El otro día, los dos equipos mayores del CD Baztan, antes de iniciar sus partidos guardaron silencio por Francisco Barberena Etxalar, Pantxitiko, un poco exjugador y un mucho socio ejemplar, asiduo como pocos al Giltxaurdi de Elizondo, que acababa de decirnos adiós. El club le obsequió una camiseta y una bufanda, en justo reconocimiento a los cientos de partidos que acompañó y animó a todos los equipos y en todas las categorías. Algo jugó, tampoco mucho, en aquel equipo juvenil que promovió el histórico entrenador Zacarías Zayas Latorre, junto a su amigo "hermano" Juan Ángel Zaldua, los dos siguiendo la huella de su otro "hermano", José Antonio Zaldua, el primer internacional baztandarra y futbolista del F.C. Barcelona durante una década. Dejó pronto el fútbol, al entender que lo suyo era la mecánica del automóvil, que fue su profesión de por vida, chófer unos años de don Ignacio Iturria Zabala, alcalde del PNV que fue del Ayuntamiento de Baztan y que "se portó muy bien conmigo", como Pantxitiko recordaba agradecido. Era hijo de Leoncio Barberena y Concepción Conce Etxalar, él chófer de autobús y ella de lo mejorcito conocido como cocinera, recurso puntual de cuadrillas que le encargaban cazuelas de cosas ricas en carnavales y en fiestas. Vivieron con su hermana Lourdes (+), prematuramente fallecida, en Kuartelekoetxea, junto al yerbín hoy de Baztan Ikastola y antes de las Escuelas Nacionales donde estudió (de los primeros de clase) con don Francisco Terreu Carrasco, un recordado y buen maestro que nos abrió la biblioteca cerrada desde la Guerra (in)Civil y repleta de libros "revolucionarios" y "peligrosísimos" como Corazón de Edmundo de Amicis o Ivanhoe de Walter Scott. Leer era de "rojos", no nos dejaban. Vivían puerta con puerta (nunca mejor dicho) con la familia de Jerónimo Zaldua y Clarita Urdanabia, y sus hijos Milagritos, José Antonio (+) y Juan Ángel (+). En un caso digno de admirar, la amistad y confianza entre las dos familias era tal que llegaron a abrir una puerta entre las dos viviendas, y los hijos pasaban de una a otra para jugar o estudiar juntos como Pedro por su casa. En no pocas ocasiones circulamos por Elizondo en el jeep que inventó y construyó Jerónimo, un hombre que veía crecer la hierba, conducidos por José Antonio. En Pantxitiko destacaba su siempre abierta sonrisa de gente buena y amistosa, y era la "chispa de la vida" del Giltxaurdi. Casado con Conchi Goñi, tuvo la satisfacción de disfrutar con el juego de su hijo Alberto, excelente central que se decantó por el atletismo, y de su hija Nuria, testigos que fueron del cariño que le mostró el público y del excelente partido que le dedicó el CD Baztan en su despedida. Un hombre para el recuerdo. Siempre.