de Alimentos, acudir al Colegio de Abogados para coger un letrado de oficio para los temas del divorcio y, a partir de ahí, he empezado a tirar. La pena es que no hubiera pedido ayuda antes. Pero me costó quitarme las vergüenzas. No te voy a engañar que yo también pensaba, como la mayoría de la gente, que en un lugar de recogida de alimentos me iba a sentir una extraña, que no iba a encajar. Pero se me pasó la tontería y me dí cuenta de la realidad. Que había mucha gente como yo. Y que habrá mucha más que, como yo, no acude porque le da reparo. Y, por eso, quiero animar a quitarse los prejuicios. Hay muchas situaciones que, como a mí, pueden conducirte a que te veas en una situación así de necesidad. Y creo que lo mejor que me ha pasado en Unzu Txiki Berri (cuyos alimentos los suministra en su mayoría el BAN del barrio de Buztintxuri) es que nadie te pregunta, ni te juzga, ni te dice por qué estas allí. Soy una más y la pena es que ojalá hubiera acudido antes allí a pedir ayuda, he descubierto a mucha gente que merece la pena".

Mónica de Dios Semperena, de 45 años, relata en las 95 líneas que anteceden a estas una historia de esas que se atragantan, sea Navidad o cualquier fecha del año. No es fácil hablar con la valentía con la que lo hace esta mujer, abriendo su vida en canal, y permitiendo que compartamos con ella el lunes 21 de diciembre. Fue entonces, en su tercera visita a Unzu Txiki Berri, cuando el fotógrafo de este reportaje acudió con ella al supermercado. Primero, por la mañana, para retratar su trabajo como voluntario en el embolsado de fruta, y, después, por la tarde, con su hija Lucía en la mochila, para recoger lo que le corresponde al mes y volver como una mula cargada al hogar. Una vez en casa, durante esa tarde en la que pudo dejar a Adrián con su abuelo para dar una vuelta por la Plaza del Castillo, está más preocupada de que esté todo limpio, de ordenar la ropa del crío y de resultar hospitalaria. A la mañana siguiente, la entrevista acontece después de que Mónica dejara a los pequeños en sus colegios y tras acabar de planchar en la casa de una mujer mayor a la que hace las tareas del hogar. En el salón, de fondo en la televisión, en lugar de la lotería tiene puesta una música armoniosa.

Mónica narra su experiencia porque "hace falta que alguien te ordene las ideas cuando caes en una situación así y la gente tiene que saber que te pueden ayudar y se puede salir. Por eso animo a dar un paso adelante. En mi caso, yo siempre he sido muy luchadora y positiva. Eso lo he heredado de mi madre. Tenía claro que no iba a permitir que a los niños les faltara de nada. Entonces, acudí a la Unidad de Barrio, conocí el Unzu Txiki Berri y para mí ha sido una experiencia muy gratificante. Además, me obliga a estar activa, porque tengo que acudir como voluntaria a echar una mano durante unas horas y como siempre he trabajado en supermercados, en puestos de frutería, y tengo conocimiento, por ejemplo, para manejar una transpaleta, es algo que me calma mucho y que me hace a la vez estar activa. El primer día que fui allí a recoger la comida estaba como perdida y también tenía por dentro un sentimiento de tristeza y de rabia interior, por verme en esas circunstancias. Pero he conocido a muy buena gente y he conseguido darle la vuelta al pensamiento. Hace dos meses no hubiéramos hecho esta entrevista, pero hay que contarlo para que la gente sea consciente de que le puede pasar a cualquiera", confiesa.

la montaña, a la venta Mónica fue durante años una gran aficionada al trekking de montaña y guardaba en el trastero un equipamiento importante para hacer cimas. "Pero tuve que priorizar por mis hijos, porque he llegado a medir la leche que nos quedaba. Así que puse todo a la venta, los mosquetones, los bastones, me he desprendido de todo lo que tenía. Era eso o ponerle la vacuna del Bexsero a Lucía. En marzo nos fuimos a casa de mis padres, para pasar con ella los últimos meses de la enfermedad de mi madre. Quería aprovechar para que estuviéramos con ella todo lo posible. Era un ir y venir sin parar del hospital a casa, hasta que falleció en verano, con 77 años. Ahora, estos días, van a ser muy raros sin ella. Le dije a mi padre que viniera a cenar en Nochebuena. Me costó convencerlo pero al menos lo pasamos con los niños y pocos caprichos".

1.100 BENEFICIARIOS DE UNZU TXIKI BERRI Pablo Sánchez Jauregui, presidente en funciones de Unzu Txiki Berri, recibe desde hace tres meses a Mónica, una de las 1.100 beneficiarias de esta unidad de acción familiar (la única en Pamplona, hay otras tres en Navarra) que ayudan a 400 familias. Han crecido un 35% los beneficiarios respecto al año anterior. Se trata de un concepto nuevo en la donación de alimentos. "Tratamos de que la recogida sea más digna, que en lugar de entregar los alimentos en cajas, esto sea un concepto de supermercado, que es más gratificante". Allí trabajan 60 voluntarios y suelen a necesitar a diario otra quincena (la mayoría los propios beneficiarios como Mónica) que reparten 260 toneladas de alimentos al año, unos 17 kilos por beneficiario. Sánchez enfatiza que de las 400 familias, 300 de ellas tienen como titular a una mujer, lo que es sinónimo de que el perfil de Mónica, de mujer sola con hijos a su cargo, es demasiado frecuente. Toda ayuda es poca. "Nos tenemos que dar cuenta que cualquier persona como tú o como yo podemos llegar a esto. Y, por ello, lo que tratamos es que sea lo más digno y ágil posible la recogida de alimentos", recuerda Pablo, que afirma que tienen necesidad de voluntarios y que agradece a las unidades de barrio del ayuntamiento.