Nancy Pelosi, líder de la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes, y Donald Trump, presidente de Estados Unidos, son probablemente los dos personajes más poderosos del país pero, a sus más de 70 años cumplidos, están enfrentados en una disputa de carácter pueril sin que ningún adulto parezca capaz de controlarlos.

Pelosi, la representante de San Francisco que cumplirá 79 años en un par de meses, trató de castigar a Trump por su terquedad presupuestaria cerrándole el acceso a la Cámara de Representantes que ella preside, donde a finales de este mes debería pronunciar el discurso anual del “estado de la Unión”, un acontecimiento tradicional en que todo el país tiene puestos los ojos -para bien y para mal-.

Es tradicional que los presidentes pronuncien este discurso en la Cámara baja porque es mayor que el hemiciclo del Senado, toda vez que éste tan solo ha de albergar a 100 senadores, mientras que la Cámara de Representantes cuenta con 435 miembros. El día del discurso, los presidentes invitan a personajes señalados, acuden los magistrados del Supremo y los pocos metros desde la entrada hasta el podio son de recorrido lento porque han de estrechar manos repetidamente.

Popular o impopular, éste es el momento de gloria anual de los presidentes y Pelosi, que representa la nueva mayoría demócrata tras las elecciones de noviembre, vio una oportunidad excelente para castigar a Trump por su insistencia en construir una valla a lo largo de la frontera mejicana, aún a costa de los presupuestos federales.

Es un desacuerdo por una cantidad ridícula en el contexto del dinero público, pues se trata de tan solo 5.6 mil millones de dólares, menos del 0.8% del presupuesto del Pentágono y aún más minúsculo (0.2%) en el presupuesto total de casi 4 billones. Incluso esta cantidad sería negociable, pero Pelosi tan solo aceptaría gastarse un dólar y ni siquiera quiere negociar cualquier otra cifra.

Paralizados mutuamente el Congreso y la Casa Blanca, el presupuesto no se aprueba y así no hay dinero apropiado para aproximadamente la cuarta parte de los funcionarios federales. No es que ninguno de ellos haya de temer por su salario, pues se les pagará con efectos retroactivos una vez resuelto el problema, pero de momento hay 800.000 personas con el sueldo congelado desde hace casi un mes y, todavía peor, casi la mitad ha de acudir a trabajar -sin pago- porque son “esenciales” para el funcionamiento del país.

La situación se debe al empecinamiento de ambos bandos pero, como en las disputas infantiles, cada uno dice “es culpa del otro”.

Si Pelosi creyó encontrar una forma de humillar a Trump negándole el acceso a la Cámara, no es seguro que el discurso quede anulado porque podría pronunciarlo en el Senado. Tal vez no necesiten tanto espacio porque es muy probable que casi la mitad de los legisladores, es decir, los del Partido Demócrata, decidan boicotear el acto.

Pero Trump, un jovencito de tan solo 72 años comparado a la casi octogenaria Nancy Pelosi, no se ha quedado cruzado de brazos y ha suspendido el viaje internacional que la presidenta de la Cámara, junto con seis legisladores y su equipo de funcionarios, tenía previsto a Bélgica, Egipto y Afganistán.

Son viajes habituales de los congresistas para recabar en directo información de las cuestiones que aparecen en sus comités y normalmente vuelan en aviones militares, que además de ofrecer mayor seguridad, garantizan una flexibilidad que no existe con los transportes comerciales.

Una idea de la sorpresa originada por el veto presidencial la da que varios legisladores estaban ya sentados en el autobús que había de llevarlos a la base aérea Andrews, desde la que despegaba el avión militar que los llevaría a su destino: la salida estaba prevista para las 3 de la tarde y el aviso presidencial llegó a las 2.

Trump no corría el riesgo de provocar iras entre sus propias filas, pues la delegación estaba formada exclusivamente por legisladores del Partido Demócrata.