o dijo y casi lo hizo : la Turquía de Erdogan va camino de ser el líder del mundo islámico. El presidente turco anunció ya en el 2002, cuando él y su partido (AKP) ganaron por primera vez las parlamentarias, que quería recuperar la grandeza y el liderazgo religioso que tuvo otrora el imperio otomano. Pero en occidente no se lo tomó nadie en serio; "fantasías turcas" fue en aquél entonces el comentario más frecuente.

Pero eso era una aberración por cuanto la historia y la cultura turca se han caracterizado por todo lo contrario : un gran sentido práctico y muy escasa fantasía. En el caso concreto del AKP, este tocar de pies a tierra fue la clave de su arrollador ascenso en la política turca. Su ideario era ambicioso y ultranacionalista, pero su programa era eminentemente posibilista : hacer en cada momento lo que se podía, sin dilapidar fuerzas y recursos en quimeras megalómanas.

En el escenario nacional eso fue un éxito total, tanto en lo económico como en lo político; se redujo drásticamente la presión emigrante y subió el nivel de vida. Y en el escenario internacional, Ankara dejó de ser un segundón dócil tanto en la OTAN como en las relaciones con la Unión Europea. Remendando su política nacional de los "pequeños pasos" posibles, fue explotando su posición estratégica -coste: cero- e invirtió un buen dinero en afianzarse en los escenarios asequibles a bajo precio. Y estos eran (y lo son aún) la comunidad islámica y África.

El mundo musulmán es rico, pero caótico y fragmentado por antagonismos históricos como la rivalidad entre Irán y los sauditas, así como por la carencia de una conciencia e identidad política compartidas. Es este hueco la meta del dúo AKP/Erdogan. Ankara se ha volcado en proyectos culturales de apariencia inocua y gran potencial subversivo : fomento y financiación de la escolaridad tradicional musulmana, culto islámico, promoción de una gran oferta mediática -especialmente en TV- y de la red de transportes aéreos.

Por si faltaba algo en este despliegue acaparador, Erdogan apostó por una fuerte mejoría del Ejército turco, el segundo más numeroso de la Alianza Atlántica. El incremento de sus inversiones en material bélico solo llamó la atención - y poco- a los expertos, mientras que sus devaneos de infidelidad militar, como la compra de armamento ruso o la confrontación con Chipre y Grecia por los yacimientos de gas del Mediterráneo Oriental o Francia en Libia irritaban mucho€ sin llegar jamás a ser tan graves como para provocar respuestas contundentes. Es significativo también que Turquía cuente desde el 2017 con bases militares en Qatar y Sudán, territorios musulmanes, pero muy alejados de la presencia militar rutinaria tuca.

En el caso de África, Turquía volvió a aprovechar un vacío relativo. La inestabilidad política del Continente ha ahuyentado en gran medida a los inversores occidentales y árabes, así como aminoró los intereses políticos de las grandes potencias (excepto China). Ankara se involucró allí a fondo, aunque más política que económicamente, Fruto de ello es que hoy en día tienen embajadas en la capital turca 32 naciones africanas, cuándo en el 2009 sólo eran 10. Y al revés, hoy hay 39 embajadas turcas en África frente a las 12 que existían en el 2009.

Más significativo, aunque casi ignorado por la opinión pública mundial, es la política de ayudas al desarrollo. "TIKA", el organismo turco encargado de ello, invirtió el año pasado 8.650.000 millones de dólares en estas ayudas, lo que representa el 1,15% de su producto interior bruto; es un porcentaje muy superior al fijado por la OECD (0,7%) para sus Estados miembro, con lo que figura como el país más generoso, por delante de naciones tradicionalmente dadivosos como Luxemburgo, Noruega o Suecia.

Lo malo para Erdogan es que este ambicioso plan de recuperación de la primacía política mundial requiere una gran financiación y la economía turca va de mal en peor desde hace cuatro años largos.