El actual presidente norteamericano tiene muchos enemigos y, gracias a su conducta, cada día va añadiendo alguno, pero en la perspectiva de la campaña para las elecciones del año próximo, lo que no parece tener es ningún rival con posibilidades claras de desbancarlo.

Las encuestas -si alguno les presta mucha atención después de que en 2016 nos aseguraban que Hillary Clinton tenía garantizada la presidencia- indican que los índices de aprobación están estancados en torno al 45% y son claramente inferiores a los que critican su gestión.

Tampoco son mejores los resultados en cuanto a la marcha del país: a pesar de que en EEUU prácticamente no hay desempleo y que los ingresos de la gente han aumentado, tan solo el 34% de los encuestados cree que las cosas van bien. Pero después de la desagradable sorpresa que se llevaron en 2016, cuando tuvieron que anular las fiestas para celebrar la victoria de su candidata, los demócratas son hoy mucho más prudentes en cuanto a sus posibilidades de desbancarlo.

Y en esto seguramente tienen razón, porque después de tres debates entre los diversos candidatos demócratas, no se perfila todavía ninguno que pueda acabar con la presidencia de Trump.

El último debate, el jueves pasado en el estado de Texas, enfrentó por primera vez a todos los aspirantes demócratas en un solo acto (anteriormente el campo era tan grande que cada debate fue doble, porque era necesario repartir a los 28 candidatos en dos grupos).

Antes de empezar el debate, el ex vicepresidente Joe Biden iba por delante con gran ventaja, y al acabar también. De los diez candidatos demócratas, tan solo despuntaban otros dos además de Biden, la senadora de Massachussets Elizabeth Warren y su colega de Vermont, Bernie Sanders. También ambos salieron de Texas en situación semejante a la que llegaron. El resto del pelotón va muy a la zaga y es muy improbable que cualquiera de ellos tenga posibilidades de ganar las elecciones primarias y convertirse en el candidato que trate de arrebatar a la Casa Blanca a Donald Trump.

En realidad, los tres punteros tampoco tienen grandes perspectivas: con excepción de Joe Biden, prácticamente todos los candidatos pugnan por situarse cada vez más a la izquierda para satisfacer las bases del partido que son las que deciden la victoria en las primarias. Pero las posiciones que agradan a la base no son las que prefiere la masa de votantes y, si bien es cierto que en las primarias los candidatos se dirigen a una clientela y en las elecciones generales van a buscar los votos decisivos que están en el centro, se les hará muy difícil tomar posiciones moderadas después de lo que han estado diciendo -y seguirán diciendo- en esta fase previa.

Así, por ejemplo, había casi unanimidad en adoptar un sistema de seguro médico parecido a nuestra seguridad social, algo que no se puede financiar con las primas que actualmente se pagan. Al mismo tiempo, los norteamericanos no están dispuestos a recortes de sueldo suficientes para cubrir estos costos médicos. La única medicina socializada en EEUU es el Medicare que atiende a los jubilados mayores de 65 años y el grito de guerra ahora es “Medicare para todos”.

Otro señuelo de los demócratas es el medio ambiente y aquí los candidatos pugnan por ver quién gasta más en eliminar el fracking con que se obtiene petróleo y gas natural, en cerrar centrales atómicas y construir redes de suministro eólico y solar.

En sus programas quieren cambiar la alimentación habitual de los norteamericanos, conocidos por su afición a la carne de vacuno: la flatulencia de las vacas genera gases en la atmósfera que perjudican el medio ambiente. Incluso hablan de eliminar los aviones -en un país de dimensiones continentales-.

Todas estas propuestas, aparte del impacto que tendrían en el nivel de vida del país, costarían una fortuna, especialmente en la versión de Sanders, que destinaría al medio ambiente 15 billones de euros (para ponerlo en perspectiva, la deuda pública norteamericana este año acaba de superar los mil millones de dólares)

Dos candidatos no se sumaron este jueves a la propuesta. Uno de ellos era Biden, que defiende por el contrario el sistema de seguros privados instaurado por el expresidente Obama, y la senadora de Minnesota Ami Klobuchar, quien insistió repetidamente en que las políticas de sus rivales son excluyentes y no conducen a ninguna victoria electoral.

Probablemente que la moderación es la razón principal por la que Biden va delante en las encuestas, pero hay muchas razones para temer que los debates con Trump le dejen mal parado, ante sus frecuentes lapsos de memoria y lo que parece desorientación. En cuanto a la otra moderada, Klobuchar, sus pronósticos de ganar las primarias son tan bajos que probablemente nunca se enfrentará a Trump.

Por otra parte, si las circunstancias económicas actuales se mantienen, Trump tendrá buenas perspectivas de reelección, porque es lo que ha ocurrido siempre con los presidentes que gobiernan durante una etapa de bonanza. Pero el mundo ha cambiado, empezando por EEUU si la improbable victoria de Trump sorprendió en 2016, uno ha de pensar que igualmente podría tener una derrota en pleno apogeo económico. A fin de cuentas, tiene grandes obstáculos: sus tweets, sus exabruptos y peroratas, es decir, él mismo es su peor enemigo.