- Lo suyo es vocación y precocidad. Estefanía Molina (Igualada, 1991) no ha cumplido los 30 años. Primera de su promoción en el doble Grado de Periodismo y Ciencias Políticas, inició su trayectoria como consultora política. Desde su labor como cronista parlamentaria, también trabaja como analista para varios medios, y con esa experiencia ha buceado en el último lustro político, en El berrinche político, su primer libro en solitario. "Me monté en el tren del periodismo político y lo primero a lo que asistí fue al derrumbe del sistema bipartidista", recuerda.

Entre tantas turbulencias y puntos de giro en la política española, subraya la generación de unas expectativas de cambio que finalmente no han cristalizado.

-La tesis de fondo del libro es que en 2015 había unas expectativas de cambio y de mejora, de que el sistema político fuera distinto. Veníamos de aquella experiencia de los indignados, del 15-M, que cristalizó en todo su apogeo en ese 2015, cuando se introdujeron nuevos partidos, el sistema reventó y reventó el bipartidismo. Había ilusión y esperanza, pero cinco años después creo que la gente siente que todo se ha quemado de forma muy rápida. La idea del berrinche constata que el sistema ha cambiado, pero hay cosas que tampoco nos gustan, o muchos de aquellos anhelos que teníamos no han cristalizado. Y el temor de que el sistema haya cambiado tan rápido y nuevamente se haya sobrevenido la frustración, ha llevado a una idea de que si ahora el sistema cambia, puede ser a peor.

¿Ese malestar puede llevar al riesgo de una nueva desconexión?

-La idea de la antipolítica es un riesgo que está ahí, con la emergencia de las pulsiones extremistas en nuestro sistema. Yo lo vinculo en el libro con la cuestión de la polarización, que no solo va de dos bloques enfrentados, es más cosas. Una, la exaltación de la política identitaria, lo hemos visto en la campaña de Madrid. Vote según su identidad. ¿Usted se siente fascista o demócrata? ¿Usted es comunista o cree en la libertad? Esa exaltación de las identidades es peligrosa, porque revienta el mecanismo de fiscalización o rendición de cuentas en una democracia, donde los ciudadanos votan según lo que se ha hecho. La polarización también va de que la gente cree que las instituciones han perdido capacidad de vehicular sus demandas, y esto es peligroso. El riesgo aquí es que estalle una crisis económica en este caldo de cultivo y que haya quien crea que las instituciones ya no van a dar salida.

Desde 2018 han caído Rajoy, Rivera y ahora Iglesias...

-En el caso de Rajoy es distinto. En 2015 se abrió una brecha generacional en la sociedad española, en la que un nuevo grueso de votantes socializados después de la Transición apostaron por nuevas formaciones, porque había un hartazgo con los valores del bipartidismo. El de Rajoy fue un liderazgo anacrónico, y creo que el mosaico quedó más completo con el cambio de liderazgo en el PP, porque Pablo Casado ya era de esa nueva generación, y se sumaba a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera. ¿Pero por qué se han quemado tan rápido? Creo que los nuevos partidos, y esto lo explico en el libro, han tenido unos liderazgos muy cesaristas, y también por la aceleración de repeticiones electorales. Tal vez en tiempos más calmados Podemos y Ciudadanos podían haber visibilizado mejor su asentamiento en las instituciones.

Pero ya en tiempos de González y de Aznar se hablaba de cesarismo.

-Ahora hay diferencias claras. Estos nuevos cesarismos se articulan sobre un total personalismo, donde el partido a veces se convierte en una plataforma única y exclusivamente orientada a los intereses del líder. Por ejemplo, en el caso de Albert Rivera, hubo un momento en que prácticamente la cúpula estaba totalmente rodeada de riveristas, las voces críticas se expulsaron o se marcharon. En los partidos clásicos sabíamos que había facciones, pero las facciones se quedaban en el partido. Pedro Sánchez laminó el poder de los barones y dio poder a las bases, pero la militancia tiende a ratificar a su líder.

¿En qué medida el periodismo y las dinámicas de campaña permanente contribuyen a esos cesarismos?

-A Pedro Sánchez siempre se le ha acusado de dar más imagen de presidencialismo que otros presidentes. Yo creo que ahí ha habido una construcción comunicativa de la figura del líder mucho más acusada que antes. Y luego también por la propia trayectoria de Pedro Sánchez, que crea un PSOE al que llamamos el nuevo PSOE, en contraposición con los barones críticos. Forja un partido a imagen y semejanza, y cuando llega al Gobierno construye un Ejecutivo con muchos ministros independientes, por tanto se redunda en esa idea de un presidencialismo estético cuando menos, porque España no es un sistema presidencial.

Analiza el papel del Congreso "convertido en un plató televisivo".

-Esta idea de que un Congreso mucho más mediatizado, visible y transparente, generaría más capacidad de fiscalizar a los gobiernos o a los representantes. Eso no ha sido así necesariamente, hay una percepción actual de que el Congreso se ha vaciado de poder, e incluso a veces se ha banalizado como cámara. Cada vez más en muchos sistemas democráticos se ve una pérdida de poder respecto a los ejecutivos. En España lo hemos visto, cada vez más se gobierna más por decreto ley. Pero por otra parte los propios diputados han generado una dinámica muy sencilla que es hablar a las redes sociales, y los discursos se elaboran para el corte de Twitter. Hay muchos grupos y todos necesitan visibilizarse. Eso genera a veces la impresión de vaciamiento de la política, porque se ve ese marketing exacerbado, esa espectacularización y venta de consignas. Incluso el Congreso se ha convertido a veces en un bazar.

Habla de "obsesión" por el marketing y por la "sondeocracia".

-No puede ser que en España en este ciclo que yo he llamado 'La Gran Campaña' hayamos hecho política a golpe de encuesta. Se hacían o no se hacían pactos a golpe de encuesta.

Aires muy estadounidenses.

-Efectivamente. Incluso esta venta de consignas, este relato continuo, el argumentario, para reproducir posición del partido, que los periodistas lo sufrimos mucho,

¿Y esto tiene vuelta atrás, o ha llegado para quedarse?

-Yo advierto de algo, no sé si tiene vuelta atrás, pero advierto que este ciclo marketiniano corre el riesgo de ser sustituido por un ciclo polarizante. Es decir, que la gente se harte del artificio, de la pompa, de este vaciamiento de la política y sus responsabilidades. La política está capturada por sus procedimientos: obtener votos, hacer campañas, pero a nivel legislativo hemos tenido prórrogas de presupuestos, parálisis, ingobernabilidad... Si la gente se harta de ese bucle marketiniano puede estar más propensa a escuchar voces extremistas, de la antipolítica o del nihilismo.

La dimisión de Pablo Iglesias casi ha coincidido con el décimo aniversario del 15-M. ¿Yolanda Díaz tiene un perfil más institucional que Iglesias?

-Es una persona, como se suele decir, 'guante de seda en puño de hierro'. Tiene una agenda también muy ambiciosa de reformas. La forma de canalizar el conflicto de Iglesias era muy mediática. Como digo en el libro, Pedro Sánchez tenía el poder real, Iglesias el poder del relato. Por tanto, Iglesias sabía que su forma de hacer presión era vehiculándola a través de los medios por medio del relato. Yolanda Díaz va a centralizar más sus luchas políticas dentro del Gobierno. Pero no es más suave, ni más floja ni menos de izquierdas. Tiene una tradición más pragmática. Por ejemplo: Iglesias daba la batalla con el tema monarquía república. Yolanda Díaz asume que esa batalla tal vez no es prioritaria. Ella va a darla en la reforma laboral, en el cambio de legislación y en cuestiones más vinculadas al cambio de vida que pueden experimentar los ciudadanos a través de las leyes socioeconómicas, antes que hacer grandes luchas como la forma de estado. ¿Es republicana? Sí, pero tal vez para ella no es la lucha prioritaria.

"En 2015 había ilusión y esperanza, pero creo que hoy la gente siente que todo se ha quemado muy rápido"

"No puede ser que en España en este ciclo hayamos hecho política a golpe de encuesta"