mientras la Casa Blanca está digiriendo aún la buena noticia de las elecciones británicas, que alejan a un enemigo declarado del presidente Trump y le ofrecen un aliado en Boris Johnson, el panorama en el hemisferio americano no es totalmente negativo para Estados Unidos.

Porque si probablemente estará a la greña con el nuevo gobierno argentino y no se vislumbra una caída de Nicolás Maduro en Venezuela, al menos la situación en Bolivia parece tomar otro giro.

Fuera de Bolivia, poquísimos habían oído hablar de Luis Fernando Camacho -de 40 años- antes de la caída del presidente Evo Morales. A partir de ahora este hombre acaparará la actualidad boliviana por partida doble: cómo candidato a la presidencia en los próximos comicios y como ya revelada eminencia gris de los conservadores del país.

En realidad, el auge y la caída de Morales es solo hasta cierto punto fruto del maquiavelismo de Camacho. Porque la historia moderna de esta república es la historia de un antagonismo ininterrumpido entre las poblaciones andinas y las de las tierras bajas, cuya provincia más rica es Santa Cruz. El país cuenta con 36 etnias indígenas (en su inmensa mayoría, quechuas y aimaras) afincadas primordialmente en la cordillera y que a lo largo de la Historia han guerreado más que convivido entre ellas y solo han hecho frente común en el odio - correspondido - a los mestizos y blancos de las tierras bajas, mucho más ricos y escolarizados que ellos. ¡Santa Cruz produce un 30% del PIB boliviano! La primera presidencia de Morales puso en pie de guerra a los llaneros porque derivó la mayor parte de los beneficios de los yacimientos petrolíferos sitos en la planicie hacia los programas sociales que beneficiaban primordialmente a los andinos.

Camacho, hijo de una familia adinerada de Santa Cruz, lideró desde un principio la oposición cruceña, tanto por intereses económicos semejantes a los de otro residentes en el llano, pero también por ideología y tradición. Luis Fernando es un católico apasionado -se dice que va siempre con un rosario y una Biblia- y un conservador “por estirpe”: su padre ya presidió el Comité Ciudadano (CC) de Santa Cruz, fundado en los 50 para reclamar más beneficios para la ciudad y la provincia de la extracción de crudos. En febrero de este año Luis Fernando sucedió a su padre en la presidencia del CC. En su juventud, Camacho jr se convirtió en presidente la Unión Joven de Santa Cruz, una entidad de un ideario tan conservador que sus rivales no dudan en calificarla de ultra.

Naturalmente, en el drama boliviano hay más factores, además de la intolerancia racial y el “patriotismo patrimonial” de las ricas provincias llaneras. La política de Morales fue tan simplista en su apoyo a los indígenas, que todas las confesiones cristianas se sienten abusivamente maltratadas por el expresidente cocalero. A este respecto es muy significativo que la presidente en funciones -la senadora Jeannine Añez- sea miembro activo de una iglesia protestante de la provincia de Beni, también en las tierras bajas de Bolivia.

Pero la gota que colmó el vaso de los errores de Morales -quien ya había logrado en su primera legislatura enfrentarse al Ejército, la Policía y las iglesias cristianas- fue su burdo intento de manipulación de las elecciones del pasado 20 de octubre. Y si las raíces lejanas y próximas del drama boliviano son evidentes, la solución no lo es en absoluto. Cómo en tantos otros lugares -desde los EEUU hasta Siria-, también en Bolivia prevalecen hoy los empecinamientos excluyentes sobre la buena voluntad.