arece que fue ayer”, afirma Serguéi Krikaliov, integrante de la tripulación EEI-1, la primera de larga duración que fue hace veinte años a la Estación Espacial Internacional (EEI) e inició una etapa inédita en la colaboración internacional en el espacio. “Abrimos la escotilla , pasamos al módulo de trabajo, encendimos las luces, y lo recuerdo como hoy, entramos en la estación vacía”, contó.

“Este vuelo fue una experiencia muy intensa en nuestras vidas, nos dejó una impresión increíble, que se grabó profundamente en nuestra memoria. Recordamos hasta el más mínimo detalle”, señala el cosmonauta.

Krikaliov partió el 31 de octubre de 2000 rumbo a la por entonces deshabitada plataforma orbital internacional junto al ruso Yuri Guidzenko y al astronauta estadounidense William Shepherd, con el fin de prepararla para futuras tripulaciones.

El equipo, que llegó a su destino el 2 de noviembre y estuvo en el espacio durante 163 días, cumplió tan bien su misión que desde entonces la EEI no ha estado deshabitada ni un día.

Durante los últimos veinte años tanto la estación como el mundo han cambiado significativamente. La EEI creció de los dos módulos que había cuando llegaron a los actuales quince. Y no solo rusos y estadounidenses, sino también europeos y japoneses.

La relación entre la patria de Krikaliov y Guidzenko y la de Shepherd se ha deteriorado. “Lamentablemente, el ambiente negativo en el mundo de la política ya dura algún tiempo, pero nuestro programa espacial continúa, y el trabajo en el espacio podría ser un ejemplo para los políticos”, afirma Krikaliov.

“Hemos dicho muchas veces en broma que quizás sería bueno ponerlos (a los políticos) durante un tiempo en una situación extrema como la que viven los cosmonautas y astronautas juntos y quizás entonces comenzaran a entenderse mejor, a confiar el uno en el otro, a apoyarse mutuamente”.

Y es que su experiencia con “Shep”, como llama cariñoso al astronauta estadounidense, fue especialmente positiva.

“En general tuvimos mucha suerte, ya que es un ingeniero de alta cualificación, un gran especialista”, afirma, al señalar que no hubo ningún problema de comunicación entre los tripulantes, para los cuales no existió barrera idiomática alguna.

“A menudo nos entendíamos como ingenieros mucho antes de hallar las palabras correctas para definir los problemas que enfrentábamos, gracias a los dibujos técnicos y los diagramas”, recuerda.

Se trata de una colaboración que no empezó cuando abordaron la Soyuz TM-31, sino casi cuatro años antes, cuando se conformó la tripulación a fines de 1996 y comenzó la preparación.

Se trató, según el cosmonauta, de “un proceso muy interesante”, dado que los diferentes niveles de experiencia de los especialistas de Rusia y EEUU y la necesidad de concebir cómo sería en un futuro la EEI propiciaron intensos debates.

Los dos cosmonautas ya contaban con experiencia de vuelo en la estación orbital rusa Mir, que, según Yuri Guidzenko, no se distinguía mucho de la nueva estación.

Y es que la EEI heredó el concepto de construcción por módulos y los principales sistemas de navegación y tecnológicos de su antecesora. “La única diferencia es que en la EEI pasamos a los controles digitales de todos los sistemas”, explicó Guidzenko.

Luego tuvieron que “despertar de cero” la estación, que sería no solo su casa durante cinco meses, sino también la de 241 personas de 19 países.

“La primera etapa siempre conlleva gran cantidad de riesgos. Había que ‘darle vida’ a la estación y existía el peligro de que se abortara la misión en caso de que algo saliera mal”, confiesa Krikaliov.

Pero tuvieron algo muy importante a su favor: “la tripulación estaba compuesta por personas con experiencia en el espacio, lo que minimizaba la posibilidad de un resultado adverso”.

“Ahora dicen que ha sido uno de los proyectos internacionales más grandes”, afirma el cosmonauta señalando la maqueta de la EEI en el Museo de la Cosmonáutica de Moscú.

El cosmonauta compara su magnitud y el nivel de participación internacional con la construcción del canal de Suez. “Todos los días aprendemos a trabajar juntos”, dice Krikaliov, que aclara: “no siempre es fácil y a veces hay obstáculos, pero creo que lo importante es que hallamos vías para la cooperación internacional”.

En los últimos veinte años la estación ha crecido de dos módulos a quince y ha sido habitada por 241 personas de 19 países diferentes